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Caras y Caretas

           

El regreso, primero a la pantalla

Ilustración: Osvaldo Révora
Ilustración: Osvaldo Révora

La figura del General acaparó la atención de los canales de televisión. Una radiografía de la cobertura sobre el regreso en 1972.

El retorno de Juan Domingo Perón a la Argentina en 1972 resultó uno de los hitos de la historia de la televisión argentina. Si bien no se midió el rating de los momentos centrales de la cobertura, la publicación empresarial Gaceta de los Espectáculos (insospechada de simpatizar con el peronismo) comparó el interés que la televisación generó en las audiencias con la de la llegada del hombre a la Luna, tres años antes, que en el momento de la emisión desde la superficie lunar había alcanzado un fabuloso encendido del 92 por ciento de los televisores existentes. De un modo análogo a lo sucedido con la odisea espacial, la cobertura del retorno de Perón también se desplegó a través de varios días, articulando hechos centrales (el despegue de Roma transmitido en directo vía satélite, el aterrizaje en Ezeiza y las concentraciones masivas en torno a la residencia de Gaspar Campos) con el tratamiento en los noticieros de otros sucesos conexos y los análisis y comentarios de los programas políticos. Así, entre el jueves 16 y el domingo 19 de noviembre, el derrotero del retorno hegemonizó la pantalla.

El éxito de público se puede explicar, en la superficie, por la decisión del propio gobierno de Lanusse de impedir las movilizaciones de recibimiento, que provocaron que el hecho solo pudiera seguirse por TV. De un modo mucho más profundo, el extendido interés en la cobertura era la conclusión de un proceso que llevaba varios meses, y en el que se imbricaban las transformaciones recientes en los modos de producción televisiva junto al aceleramiento de los tiempos políticos. En conjunto, esto provocó una profunda politización del medio.

CADENA NACIONAL

En 1971, el dueño del diario Crónica, Héctor Ricardo García, asumió el control de Canal 11. Rápidamente introdujo un cambio de lógica en la programación: basarla en un conjunto de propuestas que tenían en común la no ficción y la preferencia por el tratamiento de temas de actualidad. En pocos meses, el canal alcanzó una neta primacía de audiencia, forzando sobre todo al Canal 13 –líder anterior, con un perfil muy distinto– a adaptarse. Como consecuencia, para mayo de 1972, momento en que la dictadura confirmó la realización de elecciones presidenciales sin proscripciones, se estaba en un momento de singular auge del periodismo televisivo. Así, la preparación para la competencia política tuvo su caja de resonancia en una TV abocada a escudriñar la actualidad. En este marco, la figura de Perón reapareció de inmediato. Por caso, en junio, Canal 9 emitió fragmentos de Perón. Actualización política y doctrinaria para la toma del poder, la película filmada meses antes por Fernando Solanas y Octavio Getino, que en esta ocasión fue presentada como una entrevista realizada por el periodista Bernardo Neustadt. Esta y otras apariciones fueron recibidas con gran interés por la novedad que representaba ver y oír a Perón en televisión. De todos modos, las referencias desbordaban el periodismo televisivo y permeaban también la ficción. Así, la figura del General se había tornado catódicamente ubicua.

Al menos en este período, las referencias a Perón no implicaron necesariamente una toma de posición a su favor, solo el reconocimiento de que se trataba de una pieza fundamental del juego político. Por caso, en los materiales de archivo de Canal 9 se pueden encontrar entrevistas callejeras en las que se registran de modo parejo opiniones a favor y en contra del expresidente, registradas en lugares muy diversos de la ciudad, lo que sugiere una búsqueda activa por captar el testimonio de simpatizantes y detractores. Más aún, luego de la llegada de Perón, Canal 11 realizó una extensa entrevista al almirante Isaac Rojas, en un contexto en que fueron frecuentes las apariciones televisivas de personalidades vinculadas a la llamada Revolución Libertadora. Esta ecuanimidad en el trato era una estética asentada en la televisión de la época, que buscaba la controversia a partir de la puesta en escena de puntos de vista polémicos. Sin embargo, como advirtió Beatriz Sarlo en un análisis realizado en la época, la distancia que tomó la televisión con Perón fue aún mayor. Por caso, en los programas humorísticos la tematización de la disputa entre Lanusse y Perón tenía un saldo ambiguo (si no favorable al entonces presidente). Por otra parte, algunos motivos que podían asociarse a la propuesta oficial del Gran Acuerdo Nacional eran articulados por la televisión con la figura de Perón, que, como se sabe, basó su posición en la pelea con Lanusse en un rechazo tajante a esa idea.

Desde ya, esta actitud hacia Perón se explicaba por la propia posición de los directivos de los canales –desde 1957, los militares habían tenido el máximo cuidado de que las señales no cayeran en manos peronistas, lo que resultaba válido incluso en el caso de García, que de todos modos en los momentos más complejos del exilio le había dado un importante y respetuoso espacio a Perón en la revista Así y posteriormente en Crónica–. Pero los dueños de los canales buscaron también un equilibrio con las pretensiones de un gobierno que no dudó en ejercer enormes presiones para intentar disciplinarlos. En los meses previos al retorno de Perón, las coacciones fueron desde la creación del Comité Federal de Radiodifusión (Comfer), un nuevo organismo de control con extensas incumbencias y fuerte presencia militar, hasta la amenaza velada de pérdida de permisos de explotación, pasando por una fuerte reducción del tiempo de publicidad que las empresas televisivas podían vender. De todos modos, la conducta de los canales no dejó conforme al propio Lanusse, si nos guiamos por el relato de su libro Mi testimonio, donde se queja amargamente del importante espacio que la televisión concedía a los dirigentes peronistas. Es que, para cuando retornó a su patria, hacía tiempo que Perón ya había vuelto a la televisión.

Escrito por
Fernando Ramírez Llorens
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