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Caras y Caretas

           

Hasta siempre, María

Esta columna se llama Enfoques porque es el nombre que eligió hace unos años María Seoane, directora de contenidos editoriales y hacedora de la revista Caras y Caretas, para diferenciar este espacio de opinión del editorial de la revista, que hasta entonces escribían ella por un lado y Felipe Pigna por el otro, en su calidad de director.

Enfoques, justamente, era el lugar donde María decidió apuntar su mirada sagaz y crítica de brillante interpretadora de la realidad. Donde cruzaba información del ámbito de la política y de la economía con datos históricos, donde trazaba sus parábolas sorprendentes, donde nos interpelaba al ejercicio constante de la memoria y a la acción frente a la injusticia. Cómo nos faltará la mirada de María en estos tiempos aciagos.

Pero también, Enfoques era un lugar donde María había decidido despuntar el vicio por la escritura autobiográfica (la literatura del yo). No por complacer un deseo de autorreferencialidad, sino más bien por la urgencia de dejar testimonio de una vida que, de algún modo, había sido testigo del siglo XX y de sus transformaciones espectaculares, a la vez progresistas y aniquiladoras. En 2004 publicó un libro que resume esa idea en el maravilloso título de Argentina. El siglo del progreso y la oscuridad. “Fue una noche inolvidable –por ejemplo, escribió en el número de octubre de 2021, evocando a su amigo del alma el artista plástico Aníbal Cedrón– porque hay momentos que nos unen a la cadena de las generaciones a las que tributamos. O, simplemente, son las formas del amor y la amistad que toma nuestra historia personal,
también universal.” Ese era el tono.

Nacida en 1948, durante el primer peronismo, pasó su infancia en una casa chorizo del barrio de Boedo, junto a sus padres y hermano. No se cansaba de recordar, sobre todo en sus últimos años, que sus padres, un obrero y un ama de casa, habían sido peronistas de la primera hora. Aunque ella en su juventud abrazó el sueño de la revolución socialista como militante del guevarista PRT, encontró en Néstor Kirchner, en 2003, el lazo que la unió con el peronismo y que le permitió reencontrarse con esa familiaridad lejana, con ese amor por el pueblo encarnado en la figura de ese hijo de las Madres de la Plaza, ese compañero que, como ella y como los miles de exiliados y presos políticos, como los 30.000, lo habían dado todo por un proyecto de país mejor (hoy diría María, más justo, libre y soberano).

Otra vez, cuando se cumplieron diez años de la muerte de Luis Alberto Spinetta, María se preguntaba, en medio de un delirio de fiebre causado por el coronavirus: “¿Cómo sería escribir un texto que marque el ritmo de la memoria? No de la poesía del Flaco sino de aquel momento en que escuché, hace medio siglo, que yo era una muchacha con ojos de papel, que no debía correr, que debíamos aceptar el amor. Pero estábamos demasiado ocupadas en la revolución. Tanta ternura del rock nacional”.

La infancia, signada por el trabajo dignificado del padre, por el reconocimiento de los derechos adquiridos, por la posibilidad de salir adelante y convertirse, en algún momento, en la primera universitaria de la familia; la adolescencia y la primera juventud, entre amores audaces y la fascinación por el boom de la literatura latinoamericana, la Revolución cubana, el Che, la militancia; luego el exilio, los amigos para siempre, el periodismo. Y siempre la realidad, marcando el pulso.

Un poco en broma y un poco en serio (bastante más en serio que en broma), me gustaba decirle a María que iba a editar esos textos que cada mes publicábamos en Caras y Caretas (que cada mes, durante casi veinte años, tuve la suerte de editar, primero en formato de editorial y luego como Enfoques) como la novela de su vida, que era una parte, claro, de la gran novela de los argentinos.

Enfoques no va a salir más. El último, en verdad (para usar un modismo de María), se publicó en el número de diciembre de 2023 bajo el título “Terminators” y hablaba sobre la complicidad del capitalismo en el calentamiento global. Me lo entregó el 6 de diciembre: “Mando lo que pude… reflexionar. Besitos (no puedo con mi genio, ¿eh?)”. Por suerte antes del 27, cuando no quiso más, pudimos despedirnos.

Escrito por
Cecilia Fumagalli
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