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Caras y Caretas

           

A ver si nos entendemos…

Aún recuerdo aquel gesto en diciembre de 1985, cuando apiñados los periodistas esperábamos la sentencia del Juicio a las Juntas en el Palacio de Tribunales. La mirada del marino Alfredo Astiz, el encargado de infiltrarse y de tirar monjas y madres de Plaza de Mayo vivas al mar. La mueca en la comisura de su boca como si dijera todo el tiempo “lo volvería a hacer”. Y también recuerdo la persistencia de la memoria en los pañuelos blancos que el tribunal no dejó flamear en la sala, como si fueran el testimonio definitivo de aquello que no se pudo impedir ni de aquello que jamás podría ser juzgado por su monstruosidad. Era la comprobación de que la justicia de los jueces es una parodia temporal. La certeza de que lo verdadero se despliega en el tiempo en la batalla entre la ferocidad y tenacidad de la memoria o el olvido o la tergiversación de la historia. Han pasado cuarenta años y los crímenes son imperdonables. Porque en verdad, ¿qué se perdonó la sociedad argentina al construir el más impresionante memorial luego de la Shoá, como es el Nunca Más? Nada. No se perdonó nada, pero trazó un pacto fundacional: en la Argentina está prohibido matar y torturar, desaparecer opositores, tirar gente viva al mar y robar a sus bebés. Y, además, la humanidad lo considera un ejemplo. Más temprano que tarde, sabremos los nombres de las víctimas y sus hijos y también de sus asesinos. No hay perdón garantizado. Solo memoria, pero esta es ardiente, peligrosa en tanto establece una prohibición secular. Ese paradigma aún resiste, pero de repente escribo una nota agónica sobre estos cuarenta años de democracia mendicante y deudora, como los préstamos del FMI otorgados a saqueadores avalados por el voto miserable de un país aún jardín de infantes, como el voto a Menem. A Macri. Y a Milei, tal vez. Este ir y venir que devela que nada es casual. Que el Nunca Más está en jaque. Que para poder acceder al nuevo diseño del mundo es necesario matar al Nunca Más. Si el Nunca Más está basado en la defensa no de las leyes sino de lo humano, de la condición de argentinos que merecen ley y justicia, entonces, de qué se trata una ideología libertaria que intenta decirnos, como anticipó Sandra Russo en Página/12, que “el mundo está en crisis terminal y el cambio climático es irreversible. Ya es tarde para todo, salvo para que una pequeña minoría sobreviva. Los demás, la humanidad entera, está perdida. No hay que pensar en las personas, sino en la especie. Una pequeña minoría debe sobrevivir para recrear el mundo gracias a la inteligencia artificial, cuando todo haya explotado”. Es decir, se habla de un nuevo giro del capitalismo. Otra vez la condición material de producción y apropiación de la riqueza como vara para medir la naturaleza salvable de lo humano. Quince millonarios se quedan con el producto de siete mil millones de almas. Se lo podría llamar utopía final del saqueo humano: se trata de una nueva recomposición del capitalismo basada en los fondos de inversión más poderosos que los Estados nacionales y la velocidad de reproducción de la concentración de la plusvalía, o sea, de las ganancias. Que cinco vivos se queden con todo, y si viven en Silicon Valley y Wall Street, mejor. Es una nueva estrategia de apropiación: el asalto a los recursos naturales, ya que la verdadera plusvalía consiste, por ejemplo, en que la propiedad del litio no renovable se liquide hasta la última gota de agua dulce. El mundo de Elon Musk necesita un dibujo animado y una doctrina: el dibujo animado es la motosierra de Milei, o la inteligencia artificial, donde jamás podrán recrear la emoción del lenguaje humano. No lo saben, lo intentarán pero no podrán. ¿Hacemos una apuesta? La filosofía del exterminio se define en la frase: “A nosotros las personas no nos importan, nos importa la supervivencia de la especie”. Ergo, avanzar contra el Nunca Más implica desandar una de las últimas prohibiciones, como si finalmente, y Milei ya lo sugirió, se aceptara avanzar sobre permitir el incesto. Pero no tiene que ver con la reproducción de la especie humana sino con su sobrevivencia como cultura. La desarticulación de lo político siempre antecede al arrasamiento de lo humano. ¿Resistir el negacionismo es la tarea? Algo más: si la batalla está planteada, la batalla por lo humano recomienza. Anida en borrar de un golpe memorioso ese rictus amargo de Astiz. A ver si nos entendemos: defender el Nunca Más es la batalla más trascendente de sobrevivencia nacional. Si la economía no es para que miles de personas no mueran de hambre, la memoria no es para que millones de seres humanos no se maten unos a otros.

O sea, a ver si nos entendemos: hambre y explotación prometen los millonarios de la inteligencia artificial y sus payasos motosierreros del TikTok y del tercer mundo. Pero antes se deben olvidar los pactos civilizatorios que nos transformaron en humanos y nos constituyen como argentinos. Viva el Nunca Más.

Escrito por
Maria Seoane
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