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Caras y Caretas

           

El sueño de un país posible

José Ber Gelbard, un inmigrante judío que escapó de Polonia corrido por los pogromos antisemitas, desembarcó hacia 1930 en las provincias desmesuradas y pobres del norte argentino. Allí fue vendedor ambulante, comerciante y contrabandista: el origen de su fortuna no fue la usura sino el trabajo intenso en el comercio lícito e ilícito. En los años 50, demostró su condición de líder político y gremial de los empresarios del interior durante el gobierno de Juan Perón, y de su mano fundó la Confederación General Económica (CGE), que agrupó a la pequeña y mediana burguesía nacional a partir de la segunda mitad del siglo XX. Sin embargo, Gelbard no fue solo un empresario. Llegó a intervenir en acontecimientos políticos decisivos como uno de los más secretos y efectivos lobbistas de la historia argentina contemporánea: fue el principal hacedor del pacto Perón-Lanusse en 1972; el último ministro de Economía de Perón, entre 1973 y 1974; uno de los genios financieros del imperio económico montado por el comunismo argentino; un hombre confiable para los servicios secretos israelíes (Mossad), para el Departamento de Estado estadounidense y para el Kremlin; un amigo de Fidel Castro y de Salvador Allende; un protegido de los Kennedy y un opositor de Henry Kissinger y Richard Nixon; un aliado de Menem, de Balbín, de López Rega y de Montoneros, y un enemigo de Martínez de Hoz; un perseguido por la Triple A y una víctima de Videla, Massera y Suárez Mason.

En medio de esta multiplicidad de nexos, de convicciones, de intereses, Gelbard eligió apostar al desarrollo del mercado interno, criticar la alta concentración de las riquezas y la inequidad, y defender un modelo de país industrializado sin exclusiones.

No fue el poder del dinero lo que transformó a Gelbard en un protagonista singular y central de la política argentina, sino su proyecto político y económico de llevar al poder a la burguesía nacional, industrialista e independentista. Los militares y los civiles que asaltaron el gobierno en 1976 no lo persiguieron como a un evasor sino como a un enemigo político, condenado al destierro y a la muerte en condición de apátrida.

El 9 de mayo de 2019, cuando la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner presentó su libro Sinceramente en la Feria del Libro y allí convocó a los argentinos a un nuevo contrato social que permitiera unirnos en objetivos comunes y acuerdos posibles para salir de la crisis terminal en la que nos sumió el plan depredador del capitalismo financiero, su mención a una etapa de nuestra historia, a 1973, cuando Juan Perón eligió a Gelbard como ministro de Economía de su tercera presidencia, potenció la necesidad de conocer quién fue ese hombre, jefe de la CGE que representaba a los empresarios nacionales vinculados al mercado interno y que era un vértice del Pacto Social con el que Perón pensaba gobernar, en un trípode de acuerdos políticos, sociales y económicos entre el Estado, los empresarios tanto en la CGE como la Unión Industrial Argentina (UIA) y los trabajadores reunidos en la Confederación General del Trabajo (CGT). La sola mención a Gelbard, ligado a una etapa de desarrollo del capitalismo nacional, independiente, con salarios y productividad altos y sin fronteras ideológicas en cuanto a la relación comercial o política con el resto del mundo significó la necesidad de decodificar no solo quién fue Gelbard sino también qué fue aquel famoso Pacto Social, no para su copia imposible por el anacronismo que eso implica, pero sí como fuente de inspiración política para ampliar las bases de un frente nacional y patriótico que salve a la Argentina de la anomia y la crisis a la que la sometió la tercera y
más mortífera ola neoliberal –la primera ocurrió en 1976-1983; la segunda, entre 1992 y 2001– encarnada por el gobierno de Cambiemos. Así es que Gelbard vuelve del fondo de la historia para unir los cabos sueltos o cortados del destino nacional.

Escrito por
Maria Seoane
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