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Caras y Caretas

           

El poder sobre la voluntad

Earth Day and save the planet environmental ecology protection by the world community.

Para mantener los estándares de 1,5 grados Celsius por encima de la temperatura media de la era preindustrial, que dentro del daño irreversible del calentamiento global sería tolerable para que el mundo siga siendo un lugar habitable, es preciso apostar a la generación limpia y llegar a 2050 con emisiones cero. Pero no depende solo de un recambio tecnológico.

El día en que Taylor Swift tocó en Río, la temperatura global media de la Tierra cruzó brevemente la temible frontera de los 2 grados por encima de la era preindustrial, cuando no se usaban motores a combustión interna. La sensación térmica fue de casi 60 grados y una chica murió en pleno evento. El cuerpo humano no evolucionó para soportar esos niveles de calor y humedad. Fallan los órganos en cascada hasta entrar en colapso total. Por eso, cuando ponderamos los riesgos del cambio climático no solo nos referimos a la modificación irreversible en la geología del planeta. También hablamos de algo
más cercano: la capacidad de nuestros propios cuerpos para seguir habitándolo.

El cambio climático refiere al proceso de transformación operado en la Tierra por la acumulación de dióxido de carbono (CO2) en la capa inferior de la atmósfera, la troposfera. Es un gas invisible, bueno y malo al mismo tiempo. Sin él, no hubiera sido posible la vida, porque tiene la cualidad de retener el calor del sol, que permitió su desarrollo. En su ausencia, el planeta hubiera sido como Marte. Pero en solo dos siglos, la civilización humana ha sido capaz de inflar desproporcionadamente su volumen. Fue de 285 partes por millón (ppm) a 418 ppm. Y eso desencadenó un proceso de cambios físicos que se están acelerando rápidamente: los polos están inquietantemente inestables, los glaciares desaparecen, ríos y lagos se secan, llueve torrencialmente o no llueve nunca, los huracanes son infernales, sube el nivel del mar. Y hace mucho calor. Ahora nuestro lindo mundo azul parece querer emular a Venus.

¿Estamos fritos? Si seguimos en la trayectoria en la que emitimos como si la atmósfera fuera un tacho infinito, la respuesta es sí. Pero la buena noticia es que se puede frenar la escalada del termómetro, decirle “basta, no subas más”. Eso demanda apostar plenamente en un término a la generación limpia y llegar a emisiones cero antes de 2050. La ecuación parece sencilla porque hay instrumentos para salvarnos. Pero hay un temita que todo lo complica: esta no es solo una cuestión de recambio tecnológico. Es un asunto de poder.

LA MENTIRA COMO ARMA MORTAL

Hagamos historia. A mediados del siglo pasado, la industria hidrocarburífera tenía bien en claro que su actividad estaba causando transformaciones radicales en todo el mundo. Tanto que el Instituto Americano de Petróleo y, luego, las propias compañías invirtieron en los años 60, 70 y 80 tiempo y dinero en investigar lo que llamaban “efecto invernadero”. Lo sabemos porque en los últimos años periodistas e investigadores han desempolvado documentos de los archivos de las empresas, que son muy incriminantes.

El caso más famoso es el de Exxon, la petrolera más grande del mundo, cuyos científicos hace medio siglo fueron capaces de predecir un escenario idéntico al que hoy estamos padeciendo. En 1981, Shell comisionó un informe secreto, publicado internamente en 1988. Decía: “El momento en que el cambio climático se vuelva detectable puede ser demasiado tarde para tomar medidas para reducir sus efectos o muy tarde para estabilizar la situación”. Estamos en ese preciso momento que describían.

Pero las petroleras, en vez de llamar la atención sobre el problema (y tratar de resolverlo), se dedicaron a ocultar todo. Y, a partir de los 90, cuando empezaron a realizarse las primeras negociaciones en el marco de las Naciones Unidas sobre cambio climático, lanzaron campañas de negación y desinformación, que perduran hasta hoy. Toda la artillería de desinformación empezó en una conferencia secreta organizada por Exxon con los principales ejecutivos de las petroleras, en un salón vip del aeropuerto La Guardia, de Nueva York. Los gases que estaban dejando un agujero en la capa de ozono acababan de ser prohibidos mediante el Protocolo de Montreal. ¿Podría pasarles a ellos lo mismo? Ya se sabe lo que decidieron. Es lo que nos trajo hasta el mundo de hoy.

La temperatura promedio global es más o menos de 1,3 grados por encima de la era preindustrial. Este año, dijo la Organización Meteorológica Mundial, cruzará a 1,4 o C. La aparición de El Niño, la corriente del Pacífico que empuja el calor hacia la superficie del océano, ha llevado al planeta a momentos extremos, como los que se vivieron en Río de Janeiro. Si se hubiera empezado a actuar en los años 90, cuando se organizó la Cumbre de la Tierra, hubiéramos podido evitar esta situación de catástrofe. Pero, en cambio, predominaron las voces de quienes ridiculizaban a los científicos que estudiaban el clima, confundían a la opinión pública y compraban políticos. Todo cortesía de las empresas petroleras. Ya van 28 ediciones de la Conferencia de las Partes (COP), como se llaman las negociaciones globales del clima, y este año las presidió directamente un petro-Estado: Abu Dabi.

CALOR RÉCORD, GANANCIAS RÉCORD

El año 2023 fue de ganancias récord para las empresas de hidrocarburos (gracias de la invasión rusa a Ucrania) y también de emisiones y temperaturas récord. ¿Se acuerdan de marzo, con 40 grados por semanas? ¿Que hizo 50 en España? Igual, este no será el último año de temperaturas extremas. Habrá más y más. Y más y más. Y más…

Los impactos son desoladores; las escenas, de miedo. En 2022, un tercio de Pakistán quedó bajo el agua, gracias a una combinación fatal de monzones recargados y glaciares que se reventaron; la histórica ciudad de Lahaina, en Hawái, fue arrasada por un fuego indetenible hasta quedar desfigurada, con la gente teniendo que saltar a un mar embravecido por un huracán para salvarse de las llamas. Un mar caliente está haciendo desaparecer las plataformas flotantes de la Antártida, que son el tapón que mantiene sus enormes superficies congeladas en el continente. Groenlandia. Ay, Groenlandia. Isla mágica y misteriosa, segunda masa helada del planeta. Acaso no pueda sobrevivir demasiado tiempo. Cuando la visité hace una década, el hielo se deshacía debajo de nuestros pies, y los locales, los inuit, no reconocían más su propio paisaje.

Los glaciares de nuestra cordillera han perdido un tercio de masa o más. Una megasequía amenaza dejar sin agua a Cuyo y a Chile. Los incendios no dejan descansar al Valle de Calamuchita, en Córdoba, una provincia vuelta por momentos apocalíptica. En solo doce horas, un huracán se formó y se comió Acapulco con intensidad máxima. Y así. No hay rincón del mundo que haya podido escapar a los efectos del cambio climático.

Desde que se firmó el Acuerdo de París, cuyo fin es limitar la temperatura a 1,5 o C, se invirtieron más de 3,2 billones de dólares en combustibles fósiles. Y eso que 197 países lo firmaron, con la Argentina, el primero en ratificarlo. Pero la industria no se rinde. La temperatura tampoco: no ha dejado de subir. Estamos en una trayectoria de calentamiento de 2,9 o C, según el último informe de las Naciones Unidas.

Otra vez: nuestra suerte depende de cuán rápido se puedan redireccionar los recursos financieros para acelerar la transición energética y se les ponga fecha de cierre a los proyectos petroleros. Este proceso ya empezó, aunque de manera despareja. La invasión de Rusia a Ucrania le puso las pilas a Europa, aunque también salió a buscar gas por todas partes, sobre todo en África. Y les importa un pito si se violan derechos humanos en el proceso. Estados Unidos aprobó un programa de estímulos fiscales que puso el pie en el acelerador de la electrificación renovable y el transporte eléctrico, pero sigue abriendo la frontera de hidrocarburos, por ejemplo en Alaska, y construye monstruosos gasoductos. China es el líder mundial indiscutido de insumos para la transición, aunque sigue aprobando plantas de carbón (las peores que hay). La India es un jugador muy importante en la expansión renovable, tanto solar como eólica, pero también tiene mucho (demasiado) carbón. Brasil está dejando de deforestar en la Amazonía (en el Cerrado sigue), pero acaba de incorporarse como miembro de la OPEP (la organización de países productores de petróleo). La Argentina solo ha apostado al desarrollo de Vaca Muerta, donde se practica la técnica más dañina para el ambiente que existe: el fracking.

Se necesita más y más dinero para la transición energética: el triple de lo que se está poniendo ahora, y desinvertir en fósiles, claro. Se estima que, en 2024, la inversión renovable superará por primera vez la de los hidrocarburos. Además, hay que reformar la arquitectura financiera internacional para que los países del sur global tengan dinero asegurado para transicionar. Los daños ya llegaron para quedarse. En todos lados. Y hay pocos fondos (moneditas) para pagarlos.

UNA OPORTUNIDAD EN EL DESASTRE

La Argentina no es un emisor pequeño, aunque te digan lo contrario: casi el uno por ciento de los gases que calientan el clima vienen desde nuestros confines geográficos. Aparece vigésimo en la lista de más importantes contaminadores. Desde la firma del Acuerdo de París (2016) y el 2020 (año de la pandemia), los gases de efecto invernadero subieron 3,3 por ciento, sobre todo, impulsados por el agro. Y esto a pesar de una caída del 10 por ciento del PBI. ¿Qué pasó? Entre otras cosas, hubo incendios que arrasaron 1,2 millones de hectáreas. Ahí, el clima global también metió la cuchara.

La ganadería es una fuente inmensa de emisiones porque en el cuarto estómago de las vacas viven bacterias en un ambiente sin oxígeno que, al realizar el proceso digestivo, liberan metano. Así que cada tres minutos, las cuadrúpedas eructan por la nariz este gas (sino explotarían), que atrapa 86 veces más la cantidad de calor en la atmósfera que el CO2. Metano también emiten los depósitos de basura y la industria del petróleo y el gas, que lo ventea alegremente. Por otro lado, la agricultura extensiva usa una enorme cantidad de fertilizantes nitrogenados. Estos producen (al igual que la bosta de las vacas) un compuesto antipático, llamado óxido nitroso. Es trescientas veces más potente que el CO2.

La Argentina no será Estados Unidos, ni China o Europa en cantidad de emisiones. O siquiera Brasil, pero tenemos lo propio. Nuestro país está también alto en la lista de emisores históricos. Esto cuenta: el CO2 vive muchos siglos en la atmósfera. O sea que los gases de hace doscientos años, que beneficiaron a generaciones que ya no están, nos siguen desafiando hoy. Este es el principio: vos arrojás al aire, se jode otro. El provecho de esa combustión pasa, pero sus malos efectos quedan.

Muchos usan el argumento de que como otros emitieron más, es justo que nosotros podamos seguir usando combustibles fósiles. Pero la atmósfera del planeta responde a las leyes de la física, no a razones de justicia humana. El CO2 se dispersa por todo el mundo, no importa de dónde venga. Los que usan esa narrativa les están haciendo un favor a los poderosos que quieren seguir apalancados en esta industria, porque el planeta, para decirlo en sencillo, se va al tacho con todos nosotros adentro.

¿Podemos omitir nuestras obligaciones globales? La verdad es que no. No solo porque la Argentina no puede quedar fuera del mundo, sino porque necesitamos seguir teniendo un país que funcione en este mundo que cambia, al que ya hay que adaptarse. No queda otra. El gran extractivismo hidrocarburífero, mineral y agroganadero, que ha profundizado el cambio climático, no nos ha llevado a ningún lado. Por el contrario: ha hundido a casi la mitad de nuestra población en la pobreza con su modelo concentrado de negocios. Más intensidad de esos mismos negocios es seguir jugando el mismo juego.

Tal vez la crisis climática nos muestre un sendero de salida a nuestras crisis ecosociales permanentes, replanteando formas y modos de producción y consumo: energías renovables distribuidas, que son federales y crean trabajo en todas las provincias, y no en una sola; pequeñas explotaciones agrícolas, en vez de grandes extensiones de monocultivos que no necesitan de mano de obra; gente dedicada a la construcción para la resiliencia climática. En fin. La imaginación es el límite.

POR QUÉ 1,5 OC

El mundo está ante un desafío: reducir el 48 por ciento de las emisiones antes del fin de la década. Sí, solo seis años para esa labor titánica. Parece misión imposible, y acaso lo sea: en 2023, la cantidad de gases de efecto invernadero en la atmósfera fue 1,4 veces mayor que en 2019, antes de la tragedia de la covid. O sea: vamos en dirección opuesta a la que necesitamos, poniendo un pie en el abismo. Científicos reunidos en la COP 28 alertaron que no hay ya forma de plantar bandera en el límite de 1,5 o C y no pasarse, pero cada movimiento ascendente del termómetro, por minúsculo que sea, importará y mucho. El costo se pagará en mayores desastres ambientales y, obviamente, en vidas.

Tal vez el éxito más grande del Acuerdo de París haya sido pedirle al IPCC, el organismo científico de la ONU, que estudiara la diferencia que había entre un mundo de una subida de 1,5 o C y uno de 2 o C. Al principio, en las negociaciones internacionales se hablaba de aumentos de 2 o C, e incluso de 2,5 o C, medio al tuntún. Pero en 2018, cuando se publicó el informe, el resultado fue demoledor. Medio grado implicaba la diferencia entre un mundo lleno de catástrofes y otro, en fin, más o menos manejable. De ninguna manera es un límite ideal. Pero no es igual que desaparezca todo el hielo marítimo del Ártico en verano a que permanezca. Se desatan fenómenos de retroalimentación irrefrenables: el mar deja de reflejar la luz solar para absorberla, se calienta más, y por ende, es como poner a toda esa masa de agua junta a hacerse guiso, calentando a todo el mundo. Ese es solo uno de los ejemplos. Por eso, más allá de que se traspase el límite de 1,5 o C, no queda otra que seguir cortando gases hasta eliminarlos totalmente de la historia de la humanidad.

FALSAS SOLUCIONES

No existen formas de recapturar a escala necesaria esa cantidad sobrante de emisiones acumuladas para poder volver a vivir en el mundo de estabilidad idílica de la era del Holoceno. Por eso estamos transitando una nueva era geológica, el Antropoceno. Los océanos captan la mayor parte del CO2 (y por lo tanto, están más ácidos, afectando directamente la base de la cadena trófica) y los bosques hacen su parte. Pero la deforestación es rampante (lo sabemos muy bien en la Argentina, porque el Gran Chaco ha sido devastado en nombre del monocultivo de soja y el ganado), y árbol que se planta hoy capaz que no esté mañana, porque como el clima cambió, la sequía se come los bosques de un bocado. ¿Se acuerdan de las imágenes apocalípticas de este año en Nueva York invadida de humo? Era porque había quinientos incendios forestales en Canadá al mismo tiempo. Nada es estable con una atmósfera tan alterada. Para nadie.

Y así y todo, la industria sigue y sigue. Miren lo que están haciendo con el fracking en Vaca Muerta. Te lo disfrazan todo con un discurso de desarrollo, cuando lo que hacen es destrucción pura; te envuelven la cabeza con narrativas falsas de que el gas es un combustible para la transición energética (una cuenta que solo les cierra a los petroleros, a la atmósfera ni a palos), y te hablan de soberanía energética cuando productos comoditizados como el petróleo y el gas, que hoy valen 100, mañana cero, jamás dependerán de nosotros sino del mercado internacional y sus grandes jugadores. Pero, además, te mienten sobre las soluciones. Esto es terrible.

El lenguaje de la confusión es lo que nos llevó hasta la frontera del desastre. Y es lo que seguirá utilizando la industria para estirar sus años de vida lo más que pueda. ¿Por qué? Buena pregunta. Acaso porque es lo único que saben hacer. No entiendo cómo a ellos no les importan sus propios hijos. Pero allá van: haciendo lobby con los petro-Estados para que las convenciones internacionales no se propongan eliminar nunca los combustibles fósiles, usando planes dudosos de emisiones netas cero, que ahora están de moda pero son solo de papel. Hubo un tiempo en que Shell se propuso plantar árboles para compensar sus actividades, y resulta que necesitaba un territorio equivalente a toda la India para ello. La tierra es finita. Qué se le va a hacer.

Hay algunas petroleras intentando otros métodos de captura, que salen miles de millones de dólares y consumen enorme cantidad de energía. El CO2 que atrapan se usa para reinyectar en los pozos viejos para sacar más petróleo. Otras empresas obtienen CO2 directamente del aire. Pero les cuesta demasiada plata y energía y todo lo que consiguen es absorber en un año un equivalente a segundos de emisiones mundiales.

La única opción es ponerle fecha de cierre a toda la industria. La propia Agencia Internacional de Energía (AIE), una organización creada en los años 70 durante la crisis del petróleo, advierte que hay que frenar ya la expansión de la frontera hidrocarburífera. Y que los nuevos proyectos que se abren corren el riesgo de ser inversiones varadas. Esto significa que en pocos años valdrán cero. Solo con la tasa actual de penetración de la movilidad eléctrica, el precio del petróleo caerá a la mitad alrededor de 2030. Los saudíes, que son los principales productores del mundo, lo saben muy bien. Antes de que empezara la COP 28, los denunciaron por tratar de impulsar la venta de autos baratos en África, que consumen muchísimo. Es como venderles paco a los más pobres. Tenerlos adictos y dominados. Así es esta industria. Está en tu contra, nunca a tu favor.

Escrito por
Marina Aizen
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