Por Felipe Pigna. Director General
En la Argentina, la televisión se inauguró el 17 de octubre de 1951, con la transmisión de sendos discursos de Perón y Evita desde la Plaza de Mayo, pero se tornó accesible y popular a principios de los 60. Hasta mediados de la década predominaron las series de origen estadounidense. Abundaban las del Lejano Oeste, con sus clásicos muchachitos: los cowboys. Pero poco a poco fueron volviendo a la TV estadounidense algunos libretistas y autores prohibidos por el macartismo que le darían un toque inteligente y crítico a las series de humor. Surgen así Los locos Adams y El superagente 86, sátiras de géneros clásicos como el terror y el espionaje, e incluso Batman, con su acidez y surrealismo. Este auge del humor televisivo tendría un correlato en nuestro país, sobre todo a partir de las producciones de Canal 13. Comedias como La nena y Dr. Cándido Pérez, Señoras o La familia Falcón recreaban modelos importados con un nítido toque local. Uno de los éxitos más notables fue el de Pepe Biondi en Viendo a Biondi, que introdujo lo que se transformaría en un clásico de nuestra TV: la creación de eslóganes, frases y palabras que se incorporarían al habla cotidiana y la mirada cómplice hacia el espectador, tan rara e innovadora por entonces como frecuente por estos días. Esta fue la época de Sábados circulares de Mancera, el primer programa con una gran producción periodística y técnica que hizo conocer al público argentino a figuras como Joan Manuel Serrat e introdujo la “cámara sorpresa”. La feria de la alegría, un programa de entretenimientos, regalaba departamentos y autos, y Carlitos Balá comenzaba a preguntar “¿qué gusto tiene la sal?”. Tato Bores ponía en aprietos a los gobiernos de turno con sus incisivos monólogos. A comienzos de los 70, proliferaban los programas cómicos como Operación Ja-Já, La tuerca y Telecómicos. A la hora de la merienda llegaba El Capitán Piluso con Alberto Olmedo y su inseparable compañero Coquito (Humberto Ortiz). Los domingos a la noche la cita obligada era Titanes en el ring, con Martín Karadagian, creador de decenas de personajes como La Momia, Pepino el 88, Rubén Peucelle, y un luchador para cada colectividad, desde Tenenbaum, “el campeón israelí” hasta José Luis, “el campeón español”, sin olvidar a los originarios, representados por el Indio Comanche y sus dedos magnéticos. Los adolescentes aprendían el paso de baile de moda mirando Alta tensión y Música en Libertad, y los adultos se informaban viendo El repórter Esso. Una de las primeras “series” similares a las que actualmente triunfan fue Cosa juzgada, con libro de Juan Carlos Gené, Martha Mercader y Carlos Somigliana, dirección de David Stivel y un elenco extraordinario compuesto por Norma Aleandro, Federico Luppi, Emilio Alfaro, Marilina Ross, Bárbara Mujica, Juan Carlos Gené y Carlos Carella. La tira, emitida entre 1969 y 1971, se basaba en hechos judiciales reales y fue uno de los más grandes sucesos de la TV argentina. Pero la emisión de programas y series de televisión era por entonces, y lo será por lo menos hasta los 80, un remedo del cine y no llegaba a desplazarlo. El televidente era un pasivo espectador pendiente de la programación de unos pocos canales. La revolución de estos tiempos de plataformas digitales consiste en que las mayores producciones e inversiones se van desplazando al formato serie con sus temporadas y a la posibilidad de que el espectador se transforme en programador, en quien elige el cómo, el qué y el cuándo en detrimento de la llamada televisión abierta y el cable tradicionales. Influye decididamente también la baja del interés por el vivo, particularmente por los noticieros en franca decadencia frente a la inmediatez informativa de las redes y su escasa credibilidad. La oferta es inmensa y para todos los gustos y la tendencia parece irreversible elevando la edad promedio de los televidentes de los medios clásicos a la franja superior a los 50 años.