“Los yanquis del norte y los yanquis del sur nos vamos a entender muy bien.” Un centenar de banqueros y hombres de negocios escuchó el vaticinio en la Cámara de Comercio Argentino-Estadounidense de Nueva York. El orador era el designado embajador de Estados Unidos en la Argentina, Frank Ortiz, que llegaría a Buenos Aires días antes de la asunción del presidente electo, Raúl Alfonsín, el 10 de diciembre de 1983. “Trabajaremos juntos para un mayor entendimiento y un mayor desarrollo y bienestar de nuestro pueblos”, continuó Ortiz en su discurso. En la etapa democrática que estaba por comenzar, su misión debía enfocarse en recomponer las deterioradas relaciones binacionales tras el apoyo del gobierno de Ronald Reagan a la reacción británica liderada por Margaret Thatcher que desató la guerra de Malvinas.
La expresión de Ortiz, que rescataba una ilusión del liberalismo argentino de fines del siglo XIX, repercutió en los medios nacionales de manera amplia. La revista Humor, por ejemplo, no dejó escapar la ocurrencia del diplomático y la transformó en unas viñetas burlonas del dibujante Raúl Fortín. “Cómo ser un yanki del sur”, se preguntaba el quincenario en su número 118, y bromeaba: “Escuchemos obedientes la Voz del Amo y aprendamos a comportarnos como genuinos yankis del sur”.
Uno de los recuadros muestra a cuatro parapoliciales con anteojos negros y armados a bordo de un Ford Falcon con la siguiente leyenda: “El ‘Falcon Crest’ es privativo de los yankis norteños. Para nosotros, nada nos cuesta tener nuestros propios ‘Falcon Green’, tan eficaces como aquellos”.

Otro de los dibujos representa al ex almirante Emilio Eduardo Massera, detenido por la desaparición del empresario Fernando Branca, al frente de un grupo armado que avanza ante una estatua de la Justicia espantada, con los ojos abiertos y la venda de vincha: “Si los yankis del norte invaden Granada, los yankis del sur, para no ser menos, pueden practicar invasiones internas. Tribunales, por ejemplo, no tiene defensas fortificadas”.
En el número siguiente, Humor publicó una carta de lectores firmada por Ortiz en la que celebra la historieta y felicita al dibujante Fortín por su “fino sentido del humor”. “Este señor es verdaderamente talentoso”, enfatizaba y aprovechaba la ocasión para saludar al director de la revista, Andrés Cascioli.
“El humor, particularmente cuando se hace con altura y sin sentido ofensivo, es una institución fundamental en todas las sociedades democráticas”, reflexionaba el embajador designado y agregaba: “En mi país es permanentemente practicado no solamente por los medios de difusión sino también por los políticos, funcionarios y diplomáticos, quienes suelen introducir en sus discursos alusiones humorísticas”.
Barras y estrellas
La caricatura de Humor se hacía eco de la última acción militar de Estados Unidos: la invasión a Granada, el 25 de octubre de 1983, con un despliegue de 7 mil marines. Las excusas: la tensión política interna en esa isla caribeña, la construcción de un moderno aeropuerto con asistencia soviética y cubana, el rescate de estudiantes de Medicina estadounidenses. La llegada de Ortiz a Buenos Aires, en reemplazo de Harry Shlaudeman, se daba con ese contexto de fondo.
La Operación Furia Urgente en una isla del tamaño del partido bonaerense de La Matanza y no más de 110 mil habitantes sumaba un capítulo a la Guerra Fría entre las superpotencias. El conflicto este-oeste quedaba expuesto una vez más, mientras crecía la tensión en Centroamérica –la visita del papa Juan Pablo II, en marzo, no había logrado calmar la situación–. Además, el devenir del gobierno sandinista de Nicaragua era un dolor de cabeza para la administración Reagan.
Era una amenaza la invasión a Nicaragua por parte de Estados Unidos, asistido por los contras, las fuerzas paramilitares preparadas por la potencia americana que se entrenaban en Honduras. Otro dato: este último país había recibido colaboración de la dictadura argentina –hombres y armas–, al igual que El Salvador, sumido en una guerra civil.
Ortiz conocía el escenario de Granada, una ex colonia británica que vivía un proceso revolucionario de izquierda, liderado por Maurice Bishop. Entre 1977 y 1979, año en que estalló la revuelta, el estadounidense había estado a cargo de la representación diplomática en Barbados y Granada.
El embajador llegaba a la Argentina con un dilatado conocimiento de la situación regional. Había cumplido misiones en México, Uruguay, Perú y Guatemala. Además, se había desempeñado como subsecretario de Estado del influyente Henry Kissinger.
La invasión a Granada provocó un rechazo inmediato en gran parte de la dirigencia política argentina. Los candidatos presidenciales Alfonsín e Ítalo Luder condenaron la intervención militar estadounidense. También sumó su oposición el premio Nobel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel. Hasta la dictadura cívico-militar se opuso y llevó reclamos a la ONU y la OEA. El giro en la política exterior del régimen tras la derrota de Malvinas lo hacía comportarse de un modo inusitado.
Hollywood no se perdió la oportunidad para difundir un panfleto militarista sobre el tema poco tiempo después. En El guerrero solitario, Clint Eastwood, en el doble rol de actor y director, da la versión estadounidense de la invasión, centrada en el rescate de los estudiantes norteamericanos, sin olvidarse del conflicto este-oeste: el sargento Tom Highway, interpretado por Eastwood, remata a un soldado enemigo; al revisarlo le saca un habano que guardaba en su bolsillo y se lo lleva a la boca. La zona queda despejada. Un marine aprovecha y quiebra la rama que hacía de asta de una bandera de Cuba. Luego de la misión cumplida, Highway disfruta del habano encendido. Final, con “Barras y estrellas” de fondo.

“No queremos ser peones de un juego ajeno”
Durante la campaña para llegar a la Casa Rosada, la UCR había resumido su plataforma electoral en las “100 medidas para que su vida cambie”. El apartado sobre relaciones exteriores establecía cuatro puntos básicos:
* Reafirmación de la soberanía nacional sobre las islas Malvinas, Georgias del Sur, Sándwich del Sur y Antártida Argentina, y recuperación de los territorios como un “objetivo indeclinable”.
* Aceptación de la propuesta papal para resolver la cuestión de límites con Chile en el canal de Beagle.
* Afianzamiento de la participación en el Movimiento de los Países No Alineados.
* Promoción de un Nuevo Orden Económico Internacional, planteado por los países subdesarrollados en 1974 durante una asamblea especial de la ONU.
Las medidas no contenían ninguna referencia directa a los vínculos entre la Argentina y Estados Unidos. Pero en el discurso de asunción de Alfonsín ante la Asamblea Legislativa, quedaron expuestas las pautas que la Cancillería nacional, a cargo de Dante Caputo, debería impulsar en ese sentido para superar las históricas relaciones “difíciles y asimétricas”.
Alfonsín planteó temas ineludibles: deuda externa, Malvinas, intercambio comercial, lazos con Latinoamérica, distancia de la disputa Estados Unidos-Unión Soviética.
Ante la reciente invasión a Granada y el acoso a Nicaragua, el flamante presidente le pidió a Washington que “modifique su conducta en América Central”, en línea con la política exterior de los gobiernos radicales de Hipólito Yrigoyen y Arturo Illia en defensa de la no intervención. Para ello propició la participación argentina en el Grupo Contadora.
“En el marco de una relación no dependiente, estamos seguros de que encontraremos, juntamente con Estados Unidos, el terreno más apto y los mecanismos más eficientes, no solo para fortalecer las relaciones bilaterales, sino también para consolidar los ideales occidentales de libertad, democracia y justicia”, se esperanzó.
Y para graficar la postura argentina frente al conflicto de las superpotencias definió: “No queremos ser peones de un juego ajeno”.
Por unos días, el retorno a la democracia posibilitó la convivencia pacífica internacional. Delegaciones de casi un centenar de países de orientaciones ideológicas diversas se cruzaron en una Buenos Aires de fiesta. Allí pudieron compartir espacios comunes el vicepresidente de Estados Unidos, George Bush, con el coordinador de la Junta de Gobierno de Nicaragua, Daniel Ortega. Un milagro argentino.