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Caras y Caretas

           

A la caza de dólares

El comercio exterior es la verdadera fábrica de dólares y mostró una mejoría en los últimos tres años, aunque en 2022 se contrajo el superávit comercial. Las oportunidades del intercambio con Brasil, el socio clave.

Por más de diez años el comercio exterior argentino se mostró impotente para batir el récord de exportaciones y el superávit comercial, algo que en un país como la Argentina es vital para el crecimiento de las industrias, altamente dependientes de los insumos, partes y piezas importadas.

Pero ya se sabe, no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista, como dice el refrán. Así que, tras el récord de exportaciones de 83.950 millones de dólares alcanzado en 2011, en la etapa expansiva de la economía durante el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, la marca fue batida en 2022, durante otro gobierno del mismo signo político.

De acuerdo con los datos oficiales relevados por el Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec), las exportaciones totalizaron 88.446 millones de dólares el año pasado que, cotejados con los 81.523 millones de dólares de importaciones, arrojaron un superávit de la balanza comercial de 6.923 millones de dólares.

Siempre es importante que el comercio exterior, esa verdadera “fábrica de dólares”, cierre el año con balance positivo. Son los dólares que la economía necesita para funcionar, para importar los insumos que se requieren, para comprar medicinas y equipamiento médico importado.

También para adquirir bienes de capital en el exterior o contratar servicios que se requieren para aumentar y eficientizar la producción local y hasta para poder viajar al exterior, a esta altura, casi un deporte nacional para los argentinos.

La recuperación

Ciertamente, la Argentina acumula ya cuatro años consecutivos de números positivos en la balanza comercial, una tendencia que arrancó en 2019 (15.990 millones de dólares), siguió el primer año de Alberto Fernández en la presidencia –también de la pandemia de covid-19– con un superávit de 12.528 millones de dólares, en 2021 llegó a 14.750 millones y cerró 2022 con los mencionados casi 7.000 millones de dólares.

En contraste, en los cuatro años de Mauricio Macri en el poder hubo superávit en 2016, con magros 1.969 millones de dólares, y en 2019, y déficit comercial en 2017 (-8.309 millones) y al año siguiente, con rojo de -3.820 millones.

Más allá de los números, lo cierto es que el comercio exterior argentino recuperó su músculo en los últimos años, pero tampoco hay por qué negarlo, a fuerza de una estricta administración del comercio exterior.

La instrumentación de distintas instancias de autorización para importar bienes –SIMI o ahora las SIRA– contribuyen a mantener bajo control el flujo de ingreso y egreso de dólares a través del intercambio comercial. A esto se suma la obligación de pagar las importaciones a 180 días, impuesta por el Banco Central, un requerimiento que complica la relación de los importadores con sus proveedores del exterior.

Además, la brecha cambiaria cercana al 100 por ciento entre el dólar oficial, usado para las exportaciones (menos retenciones en los casos que corresponda) y el dólar informal o blue, tomado como referencia en la economía argentina, desincentiva las colocaciones de granos, oleaginosas y derivados, retrasando los embarques a la espera de un mejor tipo de cambio.

Menú importador

Este combo representa un verdadero nudo gordiano para el país. El problema sobreviene toda vez que la composición de las importaciones no deja mucho margen para la administración inteligente, dado que tres de cada cuatro dólares importados corresponden a insumos para la producción.

Según el último dato oficial de comercio exterior, las exportaciones alcanzaron en enero 2023 los 4.900 millones de dólares, mientras que las importaciones redondearon 5.384 millones. Es decir, el primer mes del año arrancó con déficit de 484 millones de dólares.

En el desagregado de las importaciones, los bienes de capital representaron 16,3 por ciento, mientras que insumos y bienes intermedios totalizaron el 34,5 por ciento, piezas y accesorios para bienes de capital el 21,8, y vehículos y automotores de carga, que engloba automóviles de pasajeros pero también camiones y utilitarios, sumaron un 2 por ciento. En total, estos rubros usados para la producción alcanzaron un 74,6 por ciento.

Por fuera de eso, quedan combustibles y lubricantes con 13,2 por ciento, un rubro que tampoco se puede cortar, a riesgo de que falten energía y otros componentes necesarios para operar, y los bienes de consumo con 11,6 por ciento.

El cisne negro

La campaña agrícola 2022/23 arrancó con un verdadero “cisne negro”. Por tercer ciclo consecutivo se registra un año “Niña”, caracterizado por notoria escasez de lluvias y sequía en la Zona Núcleo. Usualmente, a un año Niña le sucede uno Niño –con excesivas precipitaciones– pero esta vez vinieron tres años seguidos de seca, algo muy infrecuente.

El resultado es demoledor. La campaña de cultivos de invierno –trigo y cebada– fue muy mala, solo en trigo se perdió el 50 por ciento de la cosecha y casi no quedó saldo exportable. También está muy afectada el área de siembra en soja (de primera y segunda) y el maíz.

Sumando estos tres cultivos, la Bolsa de Comercio de Rosario calculó que las pérdidas por menores exportaciones superarán este ciclo los 10.000 millones de dólares.

“De ninguna manera creo que las estimaciones del comercio exterior vayan a estar en la proyección oficial, que era llegar a 110.000 millones de dólares de exportaciones en 2023. Si empardamos las de 2022, te firmo ya”, señaló Miguel Ponce, ex subsecretario de Comercio Exterior de la Nación y titular del Centro de Estudios para el Comercio Exterior del Siglo XXI.

En su opinión, “vamos a tener una afectación en torno a los 20.000 millones de dólares en términos de la sequía y las heladas tardías. Se está cuantificando el impacto de la soja y otros granos (trigo, maíz) pero no se cuantifica el impacto en las economías regionales”, explicó.

Ponce agregó que también afecta a las exportaciones la desaceleración de la economía mundial, que están pronosticando tanto el FMI como la OMC, y hasta se habló del tema en el Foro de Davos en enero. “Mi sensación es que nuestras exportaciones van a sufrir la sequía y la recesión global”, señaló Miguel Ponce.

El factor Brasil

Un dato positivo es el cambio de gobierno en Brasil, con el retorno de Lula da Silva a la presidencia. Un reciente informe de la consultora Ecolatina sostiene que en el período 2003-2011, que abarca las dos primeras presidencias de Lula, “se verificó una notable expansión del intercambio bilateral, con un crecimiento promedio anual del 17 por ciento, para luego registrar un quiebre y caer durante la etapa 2012-21 a un ritmo anual promedio del 5 por ciento”.

Y agrega: “De todas maneras, la alicaída relación entre ambos aún no es suficiente para sacarnos de la terna de los principales aliados comerciales, ubicándonos en el tercer lugar detrás de China y Estados Unidos, denotando la relevancia que aún prevalece en el vínculo”.

Consultado sobre lo que puede esperarse con la vuelta de Lula al Planalto, Miguel Ponce consideró que tras los cuatro años de Jair Bolsonaro cambió la estructura productiva de Brasil, ganando espacio la agroindustria, de modo que hoy el “40 por ciento del PBI brasileño es agroindustria y su estructura productiva se parece un poco más a la de la Argentina”.

En ese sentido, vale destacar que Lula dijo que si era electo presidente, no solo iba a impulsar, sino poner en práctica el acuerdo Mercosur-UE.

Y allí tanto Brasil como la Argentina tienen algo para aportar en términos de la agenda europea, que está centrada en la energía, la transición energética, con inversiones en gasoductos, puertos y plantas de licuefacción (GNL) y, fundamentalmente, por la preocupación europea por la seguridad alimentaria, remarcó Ponce.

Son todos aspectos en los que la Argentina tiene mucho para ganar. Habrá que ver si esta vez puede aprovechar la oportunidad.

Escrito por
Carlos Boyadjian
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