El taller escuela de Alfredo Iriarte, diseñador de todas las máscaras que se emplean en espectáculos teatrales de Buenos Aires y buena parte del país, además de exportar al mercado europeo, cumple con los arquetipos del género. Se ubica en el barrio de la Boca, al fondo del pasillo de una enorme construcción que alguna vez albergó una fábrica y hoy en día es una especie de conventillo de diseño. Ahí también vive Iriarte, con su familia, desde hace muchísimos años, convertido en un vecino caracterizado de la zona. Su espacio es sitio de peregrinación de todo tipo de gente vinculada al teatro y al arte en general.
Nacido en Montevideo, donde aprendió los rudimentos de la carpintería, que sería vital en el desarrollo de su labor creativa, Iriarte cruzó tempranamente el charco a los 19 años, a mediados de los 80, época rica en acontecimientos y propicia para aventuras de todo tipo.
“Me metí a estudiar pantomima y trabajaba para bancarme en el taller del Grupo de Teatro Catalinas Sur, que también comenzaba. Ahí aprendí a hacer zancos, implementos para las obras. Aunque más plata hacía con imaginería, que se especializa en el diseño y fabricación de figuras sacras para las iglesias, y se paga muy bien. Y yendo de lo sagrado a lo pagano, también fabricaba títeres y marionetas”, rememora.
Un día de ensayo en un estudio de actuación al que concurría, el joven e inquieto Iriarte descubrió y manipuló unas máscaras de madera originarias de la isla de Bali, tesoro celosamente resguardado por el director, que no demoró un instante en arrancárselas de las manos. Aunque fue suficiente. Al día siguiente, Iriarte se apareció con una máscara de fabricación artesanal sobre el rostro. Entonces comenzó todo.

En los primeros tiempos del Galpón de Catalinas, Iriarte también descubrió su vocación innata por la docencia. En esa experiencia comunitaria abierta a todo publico, le tocó transmitir su conocimiento a chicos de 10 años, cuando él apenas contaba 20. Ahora, suele hacerlo en cursos intensivos para iniciados en la materia o frente a auditorios seducidos por las cualidades lúdicas de su propuesta.
–¿De dónde vienen las máscaras? ¿Cuál es su origen y significado?
–Todas las mitologías se nutren de máscaras, están presentes en todas las culturas. En el teatro griego, la palabra “prósopon” designaba las máscaras que usaban los actores, luego, por extensión, pasó a significar al actor mismo que la portaba y la apariencia física. En latín, dio origen al término “personare”, que después evoluciona a “persona” y “personalidad”. En África, las máscaras representan a seres sagrados, que contienen a todos los antepasados de manera simultánea.
–¿Cómo es el proceso de confección de sus máscaras y qué destino tienen?
–Podemos hacer cualquier máscara que se requiera para un espectáculo teatral, a partir de la descripción del personaje y del argumento, y también a partir de las acciones y capacidades del intérprete, por la visión, por el agarre y por el material que se requiere. A diferencia del cine, que emplea materiales más blandos, para el teatro se emplea cartapesta o cuero o madera Para hacer máscaras de cuero, igualmente hay que hacer la matriz en madera. Es un proceso largo, porque la talla lleva varios días. Después, el cuero conlleva un proceso de cicatrización sobre la matriz y se convierte así en la piel de la matriz y eso lleva otro tanto. Además, se le agrega un refuerzo de alambre en sus bordes. Después, vienen los detalles de pelo, etcétera. Las de cartapesta son más sencillas, se modelan en arcilla y se hacen copias en papel. También se trabaja en látex o espuma de látex, pero no son de mi preferencia.
Las “máscaras Iriarte” son ya una marca registrada, que responde a diversos usos y necesidades. Para la obra de teatro Gaspet, que recrea el universo íntimo de un artersano del rubro, trabajó en estrecha sintonía con el autor e intérprete Marcelo Katz. La eficaz y sensible actuación encontró en las creaciones de Iriarte un soporte ideal. En espectáculos de gran despliegue escenográfico, como los que monta la murga uruguaya Agarrate Catalina (con la que trabaja desde sus inicios), las dimensiones y requerimientos trazan otros desafíos.
En tanto, su empleo con fines didácticos y hasta terapéuticos le abre un universo de posibilidades.
En ese sentido, Iriarte viaja desde hace años a París, donde colabora regularmente con el grupo Turbulences, que trabaja y acompaña el crecimiento de personas autistas desde la infancia.
Sus charlas abiertas no tienen un destinatario excluyente, constituyen “un vistazo a todas las máscaras” y suelen concluir con una experiencia grupal que difumina los límites entre público y actores.
“El rito del teatro requiere de dos partes presenciales que se ponen de acuerdo. El primer lenguaje es físico, se estudia un estado de ánimo que se traduce en movimiento y le aporta la lógica al personaje”, ilustra.
También continúa desempeñandose como actor en el Grupo Catalinas, oficio heredado por su hija Antonia, que creció prácticamente arriba de ese escenario. “Ahí, soy mi propia máscara”, sugiere respecto de su otra vocación jamás renunciada.

Tribulaciones
En sus derroteros por el mundo, Iriarte también desembarcó en Atenas, cuna del teatro clásico, y descubrió suficientes coincidencias para linkear con su trabajo con las murgas. Cuando dispuesto a sorprender con algo distinto mostró máscaras realizadas para los espectáculos de Agarrate Catalina, los atentos alumnos de la clase que compartía con su compatriota y anfitrión Camilo Betancourt lo identificaron rápidamente.
“Esto es ditirambo, dijeron, y resulta que en las fiestas dionisíacas en las que competían Aristófanes, Esquilo y Sófocles, y siempre ganaba Sófocles con su tragedias, aquellos –para tomarle un poco el pelo– inventaron unas máscaras que se pintaban con una mezcla de borra de aceite de oliva y pigmentos, y resulta que la borra se llama ‘murga’ en griego. De ahí todas las especulaciones y la conexión con la actualidad del carnaval”, desgrana.
Consultado rutinariamente por su oficio en cualquier Migraciones de aeropuerto, Iriarte suele responder con el eufemismo de “profesor”, para eludir explicaciones, sin faltar del todo a la verdad. Claro que puede haber imprevistos…
“Regresaba con un boleto de una compañía que estaba quebrada, desde Colombia, y hacía escala en Paraguay. De yapa, con un pasaporte uruguayo. Los agentes de Aduana, en Asunción, me revisaron el equipaje y se encontraron con un cargmento de treinta máscaras. Por suerte, llevaba una carta invitación donde se aclaraba el motivo de la visita”, se ríe con el recuerdo.
Entre la colección de máscaras de aspecto grotesco, humorístico y hasta neutro, que se emplean con fines didácticos, alineadas en las paredes del estudio, se destaca un modelo que refleja el perfil del ex presidente Néstor Kirchner.
Cuenta Iriarte: “Estaba en París y quería devolver gentilezas al embajador. Pero qué le podía regalar yo a un embajador, si tienen todo gratis. Entonces, consulté con un allegado. Porque el embajador era amigo de Néstor, y estaba muy afectado por su fallecimiento, que era reciente. Así que se me ocurrió hacer una máscara como homenaje y dejársela de regalo. Quedó muy agradecido y emocionado”.