La base de toda alquimia es la transformación, la capacidad de moldear la materia para dar cuenta de algo distinto, preciado, pero en cuya esencia se conservan las propiedades más primigenias, las históricas, las ancestrales. Nicolás Favio es un artista atravesado por la historia familiar, por la cultura popular que rememora su apellido, pero que ha sabido construir un camino singular; del trovador que resiste con sus canciones la empellada de una industria más atenta a las reproducciones que a las sensibilidades de una melodía.
Hijo del querido Leonardo, un hito del cine nacional y de nuestra música popular, Nicolás se crió entre zapadas, shows, encuentros memorables y una educación sentimental que le permitió cimentar su camino de artista desde la impronta colectiva: el rejunte de músicos, artistas y colegas que rompen con ese panorama de individualismo que hoy rodea al mainstream. En su más reciente material, Alquimia, se permite bordar un trabajo ecléctico de sonidos, géneros y letras que confluyen en una mirada sensible sobre la vida y las ilusiones, en tiempos de creciente desesperanza.
–¿Qué recuerdos de la infancia guardás respecto de tus padres con relación al arte?
–Todo estaba relacionado con el arte, incluso en mi niñez. Cuando mi papá estaba prohibido, y teníamos el viñedo en Las Catitas, Mendoza, la guitarra siempre estaba ahí, en el patio, con mi papá tocando milongas y mi mamá que cantaba hermosamente las canciones de Violeta Parra. Mi papá soñaba con hacer Severino Di Giovanni y esa historia era nuestro cuento de las buenas noches, o si no mi mamá me leía a Neruda o me contaba escenas de Juan Moreira porque en aquellos días no había videos ni DVD. Entonces ella me contaba con lujo de detalles cómo eran las películas que mi papá había hecho, y me metía tanto en ello que cuando pude verlas completas era como que ya las había visto, lo que yo imaginaba mientras mi mamá me narraba esas historias era prácticamente igual a cuando finalmente las pude ver.
–En tus discos permanecen con sutileza ciertos giros que son homenajes a tu padre y a su talento como músico y cineasta. ¿Cómo aparece ese puente en tu proceso creativo y cómo lo definirías a él en el plano artístico?
–La palabra “homenaje” no me gusta mucho, las canciones de mi papá eran parte de nuestra cotidianeidad. Cuando nos estábamos por ir a vivir a México, mi papá escribía una milonga, “Bebamos, buen amigo”. Habla de una despedida, alguien que debe partir para no regresar, le cantaba a su amigo y mi papá la cantaba en el patio de casa. Y yo se las cantaba a mis amiguitos, porque también me iba con mi familia. Las canciones de mi papá eran parte de nuestras vidas, algo de todos los días. Pero con los años fui dando un giro y empecé a escucharlas desde otro lugar, a tomar una distancia que me llevó al asombro. Y esas canciones que mi papá cantaba y que para mí eran algo tan cotidiano de pronto tomaron otra dimensión para mí y tomé conciencia de lo que eran realmente: la grandeza, la profundidad que había en ellas. Canciones tan sencillas como profundas. Y comencé a enamorarme de ellas, luego a versionarlas, y es algo que disfruto muchísimo no solo yo, mis compañeros de banda también. Porque no solo hay en ellas una vigencia en el recuerdo y el corazón de la gente, sino que tienen una vigencia artística. A a quién no le pasó eso de “yo estaba en el bar, la miré al pasar, yo le sonreí y le quise hablar me pidió que no, que otra vez será”. Es algo que aún pasa y nos seguirá pasando y por eso son tan actuales, son parte de la vida misma.
–Participaste en la banda sonora de la última película de Leonardo, Aniceto, estrenada en 2008, con la composición, entre otras, de “Canción de juventud”. ¿Cómo fue esa experiencia y cómo es tu relación con el mundo cinematográfico?
–Ser parte de Aniceto es lo más maravilloso que me dio la vida, jamás me imaginé que iba a ser parte de la banda sonora de una película de mi papá, ni en mis sueños más grandes. La escribí pensando en un amigo que tuvo el mismo final de Aniceto, acribillado por la espalda a balazos cuando él tenía 19 años y yo 16. Fue una experiencia que me marcó y con los años las emociones que ese recuerdo me traía logré volcarlas en “Canción de juventud”. Cuando mi papá la escuchó cerró sus ojos y cuando terminó, los abrió y me dijo: “Este es el final de Aniceto“, y yo sentí que tocaba el cielo con las manos porque, aunque tenía sueños y aspiraciones con la música, jamás me imaginé que una canción mía iba a ser parte de alguna de sus películas y mucho menos de algo tan grande como Aniceto.
–En tu último disco, Alquimia, que presentaste en La Plata junto con el reconocido trompetista Miguel Ángel Tallarita, recorrés varios géneros musicales, pero sobre todo con la canción como protagonista. ¿Es una manera de sostener la vigencia de aquellos géneros que han sido tan importantes para la música popular?
–La canción siempre prevalecerá cuando hablamos de canciones legítimas. Una canción brota simplemente. También existen las canciones prefabricadas, o sea, palabras que riman, una melodía que puede ser más o menos buena y puede incluso tener gran masividad. Pero la canción legítima es otra cosa. No me fijo mucho en cuáles son los sonidos de moda, pienso que el “Claro de luna” de Beethoven o en “Yesterday” de Los Beatles. Son canciones que llegaron a mí muchos años después de haber sido grabadas y me conmovieron de igual manera. Cuando comencé a hurgar en la música, iba descubriendo música de los años 60 o 70 que sonaba muy diferente a la música que sonaba en los medios de los años 80 o los 90, y sin embargo me conmovía igual o más. Por ejemplo, descubrí a The Doors y Led Zeppelin cuando tenía 15 años a mediados de los 80 y me fascinaron. Para mí eran algo nuevo, no música vieja. No existe la “música vieja” si es música de verdad y sobre todo si tiene poesía. Pasa que a veces lo masivo depende de la industria; quién iba a decir que el bolero iba a revivir en los años 90, sin embargo, apareció Romance de Luis Miguel y la juventud volvió a cantar y a emocionarse con las canciones que emocionaban a nuestros abuelos. Pasó también con la música tradicional cubana de la mano del documental Buena Vista Social Club, que volvió a copar el mundo entero. Otro ejemplo es Amy Winehouse, su música suena nueva pero tiene más que ver con la música negra de los años 50 que con todo lo que vino después . En Alquimia hay canciones como las que grabamos de mi papá, algunas de 1969 y 1973. También hicimos una versión de “Natural”, de Tanguito, que fue escrita en 1968. Todas van de la mano con canciones escritas en 2001 y 2022.

–En Alquimia hay mucho de folk, country, blues, folklore, y también de esa resistencia a los embates del sistema que tantas canciones han sabido representar. ¿Cómo definirías el espíritu detrás de las letras que conforman el disco?
–Lo del country y el folk fue algo que surgió en la pandemia. Comencé a escuchar a músicos como Bob Dylan o Johnny Cash, particularmente ese estilo de acordes y armonías me disparaban la imaginación, me hacían pensar en los atardeceres o los amaneceres en la ruta, soñar con agarrar el bolso y la guitarra para irme a tocar a otra ciudad, como hacía antes de la pandemia. Pero, aparte de la influencia del folk, tambien tiene la influencia afroamericana, el son, el bolero, el blues. De ahí el nombre Alquimia, que nos propuso Jorgelina, la compañera de Daniel German, nuestro guitarrista. Por otro lado, el espíritu de las canciones lleva consigo esa sensación liberadora que tanto bien me hacía cuando tocaba la guitarra, encerrado en mi casa. Estas canciones eran de las pocas cosas que me sacaban a flote emocionalmente, eran mi tabla de salvación. Algunas de las canciones que hicimos con mi gran amigo Nacho Wisky, como “Llorando” o ” Los juegos del amor”, tienen más de veinte años. Y son canciones que amo, que quiero seguir cantando toda mi vida. Después de que Nacho partió físicamente, me fue muy difícil encontrar a alguien con quien tener una comunión tan profunda para hacer canciones juntos, pero un día, sorpresivamente, con mi tío Horacio, que es el hermano menor de mi papá, comenzamos a escribir nuevas canciones que son parte de Alquimia. Una de ellas, “Con mis alas tan alto”, nació el 25 de noviembre de 2020, y luego fueron apareciendo todas las demás. También trabajamos con Jorge Candia, que escribió grandes clásicos con mi papá, hizo parte de la música de Nazareno Cruz y el lobo. Alquimia es un trabajo en equipo. El aporte de nuestro ingeniero de grabación, Jorge Peso, es fundamental. Con él logramos ese sonido crudo que es lo que yo quería y el aporte de los músicos, la guitarra y arreglos de Daniel German y de nuestro tecladista, Guille Chapor, todos músicos a quienes admiro y tocamos juntos hace muchos años, como Miguel Ángel Tallarita y algunos de los músicos de su banda La Con Todo Band. Ahí terminó de consolidarse la base en vivo, con la batería de Diego Olivera, la percusión de Enrique Martínez y el bajo de Alfonso Alcoleas. También Lolo Micucci, sin él hubiera sido imposible hacer un concierto como el que hicimos el 27 de noviembre último en el CCK, al que llamamos “Celebración de la obra viva de Leonardo Favio”. Todos ellos son un aporte muy importante en este disco, en el sonido en vivo y el proyecto en general.
–¿Cómo fuiste desarrollando tu interés profesional por la música y cuáles fueron tus comienzos, en lo más íntimo de tus recuerdos?
–Cuando tenía cinco años vi por primera vez en TV a Elvis Presley y me volví loco, después a los siete años comencé a estudiar piano en Mendoza y mi mamá me enseñaba los primeros acordes en la guitarra, y se despertó en mí la fascinación por el rock, sobre todo por el sonido de las guitarras eléctricas. Y comenzó mi búsqueda, me iba a las casas de música a buscar guitarras eléctricas, pero al tocarlas no sonaban como las bandas que yo escuchaba por aquellos días, que eran Kiss y Queen. Hablo de 1978 más o menos. Y siempre salía desilusionado de las casas donde vendían instrumentos musicales porque, aunque eran guitarras eléctricas, no sonaban igual. Fue recién a los 15 años, en Colombia, que di con los músicos de rock de Pereira, la ciudad donde vivimos durante diez años. Y descubrí lo que era un pedal de distorsión y se hizo la luz, fue algo tan movilizador para mí que no salía de mi pieza, pasaba horas y horas tocando sin parar. Luego comencé a tocar con las bandas locales y me pasaba todo el día y las noches en la sala de ensayo, que era mi segundo hogar. Salía de la escuela y me iba a la sala de ensayo, casi no iba a mi casa. La primera vez que toqué con la banda, la sensación fue como si me despegara de la superficie de la tierra y es lo mismo que siento hasta el día de hoy cada vez que estoy con la banda.
–¿Cómo ves el horizonte de la canción popular en la Argentina? ¿Sigue teniendo vigencia el trovador que lleva su guitarra y sus canciones a lo largo del territorio?
–Volvemos a lo que dije del bolero en los 90 con Romance de Luis Miguel. Hay una familia, Isaac et Nora, una niña que canta con su hermanito y su papá, hacen antiguas canciones latinoamericanas. Comenzaron subiendo videos caseros y hoy andan de gira por el mundo. Las canciones de mi papá no hay moda que las opaque. Lo que pasa es que lo que impera hoy en día en los sonidos que escuchamos es algo producido por computadora. A los dueños de las grandes corporaciones les viene bárbaro, no hay que pagar a músicos y los grandes medios no dan lugar a difundir más y diversos artistas porque las grandes discográficas tienen acaparado todo y no permiten que las radios masivas le den difusión a nada que no tenga que ver con ellos. Por ahí, con mucha suerte, si un jugador de fútbol famoso dice que escucha tu música, al otro día estas en todos los medios. ¿Te imaginas si mañana aparece el Dibu Martínez diciendo que le gusta una canción tuya y al otro día estás haciendo diez Luna Park? Igual vamos tranquilos, creyendo en el proyecto, sin apuro de nada. También detrás de lo musical hay gente, como nuestro representante Fernando Fernández y amigos que siempre están, firmes al pie del cañón, y eso es lo que realmente importa, lo otro es algo externo y ajeno a nuestro trabajo.
–¿Puede el arte todavía construir un refugio de la realidad que brinde un mensaje de solidaridad en tiempos donde el individualismo es tan fuerte?
–El individualismo y el exitismo exacerbado hacen que una gran cantidad de gente solo vaya a prestar atención si se entera de que tal o cual tuvo cien millones de descargas en Spotify. Le han quitado a la humanidad la capacidad de elegir por sí misma. Han diagramado todo de tal manera que no haya lugar para los sueños de la gente, lo que ellos llaman “música” es solo un ruido de sonido ambiente que suena de fondo mientras estás viendo videítos de TikTok. Por ahí, la música real vuelva a ponerse de moda como los programas de cocina, las barberías o la cerveza artesanal, qué sé yo. Por ahora no pienso en todo eso porque terminás amargándote. Solo sé que hacer música me genera una satisfacción que está por sobre todas las cosas. Por otro lado, sé que el mundo es como es y no como debería ser, y nos preocupamos demasiado en querer cambiarlo cuando lo que tenemos que hacer es entenderlo, como dice Facundo Cabral. Prefiero entrar a YouTube y ver los videos de nuestro concierto, un registro maravilloso que produjo Osky Frenkel, con la dirección de Matías Calzolari. También ellos son parte fundamental de este proyecto, son como músicos, pero con cámaras. Así que prefiero enfocarme en todo eso que esperé hacer durante tantos años, y haberlo hecho me hace inmensamente feliz.