Por María Seoane. Directora de Contenidos Editoriales
“Cualquiera puede ver el futuro, es como un huevo de la serpiente. A través de la fina membrana se puede distinguir un reptil ya formado”, dice el doctor Vergerus, protagonista de la película El huevo de la serpiente, del genial cineasta sueco Ingmar Bergman, realizada en 1977. La historia transcurre en Alemania durante los años previos al surgimiento del nazismo, en la década del 20. El doctor Vergerus alerta que a través de ese huevo casi transparente no pocos festejaban con simpatía a la pequeña culebrilla que serpenteaba enérgica en su pelea por existir y emerger. Como si nadie, en medio de la hipnótica sensación de placer por asistir a un nacimiento, pudiera prever el desarrollo final y, por ende, fatal. Luego fue tarde: sobrevino Hitler y setenta millones de muertos. Y el horror del Holocausto. Y en 1948, Naciones Unidas parió su Declaración Universal de los Derechos Humanos, treinta puntos perfectos que son violados siempre, aunque tienen la virtud de ser un monumento civilizatorio que existe y debe ser cumplido y por ende tiene una condena moral, material, tal vez. El neoliberalismo rampante que en la década del 70 impuso en nuestra Latinoamérica la doctrina de la Seguridad Nacional, promovida, alentada y gestionada por los Estados Unidos, único imperio de Occidente, nos legó en estas tierras el horror de las dictaduras militares y su genocidio y miserias planificadas, como dijo Rodolfo Walsh. Entonces, las formas fueron brutales. La serpiente, el monstruo, devoraba vidas y bienes, a la luz o en la noche y niebla del terror estatal. ¿Venían a terminar con la guerrilla y la oposición armada y desarmada o el plan era miseriar –como podría conjugar nuestro poeta Juan Gelman– y reformatear el país para saquear sus bienes y riquezas, para que reinara en vez de la paz y la verdad y el trabajo y la prosperidad, la gula del capitalismo financiero? Pero luego de 30 años de democracia, tal como en el cuento del guatemalteco Augusto Monterroso, cuando los argentinos se despertaron, los dinosaurios aún estaban allí. En 2008, el imperio volvió a vomitar crisis. El monstruo del capitalismo financiero se contorsionó dentro del huevo, esa tímida culebrilla tenía hambre. La autodefensa de los movimientos populares no funcionó con sus alertas al máximo. Las contorsiones dentro del huevo no anticipaban ruido de tanques ni de metralla. Un curioso gusano de colores, en el caso del ascenso del macrismo y de Jair Bolsonaro en Brasil, hipnotizó a mayorías desprevenidas y seducidas por miles y miles de minutos de televisión, radio, medios y redes, en una planificación que alguna vez habrá que revelar en su diseño imperial, surgido del aparato militar-industrial de los Estados Unidos. Operaciones de inteligencia que ocultan el devenir del monstruo, envuelto en promesas del paraíso donde, se supone, nadie debe tener miedo. Macri y Bolsonaro se parecen en la fábula y en la realidad aunque con epifanías diferentes. Y América latina inicia así una etapa de oscuridad –incompleta en parte por el ascenso del gobierno popular de Andrés Manuel López Obrador en México– en la que el objetivo central es el saqueo sin límite de sus recursos naturales, de su civilización humanitaria del siglo XX y de los derechos económicos y sociales de las absolutas mayorías. ¿Quiénes no anticiparon que los dinosaurios permanecen en los sueños de las grandes corporaciones que, una vez despiertos, hacen imposible la vida humana? Ahí están nuestras víboras y dinosaurios para barrer el siglo XX. El de una Argentina posible. ¿Qué dice Macri cuando anuncia que “70 años de fiesta no se arreglan en tres años”? ¿O Bolsonaro cuando de entrada redujo el salario mínimo y declara su guerra a los derechos de las mujeres? El sueño de los patrones se abona con una guerra sucia comunicacional desconocida por su magnitud y penetración. La mentira es la partera. ¿Es tarde para evitar que estalle el huevo de la serpiente? ¿Es tarde para evitar que el dinosaurio se despierte? ¿O estamos a tiempo de que se cumplan los versos de la canción de Charly García, “los dinosaurios van a desaparecer”? La política tiene el deber de prever las catástrofes. No habita en el mundo de la naturaleza donde reinan los monstruos de las pesadillas. Habita en el de la resistencia y la libertad. Aún estamos a tiempo de despertar.