El lenguaje de la poeta polaca Wislawa Szymborska (1923-2012) parece lo que no es. Parece sencillo. Parece ligero. Avanza sin tropiezo. Es juguetón, incluso, por momentos: “La cebolla es otra cosa./ Ni siquiera tiene entrañas./ Es cebolla enteramente/, al más cebolloso grado./ Por fuera tan cebolluda,/ cebollina de raíz,/ puede escrutarse por dentro/ sin ningún remordimiento”. Es entrador y afable. Sin embargo –una de cal, una de arena– detrás de la amabilidad se esconde, con espesor de amianto, el filo de un puñal, una bala perdida, un latigazo que despelleja y desconcierta: “Donde estaba Hiroshima/ de nuevo está Hiroshima/ y se siguen produciendo/ objetos de uso cotidiano.// No le faltan encantos a este horroroso mundo/ ni tampoco amaneceres/ para los que merece la pena despertar”.
Cada poema de Szymborska afecta como un puñado portentoso de frutos secos con un toque de pasas de uva. Deliciosa densidad con rocío de dulzor. Un shock calórico que nos ensancha y nos tumba mientras nos destila y abanica. “Después de cada guerra/ alguien tiene que limpiar./ No se van a ordenar solas cosas,/ digo yo.// Alguien debe echar los escombros/ a la cuneta/ para que puedan pasar/ los carros llenos de cadáveres.”
Szymborska mete el mundo entero en nuestra casa. Cada poema nos comprende –nos espeja– mientras nos araña. Deja herida y comezón. E invita a que nos revolquemos donde nunca es paraíso. “En el sendero yace un escarabajo muerto./ Dobló cuidadosamente tres pares de patitas sobre el abdomen./ En lugar del desorden de la muerte: elegancia y orden./ El horror de esta imagen es moderado,/ su alcance estrictamente local: de la grama a la menta./ La tristeza no se contagia./ El cielo es azul.// Para tranquilidad nuestra, los animales tienen aparentemente una muerte/ más superficial, no fallecen, simplemente mueren,/ perdiendo –así queremos creerlo– menos conciencia y menos mundo,/ abandonando –así nos parece– un escenario menos trágico./ Sus pequeñas y humildes almas no nos espantan por la noche,/ guardan las distancias,/ saben qué son las mores.”
Nos concede la piedad mientras nos marca el error (o el horror). Nos concede la piedad y nos anima a sonreír. O a reír, incluso, de nuestra avaricia y nuestro dolor. Piedad y humor, una dupla exigente y difícil. Me refiero a ese impalpable polvillo de humor que sobrevuela la tragedia, un rasgo tan típicamente presente y vernáculo en las obras de teatro de Anton Chéjov. La liviandad en el trazo, la vehemencia al otro lado del surco carmesí. La engañosa sencillez de una engañosa superficie que coquetea con el fracaso, enraizado en la existencia. “El humor es la unión orgánica entre la tristeza y la risa”, define bien Szymborska.
Entramos al poema. Son pinturas de la zozobra que nos acogen y nos hacen jugar en su espacio tridimensional. A veces nos acarician, otras nos estallan en la cara: “La bomba explotará en el bar a las trece y veinte./ Ahora apenas son las trece y dieciséis./ Algunos todavía tendrán tiempo de salir./ Otros de entrar.// El terrorista ya se ha situado al otro lado de la calle./ Esta distancia lo protege de cualquier mal,/ y se ve como en el cine:// Una mujer con una cazadora amarilla: ella entra./ Un hombre con unas gafas oscuras: él sale”.

Vida y destino
Hay un modo de escribir que se corresponde con un modo de vivir. “Soy la que soy./ Casualidad inconcebible/ como todas las casualidades”. O: “Vida al instante./ Representación sin ensayo./ Cuerpo sin prueba./ Cabeza sin reflexión.// No conozco el papel que tengo./ Solo sé que es mío, intransferible”. Szymborska no tuvo rasgos de poeta maldita ni transitó las regiones de la desmesura ni se arrastró por las alcantarillas luminosas del romanticismo. Nada de eso. Su austeridad en la escritura refleja su austeridad en la vida. Se casó con Adam Wlodek, intelectual y periodista comunista, en 1948. Antes de conocerse, Wlodek recibió en la redacción del Diario Polaco, donde trabajaba, los poemas de una joven e inexperta Szymborska, a los que consideraba flojos: “Tan flojos –escribió en sus memorias– que no veíamos la posibilidad de aprovechar ninguno. A la vez, no podíamos comunicarnos con la autora dado que después de su primera y única visita a la redacción, no volvió más ni tampoco dejó su dirección”.
Otro redactor defendió el poema “Busco la palabra” y publicó un fragmento, ya que lo consideraba muy extenso. Szymborska reapareció por la redacción reclamando su pago. Era 1945. El fin de la guerra y el comienzo de su vida universitaria. Primero Filología y luego Sociología. Pero abandonó. Cosiendo la bandera hubiera sido su primer poemario, en 1950, pero nunca se publicó. La guerra, el compromiso militante, la mirada social y política atravesaban ese libro. Un año más tarde empezó a trabajar como redactora en la revista Vida Literaria. Finalmente, en 1952 publicó Por eso vivimos, libro que le permitió acceder a la Unión de Escritores Polacos. Un año más tarde, se hizo cargo del área de poesía de Vida Literaria. Wislawa no comulgaba demasiado con grupos, instituciones y demás espacios que encerraran (“cárceles elegidas”, las llamó la genial escritora Doris Lessing). Era estoica y distante. Finalmente, no incluyó ese primer título en su más reconocida obra, traducida a más de cuarenta idiomas, Poesía no completa. En un curso de posgrado que dictó en los 90 en la Universidad Jagiellonski, Escuela de Escritores, les dijo a los estudiantes que el acto creativo más importante de un poeta es borrar, y el mueble más importante, la papelera. “Publico poco porque escribo por la noche y de día tengo la repugnante costumbre de leer lo que escribí y constato que no todo aguanta la prueba de un solo giro del globo terrestre.”
Adam y ella vivieron en un ático, casi una habitación. En 1954 se divorciaron en buenos términos. Mantuvieron la amistad hasta el final de la vida de Adam. No solo era el primer lector y crítico de todos sus poemas, sino que Wislawa lo cuidó y lo atendió hasta el final: murió en 1986. Poco antes, Adam le había regalado un ejemplar mecanografiado y cosido cuidadosamente con los poemas que Wislawa había escrito entre 1944 y 1948, publicados en revistas y también inéditos que habían integrado Cosiendo la bandera. Un tesoro arqueológico para investigadores y fanáticos.
A mediados de la década del 60, conoció al narrador Kornel Filipowicz, diez años mayor que Wislawa, con quien mantuvo una relación estable durante 23 años, hasta 1990, cuando Kornel murió. “No vivíamos juntos, no nos estorbábamos mutuamente. Hubiera sido ridículo: uno escribiendo a máquina, el otro escribiendo a máquina… Éramos como dos caballos que galopan a la vez. A veces no nos veíamos durante tres días.”
Lecturas no obligatorias y Correo literario
Paralelamente a su quehacer poético, Szymborska desarrolló una escritura en prosa que no solo mantiene el mismo tono de sus poemas, sino que alcanza espesor literario propio y, por lo tanto, autonomía lectora. Ya a mediados de la década del 50 estaba a cargo de la sección de poesía de Vida Literaria. En 1967, dejó su puesto como redactora fija. Y le ofrecieron, para que mantuviera el sueldo, que escribiera reseñas. Cayeron en sus manos los libros desechados, ninguneados, los destinados al olvido. Szymborska descubrió el encanto de esa clase de libros: siempre se ubicaba del lado de las cosas abandonadas. “No recuerdo que alguna vez rechazara libros peores en favor de los mejores, lo que, por otro lado, sigo haciendo hoy también. Escribo las Lecturas no obligatorias porque considero que el peor de los libros puede dar que pensar de una u otra forma (…) En mi vida de lectora siempre reinó un terrible caos.” Aunque ganó el Premio Nobel de Literatura en 1996, le encantaban las películas de Federico Fellini, amaba a Thomas Mann y traducía obras clásicas de literatura francesa, su curiosidad impulsaba otros caminos, otras inquisiciones. “Tras una dosis de monólogo interior apetece, para variar, enterarse de cómo estornudan los elefantes, o de cuántas patas tiene realmente el ciempiés.” De una selección de reseñas, salieron tres volúmenes preciosos que ofrecen, casi sin querer, una diversidad de géneros como pequeñas fábulas, microrrelatos, ensayos, biografías alternativas, reflexiones filosóficas. “Me gustan los pájaros porque vuelan y no vuelan. Porque se zambullen en las aguas y en las nubes. Porque sus huesos están llenos de aire.” Así comienza la reseña de un libro que habla sobre los pájaros de Polonia.
Pero no quedó ahí la cosa. A fines de los 60 inventaron un nuevo espacio de disquisición: Correo literario. Funcionaba como una especie de taller abierto. Siempre habían llegado a la sección de poesía manuscritos a raudales con la esperanza de ser publicados. Aunque cada devolución era anónima, el estilo delató a su autora. También de ahí nació un libro. Tanto en Correo literario como en Lecturas no obligatorias, Szymborska manifestaba, a través de su estilo tan característico, su modo de ver la poesía y la literatura. Esgrimía, lateral y escondidamente, reflexiones dispersas que, luego de un trabajo de rastreo y edición, podrían conformar un luminoso tratado para escritores: “Nos entristece que trate usted el verso libre como la liberación de cualquier rigor (…). La poesía era, es y será siempre un juego, y no hay juego sin reglas. Lo saben los niños, ¿por qué los adultos lo olvidan?”.