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Caras y Caretas

           

“Cámpora no era un revolucionario que hubiera leído a Marx”

Fue uno de los armadores de las Cátedras Nacionales y condujo los Equipos Político-Técnicos de la Juventud Peronista en 1973. El sociólogo Ernesto Villanueva rememora la primavera camporista, y también la relativiza: “El movimiento estaba dividido”.

Ernesto Villanueva es uno de los intelectuales protagónicos de la experiencia de las Cátedras Nacionales de la UBA. Militante de las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP), luchó contra la dictadura y por el regreso del peronismo. En los meses previos a las elecciones de marzo de 1973, estuvo a cargo de la conducción de los Equipos Político-Técnicos (EPT) de la Juventud Peronista, y como funcionario del gobierno de Cámpora acompañó un proceso de reformas radicales en el mundo universitario. Testigo insoslayable de la época, sus ideales perduraron y se materializaron en políticas concretas durante el siglo XXI como rector de la Universidad Nacional Arturo Jauretche, de Florencio Varela, que tiene la virtud de incorporar en la educación universitaria a sectores largamente postergados del campo popular.

–¿Cuándo surgió la consigna “Cámpora al gobierno, Perón al poder”?

–No me acuerdo exactamente, pero seguramente desde el momento en que venció la fecha impuesta por Lanusse en la que Perón podía volver a la Argentina y ser el candidato. La consigna la inventó un estudiante de Filosofía y Letras que se llamaba Leonardo Bettanin, que trabajaba en publicidad, un compañero al cual mataron en Rosario. Él era de un grupo que se llama CEP, Centro de Estudiantes Peronistas, supongo. La gran pegada publicitaria de la campaña de Cámpora fue un cartelito sencillo hecho con una letra desprolija para mostrar lo popular: Perón vence. Con “Cámpora al gobierno, Perón al poder” y “Perón vence” se hizo toda la publicidad. A eso se sumó la camisa azul de Cámpora: se había comprado como veinte camisas iguales y parecía que usaba siempre la misma.

–En los procesos previos, ¿cómo se relaciona la impronta de pensamiento nacional y popular de las Cátedras Nacionales con el regreso del peronismo?

–Las Cátedras Nacionales tuvimos importancia en el mundo académico. Era concebir una universidad distinta a la reformista, que se consideraba progresista y no lo era. Somos expresión de una época, resultado y no tanto causa. Hay un proceso cultural que se va abonando lentamente. Por ejemplo, el folklore tiene un auge en los años previos, ¿tuvo influencia? Hoy, visto a cincuenta años, diría que sí. En el momento nadie lo creía, así como el rock nacional, que los militantes despreciábamos y que significaba una revolución de las costumbres. Nuestra generación era de dos grupos: militantes y hippies. El de los hippies contribuyó a la idea de una transformación cualitativa de la sociedad y es lo que quedó. Nosotros perdimos, desgraciadamente. Hay transformaciones culturales, lejos de la política: en música, en literatura, en gustos de la juventud, que van creando un clima distinto sobre la situación. No es el líder el que arma las cosas. Las Cátedras Nacionales acompañaron ese proceso, pero no transformaron el país.

–¿Qué otros aspectos forman parte de ese proceso cultural?

–Onganía y toda la dictadura militar tenían una política que impedía cualquier tipo de participación, y eso nos aunó contra un objetivo común. No solo proscribió al peronismo sino también al radicalismo, al socialismo. Entonces esa época fue una lucha por la libertad: en los sindicatos, en los partidos, en el estudiantado. Eso hace que gente que venía del cristianismo descubriera al peronismo; que muchos sindicalistas se despojaran de un sindicalismo amarillo y recomenzaran la lucha real; que, dentro de la política, un grupo de militantes se indignara con dirigentes que le hacían juego al régimen. Héctor Cámpora es expresión de eso. Cámpora no era un revolucionario que hubiera leído a Marx, no sé si alguna vez habrá leído a Marx. Bidegain era un nacionalista de derecha y luego deviene ícono de la llamada izquierda peronista. Son políticos que ven la situación diferente que está viviendo la Argentina; otros se quedaron en el camino. En esa etapa, Perón sabe agrupar a distintas fuerzas políticas.

-¿Cómo es recibida la fórmula presidencial dentro de la FAP?

–Cuando se larga el Gran Acuerdo Nacional de Lanusse, dentro de la FAP hay dos grupos: los que apoyan el juego democrático y los que no. Uno que va a apoyar es el Peronismo de Base; otros, la mayoría, se separan y van a los Montoneros. A ese último grupo se le llamó “los oscuros”. Dentro de los que quedaron hay otra escisión marxista, y a esos se los llama “los iluminados”. Los que van a constituir el Peronismo de Base postulaban que Perón es un líder burgués y que había que ser peronistas porque la clase obrera era peronista. Ellos creían que el sujeto de la acción social era la clase obrera autónoma.

–¿Cómo fue la experiencia de los EPT de la Juventud Peronista?

–En la campaña electoral hubo varios frentes culturales e intelectuales. Yo armé y conduje los EPT dirigido a grupos de economía, de sociología, de administración, cuyo tope de edad era 35 años. ¿Qué planteamos los EPT? Una propuesta dentro del capitalismo que le otorga un poder importante al Estado y una alianza con la burguesía nacional, fuerza para los sindicatos, participación de la ganancia de los trabajadores. Eso en términos teóricos. En la práctica, nuestra gente estaba en contra de ese planteo. Esa distancia entre el extremo del Peronismo de Base y Montoneros se sigue expresando en cómo se combina la ideología con la política. En las corrientes transformadoras, muchas veces el peso de lo ideológico es mayor que el de lo táctico. Éramos muy jóvenes y siempre habíamos ganado. Entonces, no entraba la idea de retroceder, el mundo iba para adelante. Con el tiempo se comprende que no siempre es así.

–¿Cuándo y por qué se decide que Rodolfo Puiggrós sea rector de la UBA?

–Rodolfo Puiggrós, además de ser un intelectual fuera de serie, es una persona más grande que su obra. Él rompe con el PC de procedencia poco después del 17 de octubre. Pensaba que el peronismo tenía limitaciones, pero no podía admitir que, frente a planteos populares, el PC se opusiera. Perón lo quería y se apoyó mucho en gente de afuera del peronismo. Por ejemplo, Solano
Lima, que se tuvo que escapar de la Argentina porque Perón lo quería meter preso. Pero cuando lo derrocan a Perón, Solano Lima le escribe: “Están haciendo con usted lo mismo que usted hizo conmigo. Eso está mal. Lo voy a acompañar”. El que te apoya cuando estás en las malas genera un vínculo de confianza perdurable.

–¿Cuál fue el saldo de los 49 días como secretario general de la UBA bajo el rectorado de Rodolfo Puiggrós?

–Nuestro grupo tenía muy claro qué hacer: las Cátedras Nacionales fueron fuente de inspiración. Los cuatro ejes eran: primero, el aprendizaje es más importante que la enseñanza. Basta del señor importante de la cátedra. Segundo, la práctica es más importante que la teoría. Tercero, los temas de investigación no tienen que surgir de la cabeza de los investigadores sino de las necesidades populares. Cuarto, la orientación de las profesiones tiene que estar al servicio del pueblo. Estábamos muy influidos por la teoría de la dependencia de Fernando Henrique Cardoso, por Paulo Freire, y en el contexto local por Jauretche, por Puiggrós. Cambiamos el plan de estudios de casi todas o de todas las carreras. Creamos un Instituto de Estudios del Tercer Mundo, un Instituto de Salud y Trabajo. Enseguida los estudiantes hacían prácticas en las llamadas villas miseria. Tal como dijo Puiggrós: “En una universidad de viejos puse un joven, en una universidad nazi puse un judío y en una universidad gorila puse un peronista”. Era la idea de cambiar todo en un proceso de movilización inmenso.

–¿Qué papel jugó Cámpora en su propia caída?

–En Conocer a Perón, Abal Medina no lo hace quedar bien a Cámpora. Hay un acuerdo inicial por el que Cámpora se queda un ratito y se va, y parece que Cámpora o Righi no tenían tan claro ese acuerdo. En mi cabecita, Cámpora era el representante de Perón, no percibíamos diferencias. Gente de la superestructura lo percibía. Mario Cámpora, el ministro de Relaciones Exteriores de Perón, había sido advertido por López Rega en Madrid: “Festejen ahora que después vamos a festejar nosotros”.

–¿Por qué perduró la idea de la primavera camporista como una etapa soñada o utópica que es recogida como bandera?

–Porque, desde la visión de los más jóvenes, Cámpora siguió representando la ilusión del proceso revolucionario y Perón no. Sin duda, esa primavera no fue tan primaveral. El peronismo estaba dividido y Perón fue incapaz de solidificarlo. Por un lado, me inclino a pensar que vio la coyuntura del cambio mundial antes que nosotros. Por otro, tuvo la misma actitud que cuando ganó en el 46: dijo “Yo gané” y se desligó de los que consideraba perjudiciales. En esa actitud no vio que ese sector que estaba excluyendo era una parte importante de la población y lo redujo a meros dirigentes: Cámpora, Firmenich, Perdía… Como esta historia la perdimos nosotros, hacemos hincapié en errores propios, pero Perón no pudo articular. Esa es la historia de un fracaso del cual el peronismo no se repuso hasta 1989, con el saldo de miles de desaparecidos.

Escrito por
Adrián Melo
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