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Caras y Caretas

           

Metamorfosis de la radio y la TV de la dictadura

Los medios de radiodifusión argentinos vivieron la transición a la democracia signados por la ley de 1980, que mantuvo su vigencia hasta 2009, aunque normalizados en cuanto a las intervenciones militares. En los contenidos, comenzó a vislumbrarse el “destape”, que signaría buena parte de los años 80, y convivieron discursos pro dictadura junto con otros de corte progresista.

“¡Es un hijo de puta!”. El insulto sacudió a los oyentes mañaneros que el jueves 2 de junio de 1983 habían sintonizado Radio Argentina para despertarse con Enhorabuena, conducido por Jorge “Cacho” Fontana, que el día anterior había hecho su debut en la emisora recientemente privatizada por la dictadura cívico-militar. Un integrante del programa, el periodista Carlos Mollard, lanzó su primera pregunta al entrevistado, el ex militar Francisco Manrique, presidenciable por el Partido Federal para las elecciones del 30 de octubre. Mollard quería saber la opinión de Manrique sobre las afirmaciones del ex general Ramón Camps, símbolo de la represión ilegal, que en su libro El poder en la sombra vinculaba al político de centroderecha con el ex dueño de Papel Prensa David Graiver, fallecido en 1976 en circunstancias nunca aclaradas, a quien acusaba de financiar a Montoneros. La respuesta de Manrique alteró a Mollard y a Fontana, que cerraron la entrevista en forma abrupta.

Hoy nadie se alarmaría por una puteada en los medios de comunicación, pero hace cuarenta años, en tiempos de un régimen autoritario que, aunque en retirada, todavía controlaba los mensajes, era un escándalo social. Y así se vivió.

Camps, a cargo de la Policía Bonaerense durante la época más violenta de la dictadura, acababa de publicar aquel panfleto autoabsolutorio y al enterarse del denuesto del antiguo servidor de la “Revolución Libertadora” le inició una querella. Su abogado fue Alberto Ottalagano, interventor de la UBA durante el gobierno de Isabel Perón, quien ese año también había publicado un libro. Su título, una provocación: Soy fascista. ¿Y qué? Una vida al servicio de la Patria. La tapa golpeaba con una foto suya haciendo el saludo nazi. Para que no hubiera dudas de las conexiones ideológicas, ambos escritos habían salido bajo el sello de la misma editorial.

Aquel incidente estalló en un mal momento para Fontana, que había regresado a los medios luego de la bochornosa emisión que condujo por ATC con Lidia Satragno –la popular Pinky– para recaudar fondos durante la guerra de Malvinas. Además del espacio en Radio Argentina, en donde se había hecho cargo del área artística, el locutor había vuelto a la televisora estatal para animar uno de esos típicos programas interminables de fin de semana junto con Pinky. Aquella no fue la única colaboración de Fontana con la dictadura: había sido director artístico del Canal 7 durante la primera etapa del régimen, un puesto que también ocupó luego en el intervenido Canal 11. Más memoria: en la década siguiente, la conductora se volcó a la política, primero de la mano del radical Rodolfo Terragno y luego del neoliberal Mauricio Macri, a quien representó como diputada nacional entre 2007 y 2011.

Radio Argentina fue una de las emisoras estatales que los militares licitaron durante 1983 con la intención de entregarlas a grupos empresariales afines. La onda quedó en manos de Radio Familia, una sociedad anónima vinculada con el semanario católico Esquiú. Su director era Florencio Varela, nombrado juez durante la gestión de Juan Carlos Onganía, luego secretario del Menor y la Familia de Jorge Rafael Videla y más tarde abogado defensor de represores del terrorismo de Estado.

En la nueva programación, además de Fontana, Varela y sus colaboradores juntaron a hombres referentes del mundo de la radio: Fernando Bravo, Julio Lagos, Hugo Guerrero Marthineitz, Víctor Sueiro y Ulises Barrera, entre otros. El cambio de plantel no tuvo su correlato en las viejas prácticas de censura. El día anterior al incidente con Manrique, el periodista y locutor Ariel Delgado había debutado con el informativo Radio Reloj. Ese espacio duró solo dos meses: las nuevas autoridades le prohibieron que difundiera información sobre derechos humanos. Delgado había sido “la voz” de la uruguaya Radio Colonia, que durante la primera parte de la dictadura era buscada para escuchar lo que las radios argentinas callaban. En 1979, por difundir la visita a Argentina de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la OEA, Delgado fue despedido de Colonia y debió radicarse en Italia.

La ley, esa tela de araña

“¡Yo sé todo! ¡Yo sé todo!”, repetía el interventor militar de un canal para simular ante sus empleados un conocimiento que no tenía sobre el manejo televisivo. Era una parodia interpretada por Ricardo Lavié en el programa del 13 Matrimonios… y algo más durante la temporada 1983. El resquebrajamiento de la última dictadura permitía la aparición de escenas que un tiempo antes eran impensadas en una TV controlada con censura por las Fuerzas Armadas.

El régimen de facto se despedía con un escándalo relacionado con los medios estatales: el subsecretario operativo de la Secretaría de Información Pública, coronel Pedro Coria, renunciaba a su cargo mientras denunciaba corrupción en TV. En el foco del debate estaban los topes salariales para las contrataciones de las estrellas y la prohibición de realizar coproducciones con empresas privadas, un sistema que nadie cumplía.

Luego del golpe de Estado de 1976, los militares coparon y se repartieron los canales porteños. Argentina Televisora Color (ATC), el viejo Canal 7 –hoy Televisión Pública–, estaba a cargo de una conducción conjunta de las tres armas y bajo la órbita de la Presidencia de la Nación; el 9 había quedado para el Ejército; el 11 para la Fuerza Aérea, y el 13 para la Marina.

Las radios (las AM; luego fueron llegando las FM) sufrieron un destino similar. En la capital, el Ejército operaba Belgrano, Argentina y El Pueblo; la Fuerza Aérea Splendid y Excelsior, y la Marina Mitre, El Mundo y Antártida.

Además, los jerarcas uniformados también intervinieron decenas de emisoras radiales y televisivas en el resto del país. Para completar el plan, la dictadura sancionó en 1980 la Ley de Radiodifusión (Nº 22.285), que estuvo vigente –con algunas modificaciones– hasta 2009, cuando el Congreso votó la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual (Nº 26.522).

En el último tramo de su gestión, la dictadura desplegó un proceso de licitaciones para privatizar radios y canales y adjudicarlos a empresarios amigos. Mitre, Splendid, El Mundo y Antártida –que cambió su nombre por América–, y los canales 2 y 9 pasarían a manos privadas. De esta manera, se sumarían a las que ya habían sido salido de la órbita estatal: Continental, Rivadavia –la de mayor audiencia en ese entonces–, Del Plata, Argentina y Del Pueblo.

Algunas de las adjudicaciones no prosperaron por diferentes trabas judiciales y permanecieron frenadas. Ante ese panorama, tras la llegada de Raúl Alfonsín a la Casa Rosada, el Estado mantuvo ATC –conducido por representantes de distintas líneas internas de la UCR–, el 11 –a cargo del sector de Renovación y Cambio que respondía a Leopoldo Moreau– y el 13 ­–manejado por la Coordinadora de Enrique “Coti” Nosiglia–, además de Nacional, Municipal, Excelsior y Belgrano.

La “derogación inmediata” de la Ley de Radiodifusión, prometida durante la campaña radical, no pudo concretarse durante la nueva gestión. Tampoco se pudo avanzar con la creación de un sistema mixto, integrado por medios estatales, privados y públicos no gubernamentales, “una nueva forma de explotación de canales y emisoras”, que estarían agrupados en un “Ente Autónomo de Derecho Público”, sin fines de lucro. Alfonsín propuso también formar en el Congreso una Comisión Bicameral Permanente de Radio y Televisión, destinada a “la preservación del derecho a una información veraz, el respeto al pluralismo ideológico, la vigencia del derecho a réplica, el libre acceso de personas e instituciones al uso de los medios de comunicación y la defensa democrática y republicana del gobierno”.

Otro punto a tener en cuenta era la “regulación de las transmisiones de televisión por cable”, que ya funcionaban en la zona norte del Gran Buenos Aires, a través de Cablevisión (CV) y Video Cable Comunicación (VCC).

Te escucho, te miro

La radio y la televisión de finales de la dictadura se adecuaron a los tropezones a los nuevos tiempos y se plegaron a la dinámica informativa obligada por el proceso electoral. Las programaciones mezclaban productos renovadores con otros anquilosados, discursos adaptados –por convicción o conveniencia– a la era democrática con engendros pasatistas –símbolos de la cultura oficial del “Proceso”– que se subían a la ola del “destape”. De a poco, artistas que antes habían sufrido la censura por estar en las listas negras gubernamentales comenzaron a tener presencia en las pantallas y los micrófonos.

La estridente Radio Rivadavia, forjada en base a figuras populares –Héctor Larrea, Antonio Carrizo, Silvio Soldán, Enrique Llamas de Madariaga, José María Muñoz–, lideraba en audiencia y festejaba 25 años como emisora privada. Por su parte, algunas radios que salieron de la órbita estatal empezaron a incorporar discursos un poco más innovadores y menos ligados a las voces del elenco estable, más allá de la sobrevivencia de varios personajes polémicos. Continental ofrecía a Magdalena Ruiz Guiñazú,  Eduardo Aliverti, Mónica Cahen D’Anvers y Carlos Burone; mientras que en Mitre sobresalían Bernardo Neustadt, Juan Carlos Mareco, Enrique Alejandro Mancini y Víctor Hugo Morales.

En TV, el símbolo del periodismo “procesista”, Tiempo nuevo, conducido por Neustadt y Mariano Grondona (Canal 13), siguió liderando la audiencia. El año electoral hizo que continuaran algunos ciclos y aportó nuevos: Periodismo puro y Si yo fuera presidente, con Llamas de Madariaga, y Telepolítica, con Raúl Urtizberea (9), y El voto de la mujer, con Lucho Avilés, y Cuenta regresiva, con Raúl Burzaco y Nelly Casas (11). Con sus famosos monólogos aplaudidos por amplios sectores de la clase media, los domingos por la noche Tato Bores entregaba Extra Tato, acompañado por Camila Perissé.

ATC contaba con un noticiero central, 28 millones, conducido por Roberto Maidana, quien fue nombrado gerente de noticias del canal con la llegada del radicalismo al poder. El 9 emitía Mediodía con Betty, con Betty Elizalde, y De 7 a 8 de la tarde, con César Mascetti, Silvio Huberman y la mencionada la locutora. Noticias al mediodía, en el 11, estaba a cargo de Juan Carlos Rousselot, quien había sido reincorporado el año anterior luego de sufrir la censura por su militancia peronista. Por su parte, el 13 lideraba el mediodía con Realidad ‘83, con Juan Carlos Pérez Loizeau y Ramón Andino, y la edición nocturna Buenas noches, Argentina, con Daniel Mendoza y Sergio Villarruel, quien pasó a ocupar la gerencia de noticias del canal con la gestión radical.

Los tiempos de cambio empujaron a una cierta renovación que intentó deshacer la mediocridad de la TV del régimen, calificada por el periodista Ricardo Horvath como “la televisión de la mishiadura”. Situación límite (ATC), Nosotros y los miedos (9), Compromiso y Las 24 horas (13) contrastaban con las fórmulas repetidas de Operación Ja Ja, Polémica en el bar y A la manera de Sofovich (todos productos de Gerardo Sofovich); Calabromas (Juan Carlos Calabró); No toca botón (Alberto Olmedo); Venga a bailar y Señor Alegría (Sergio Velasco Ferrero); La chispa de mi gente y Son… risas once (Quique Dapiaggi), y Si lo sabe, cante (Roberto Galán).

Con la llegada del radicalismo, muchos programas identificados con la televisión de la dictadura fueron el blanco de las críticas, como las creaciones de Sofovich, Quique Dapiaggi, Galán y Velasco Ferrero. Este último animador denunció que había una “patota cultural” compuesta por los nuevos funcionarios, dispuestos a apartar de las grillas a conductores de éxito.

Mirtha Legrand, que en 1983 no estuvo en el aire con sus tradicionales almuerzos por discrepancias en la negociación de su contrato con los directivos de ATC, habló de censura ejercida por el radicalismo. Ese año se frustró la posibilidad de que encabezara un teleteatro por el 11, pero encontró un espacio en los desfiles de moda de Roberto Giordano. Con el final del gobierno de Alfonsín, retornó a la televisión abierta (leer este párrafo con “Mediodías con amor”, de Alejandro Lerner, de fondo).

Hay un sillón vacío

Uno de los programas representativos de aquella etapa de transición fue Cordialmente, que iba por ATC de lunes a viernes, entre las 13 y las 14.30. Con gracia y talento, Pinocho Mareco entrevistaba a figuras de distintos ámbitos que, en muchos casos, habían sido prohibidas en los medios –como él mismo– hasta no hacía tanto tiempo.

En la semana previa a las elecciones del 30 de octubre, Alfonsín participó del programa en el estudio junto con su familia. Los fotógrafos de los diarios y las revistas que se congregaron en el lugar captaron el momento en que una de las nietas del candidato se trepaba encima de él. Esa imagen de la vida cotidiana contrastó con la ausencia provocada por el peronista Ítalo Lúder, quien rechazó la invitación al programa a pesar de los múltiples intentos de su vocero, el periodista Carlos Campolongo, para que se mostrara en una situación distendida.

En tiempos de la telepolítica, Alfonsín ya había sacado ventaja unos meses antes al participar de un sketch junto con el cómico Mario Sapag, transformado en el líder radical, en uno de los programas de Sofovich.

Quizás esos dos momentos televisivos se tradujeron en influencias más determinantes para las y los votantes que el famoso ataúd quemado por Herminio Iglesias y compañía en el acto de cierre de campaña del PJ en la 9 de Julio.

Escrito por
Germán Ferrari
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