Desde hace tres décadas, el historiador israelí Raanan Rein se aboca a investigar diversos procesos políticos y sociales acontecidos en la Argentina. Si bien decidió focalizar en los gobiernos de Perón, también investigó temas tan diversos como el fútbol, la prensa, los intelectuales o las identidades. Su último trabajo, Cachiporras contra Tacuara (Sudamericana), nació sin embargo de la casualidad, en medio de una investigación a comienzos de este siglo para su libro Argentina, Israel y los judíos, en uno de cuyos segmentos indagó sobre las repercusiones locales del caso Eichmann, el criminal nazi capturado en la Argentina en 1960, en una operación secreta del servicio de inteligencia israelí Mossad.
Mientras investigaba ese caso, obtuvo un testimonio de una fuente que hizo referencia a grupos locales de autodefensa judíos que volvieron a reanudarse luego del recrudecimiento antisemita que produjo el caso Eichmann, cuyos mayores impactos fueron los asesinatos de Norma Penjerek y Raúl Alterman, así como las torturas a Graciela Sirota por parte de bandas clandestinas de ultraderecha.
Con todo, a Rein le resultó infructuoso durante largos años ahondar en este aspecto, pues una especie de “pacto de silencio” reinaba entre sus protagonistas, en parte por haber incurrido en actividades que rozaban la ilegalidad, en parte por la discreción solicitada por una de las figuras centrales de este movimiento, Mauricio “Tata” Furmanski, como así también por el rol secreto de emisarios del Estado de Israel.
Sin embargo, años más tarde Rein retomó esta exploración, y armó un rompecabezas que se inició por medio de instituciones que se habían vinculado con estos jóvenes judíos, como agentes que habían servido en el Mossad, diplomáticos retirados, la Agencia Judía para la inmigración a Israel, el American Jewish Committee y académicos de universidades israelíes que participaron como protagonistas de los hechos o bien eran familiares o amigos de algunos protagonistas.
Finalmente, pudo acceder también, en los últimos años, al testimonio de una centena de los protagonistas, muchos de ellos ancianos temerosos de que el coronavirus borrara definitivamente sus vidas y recuerdos, liberados además del compromiso, que el mismo Rein había asumido, de mantener reserva en vida de Furmanski, quien falleció a mediados de 2019.

Los protagonistas y otros hallazgos
Se trataba en todos los casos, apunta Rein, de jóvenes judíos que desafiaron al liderazgo del establishment de las comunidades judías de la Argentina y Uruguay, y también en Chile y Venezuela, por no “conformarse con protestas verbales, declaraciones y gestiones ante las autoridades nacionales, y que optaron por organizar una autodefensa y responder en forma combativa a elementos antisemitas en sus respectivos países”.
De esta forma, bajo la colaboración de emisarios israelíes, estos grupos conformados por jóvenes judíos de diversas extracciones ideológicas y religiosas se organizaron bajo el paraguas del “Irgún” (Organización), que replicaba el nombre de su símil original formado antes del nacimiento del Estado de Israel, para custodiar sinagogas, clubes y escuelas, así como realizar acciones de sabotaje contra bandas como Tacuara, que llevaban adelante acciones de intimidación en diversas instituciones comunitarias.
Sin embargo, como gran parte de las obras desarrolladas por este historiador recibido y directivo de la Universidad de Tel Aviv, la propuesta es ir más allá del objeto en cuestión, para convertirse en una “lente” desde donde observar diferentes procesos sociales argentinos y latinoamericanos.
Sucede que si en efecto pueden resultar atractivas las hasta el momento inéditas historias de autodefensa que narra el libro, que involucraron a miles de jóvenes judíos a lo largo de los años 60, en los hechos tuvieron un efecto más disuasivo que de combate, pese a la existencia de un policía argentino muerto en uno de los choques, y ayudaron más a reforzar una identidad judía y sionista de sus integrantes que a combatir el antisemitismo.
Así, Rein utilizó estos casos para describir el proceso del cambio de paradigma de una juventud judía latinoamericana que, en el contexto revolucionario de la Patria Grande, tras la Revolución Cubana y los triunfos militares israelíes, percibía en las acciones violentas la metodología necesaria para resolver las opresiones de las que era víctima, tanto en su condición latinoamericana frente al “imperialismo” como judía ante la radicalización que habían tomado los grupos de extrema derecha antisemita, por el contexto de violencia latinoamericana en general y la captura de Eichmann en particular, más allá de que dichos incidentes nunca tuvieran una magnitud superlativa en comparación con otros países.
El devenir de estos grupos tuvo dos derivaciones. Quienes adscribieron a un ideal sionista comprendieron que su lugar para sostener la lucha era la emigración a Israel, mientras que aquellos cuya principal motivación era la justicia social vislumbraron que la defensa de los grupos oprimidos debía continuar canalizándose por las agrupaciones de extrema izquierda nacionales, paradójicamente integradas en algunos casos por ex miembros de Tacuara contra los que habían combatido, quienes los recibían, no sin desconfianza, pero sí interesados por su manejo de técnicas de combate.
En cualquier caso, si estas historias se mantuvieron silenciadas, se debe en buena medida a la discreción de sus protagonistas y también, apunta Rein, a cierto recelo por parte de los historiadores israelíes no solo de narrar la vida de los judíos por fuera de los ámbitos comunitarios formales, sino también por abordar temas que podrían comprometer la imagen de las comunidades locales y del rol del Estado de Israel y sus emisarios en Latinoamérica.
Pero Rein vueve a privilegiar su rol de historiador por encima de cuestiones políticas e ideológicas, aunque no deja de preguntarse en el final si en efecto es o no correcto que un Estado actúe en favor de la minoría étnica o religiosa que representa, o si ello no implica una violación de los asuntos internos y de la soberanía de un país extranjero. Algo que, concluye, no ha tenido un verdadero debate público hasta el momento.