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Caras y Caretas

           

Benito de La Boca, un musical de acá

Con idea y dirección general de Lizzie Waisse y música original de Gustavo Mozzi, la obra presenta la historia del gran artista plástico Quinquela Martín, fundador mítico del barrio más colorido de la ciudad de Buenos Aires.

“Pinta tu aldea”, enuncia el personaje de Benito Quinquela Martín (Roberto Peloni) en el musical de reciente estreno en el Teatro de la Ribera, y la remanida expresión de intenciones adquiere otro significado, lúdico o acaso paradójico.

Sucede que Quinquela no solo pintó su aldea, en este caso, el barrio de La Boca, sino que prácticamente lo inventó de vivos colores, relegando los grises originales. Una mirada de artista que sus habitantes adoptaron como propia y procedieron a reflejar en el paisaje urbano.

¿Qué fue primero, La Boca o Quinquela? Quizás se hayan hecho el uno al otro.

El principal mérito de Benito de La Boca es contar de manera efectiva y afectiva una historia, no por conocida, menos singular y apasionante, muy nuestra, y hacerlo en un formato importado de otras tradiciones escénicas, con una línea musical propia.

El argumento escoge al compositor Juan de Dios Filiberto (Rodrigo Pedreira) como narrador, o quizá mejor, cicerone, interlocutor entre público y obra, personaje idóneo para atravesar la barrera temporal y la “cuarta pared” teatral, y poner en contexto ciertas situaciones y arquetipos. La elección no es ociosa ni oportunista. El autor de “Caminito” fue amigo incondicional de Quinquela, compañero de aventuras y sueños, además de compartir un mismo origen social, el de los de abajo.

El correlato de una guía turística (Belén Pasqualini) tampoco es caprichoso. El barrio suele ser circuito favorito de mucho turismo ávido de exotismo y “color local”, con epicentro en el estadio de Boca Juniors, la mítica Bombonera.

El contrapunto cómplice entre ambos es uno de los puntos inteligentes de la puesta, idea y dirección general de Lizzie Waisse, y música original de Gustavo Mozzi.

Otros personajes históricos cruzan el umbral de la ficción. El legendario legislador socialista Alfredo Palacios se hace presente para pedir el voto en esa barriada obrera, tal cual registran las crónicas. La poeta Alfonsina Storni carga con el estigma de madre soltera y acaso con la premonición de su trágico final.

En su génesis artística, Benito… comenzó como una ópera, que Waisse, experimentada regista, imaginaba en torno a la figura de Quinquela, y que mutó de formato en el camino de la producción a cargo del Complejo Teatro Buenos Aires, hacia un espectáculo de gran musical apto para todo público.

“Era fundamental hacerlo en ese teatro, en el medio de todas las fundaciones e instituciones del barrio, porque nunca se le había hecho un homenaje justamente en esa sala donada a la comunidad por el propio Quinquela”, reseña la cabeza del proyecto.

El correlato escenográfico es otra de las singularidades que difuminan o entrelazan las fronteras entre ambos mundos, no solo en la forma sino también en el feedback con un público afín, que repite asistencia mezclado entre las delegaciones estudiantiles de entre semana y el más generalista de sábados o domingos. Para ellos, es la historia del vecino famoso lo que está en escena. Para todos, cuatro enormes murales del artista en el interior de la sala prestan marco al escenario.

Aunque Waisse nunca resignó del todo su idea original. “Construí la estructura del musical como si fuera una ópera, con dúos, arias, el coro final, y me inspiré en los conceptos de la puesta en escena wagneriana, que interconecta todas las artes de la puesta con un fin, funcionando en simultaneidad”, explica.

Respondiendo a su premisa, el montaje no se priva de nada y el presupuesto estuvo bien invertido, instalando la obra en el nivel de gran espectáculo que suma a una veintena de artistas en escena, surgidos de un casting con convocatoria abierta.

En tanto, desde lo musical, Mozzi traduce el contenido hacia los sonidos y texturas que lo tienen como investigador y alquimista de ritmos rioplantenses tamizados con una impronta académica. 

“Desde la música no negocio ni un centímetro porque me gusta que se oriente hacia un musical criollo, con los géneros propios de esta orilla, más allá de algunos pasajes que suenan más orquestales o cinematográficos”, señala el director, que se pone al frente de la formación en vivo personalmente en cada función y ya prepara la grabación de la banda de sonido como continuidad natural de su exquisita discografía.

Hacerse de abajo

Todos conocemos sus cuadros y seguramente, parte de su historia. Pero, ¿conocemos realmente a Quinquela? ¿Valoramos su patrimonio, que no está en ningún museo de elite sino al alcance de todos, a metros del Riachuelo, que fue su principal fuente de inspiración? ¿Entendemos su postura ética frente a la vida? Esas inquietudes encuentran espacio y desarrollo en el transcurso de la obra, sin caer en excesos pedagógicos.

“En estos tiempos en que las acciones de las personas están tan alejadas de lo solidario, él siempre tuvo como ejes el bien, la belleza y la verdad. Fue coherente entre la acción y la palabra. Sentí que era fundamental para mí visibilizarlo”, apunta Waisse, que se topó con la historia del fundador mítico de La Boca investigando con un grupo de estudio de la carrera de cine documental de la Universidad Nacional de San Martín.

Nacido en marzo de 1890, Quinquela fue abandonado en la Casa Cuna de Barracas a las pocas semanas. Su origen oscuro, nunca dilucidado, quizás esconda el fruto de un amor prohibido de otra clase social. Según el testimonio de las religiosas que lo acogieron, sus prendas revelaban la posibilidad de cierta prosperidad.

“Este niño ha sido bautizado y se llama Benito Juan Martín”, decía la nota adosada, única pieza de información fidedigna.

A los ocho años, el huérfano recaló en el proletario hogar conformado por un inmigrante genovés, que le legó el apellido (Chinchella), y una madre entrerriana con sangre india, que se esmeraba en completar su educación, aun cuando las estrecheces económicas del matrimonio dictaban otras urgencias.

Tuvo un primer maestro de pintura, Alfredo Lazzari, que le impartió los  conocimientos básicos de arte, en un taller de su barrio.

Vivió como un vagabundo, pernoctando en barcos anclados y viviendas precarias, sin alejarse demasiado de la geografía que sentía como una patria chica. Hasta que una nota en la mítica revista Fray Mocho y una publicación de sus cuadros en Caras y Caretas alumbraron cierta curiosidad por su obra, que escaló hasta el reconocimiento esquivo de la crítica especializada hacia los motivos populares.

Pasó años en Europa y conoció el lujo y los placeres mundanos, volvió siempre al barrio que lo cobijó como el hijo pródigo que era.

Benito de la Boca lo cuenta, lo canta, lo baila y lo pone en escena.

Benito de la Boca se presenta en el Teatro de la Ribera (Pedro de Mendoza 1821, CABA) los miércoles, jueves y viernes a las 14.30, y sábados y domingos a las 16.

Escrito por
Oscar Muñoz
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