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Caras y Caretas

           

Una búsqueda sin descanso

La tenacidad inquebrantable de las Abuelas encontró un aliado en un grupo de investigadores de gran audacia y compromiso. Lo logrado y los desafíos que se vienen.

HISTORIA DEL BANCO NACIONAL DE DATOS GENÉTICOS

El origen fue una pregunta, impulsada por un artículo del diario El Día de La Plata que contaba el análisis de sangre entre un padre y su hijo que sirvió para demostrar la paternidad en un juicio por manutención. Entonces ellas se preguntaron: “¿Y si nuestra sangre también puede servir para identificar a nuestros nietos?”.
Corría el año 1979. Y ese fue el puntapié inicial de la relación estrecha entre las Abuelas y la ciencia, con avances pioneros a nivel mundial que permitieron haber encontrado hasta el momento a 132 nietos y nietas.
En 1982 empiezan a contactarse con diferentes investigadores y dan con un protagonista esencial de esta historia: Víctor Penchaszadeh, médico genetista argentino que estaba exiliado en los Estados Unidos. Les dice que va a estudiar el caso, porque no tenía una respuesta. Nadie se había hecho esa pregunta hasta ese momento. Penchaszadeh nuclea a investigadores de diferentes áreas, entre ellos Cristian Orrego, Luca Cavalli-Sforza y la científica estadounidense Mary-Claire King, quienes avanzarían en otro hito: el índice de abuelidad.
“Es una cuenta matemático-estadística que permite vincular la genética de un abuelo con la de un nieto (en ausencia de sus padres) para establecer un vínculo sanguíneo biológico”, explica Nicolás Furman, director del Laboratorio del Banco Nacional de Datos Genéticos (BNDG).
En 1984, los científicos y científicas que lo crearon arribaron al país en una comitiva de la Asociación Estadounidense para el Avance de la Ciencia. Ese año lograrían la primera identificación de una niña a partir de la filiación genética de sus abuelos en todo el mundo: Paula Eva Logares.
Paula nació el 10 de junio de 1976. A ella y a sus padres, Mónica Grinspon y Claudio Logares, los secuestraron en las calles de Montevideo el 18 de mayo de 1978. Los padres fueron trasladados al Pozo de Banfield y permanecen desaparecidos. A Paula la retuvo el subcomisario de la Policía Bonaerense Rubén Lavallén. La anotó como su hija, nacida por parto domiciliario en 1978: fue registrada con dos años menos de los que tenía, lo que en un futuro le hizo perder un año escolar.
Su abuela, Elsa Pavón, nunca dejó de buscarla. La reconoció años después a la salida de un colegio en Chacarita. El 13 de diciembre de 1983, primer día hábil de democracia, Elsa hizo la denuncia. Por primera vez, el índice de abuelidad daba positivo.
“La mañana en que mis padres (adoptivos) me llevan a Tribunales no me dicen para qué, pero notaba que era algo importante. Me pusieron un vestido lindo. El que me cuenta todo es el camarista.” Al instante, Paula se fue a vivir con Elsa a Banfield.
“Tenía que ver con una memoria no consciente. En ningún momento me negué ni quise escapar”, relata Paula. Mientras vivía como hija del subcomisario parecía más chica de la edad que realmente tenía. Luego, al igual que otros nietos y nietas, una vez que se le restituyó la identidad tuvo un crecimiento corporal “de golpe”. Lo relaciona al “estrés de guerra” de su vida anterior. “Pasar por eso no fue gratis ni grato.” Y agrega: “Cuando se habla de tecnología pareciera que son microchips. Y no. Tiene que ver con la necesidad de las Abuelas y de la ciencia de descifrar algunas cosas que llevamos dentro y que nos identifican. La sangre es algo natural, nos vincula desde siempre”.

PRIMEROS PASOS

En los primeros tres años restituyeron a 36 nietos. Pero los análisis genéticos eran “uno a uno”. Y luego del trámite las familias se iban. “Entonces las Abuelas se dieron cuenta de que necesitaban que esa información fuera quedando guardada. Que cuando tuviesen una duda no se comparara con una persona sino con todas las familias que estaban buscando nietos”, menciona Furman. Ahí nace la idea del Banco Nacional de Datos Genéticos, creado por la Ley N° 23.511 en 1987.
El BNDG es un símbolo que trasciende al país. No solo fue el primero del mundo, sino que además sigue siendo uno de los pocos que existen para la resolución de delitos de lesa humanidad. En los primeros años (funcionando en el Hospital Durand), al ser el único laboratorio con esa especialidad, también recibía pedidos para resolver otros conflictos relacionados a filiaciones de la Justicia civil o penal, que muchas veces demoraban los tiempos de identificación.
Hasta que en 2009 se sancionó la Ley N° 26.548 que centró sus tareas específicamente en restituciones de identidad por lesa humanidad. Además, le dio un lugar propio, con laboratorio y tecnología de avanzada, en Av. Córdoba al 800.
El Banco también tiene su área de antropología forense. “Se encargan de ir al campo en todo el país: ciudades, pueblos, cementerios como Chacarita o Flores”, destaca Furman. Sería la cara complementaria del Equipo Argentino de Antropología Forense, que trabaja en la identificación de personas desaparecidas, las cuales en varias ocasiones son las madres o padres de los nietos que busca el Banco. “Por ejemplo, podemos exhumar a una persona de interés que falleció teniendo dudas de su identidad y no lo resolvió y de golpe sus hijos lo quieren resolver –ejemplifica Furman–. O una persona se murió, no llegó a dar la muestra y la Justicia habilita tomársela para completar el grupo familiar.”
El BNDG cuenta con información de 270 grupos familiares. Además se suma una base de datos de 300 mujeres que parieron durante la última dictadura cívico-militar en hospitales en los cuáles les dijeron que su bebé había nacido muerto y nunca lo encontraron.
Calculan que hubo al menos 500 nietos robados durante el terrorismo de Estado. Encontraron 132. Por año consultan 1.200 personas, lo cual refleja la enorme cantidad de habitantes que dudan de su identidad en nuestro país.
La historia del Banco es también la historia de la evolución de la genética forense. En 1984, por ejemplo, se estudiaban marcadores que no son los utilizados actualmente. “Los de ahora se llaman microsatélites, unas regiones repetidas en el genoma que no se modifican para nada, y en ese momento eran los llamados HLA, de antígenos que se estudiaban para la compatibilidad en trasplantes –describe Furman–. Eran muchos menos marcadores, entonces el poder estadístico para resolver cada caso era más limitado.”
Para tomar dimensión de la vanguardia que implicó la búsqueda científica local, el Banco ya hacía genética forense en 1987 (aunque no se la llamaba así aún): recién en 1998 el FBI establece una cantidad mínima de marcadores para estudiar en su base, y en 1995 el Servicio de Ciencias Forenses de Inglaterra inicia su base de ADN.

ADN MITOCONDRIAL

En 1993 comenzaron a realizarse los primeros estudios con ADN mitocondrial. Mary-Claire King llegó a decir: “Dios puso el ADN mitocondrial para ayudar a las Abuelas”. Se trata de un marcador de linaje: todas las madres se lo transfieren a sus hijes.
Las hijas lo vuelven a transmitir, los hijos no. Si una persona es hija de su mamá debe compartir el ADN mitocondrial, lo que ayuda a eliminar una buena cantidad de universo de muestra.
Los procesos normalmente se resuelven en menos de tres meses, pero el Banco tiene un problema: todo lo que utilizan es importado. Al BNDG le llegan los casos por la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad (Conadi) o por la Justicia. Muchas veces, sus integrantes deben viajar a otras provincias o, como con la nieta 130, que vivía en España, canalizar con Cancillería para tomar las muestras.
El futuro está atravesado por más desafíos. Hay una cuestión biológica: la generación de las Abuelas ya está grande. Y están empezando a aparecer los bisnietos. “Estadísticamente, es muy complejo de solucionar. Nos pasa que una persona se muere, no resolvió la situación, y sus hijos quieren retomarla. ¿Cómo hacemos?”, se pregunta Furman. Y responde: “No se ha desarrollado todavía algo con tanta exactitud para resolver dos saltos generacionales. Como los familiares son finitos precisás tener muchísimos más marcadores. Hay avances como los chips de ADN o secuenciación de última generación NGS) que proveen más marcadores, pero lleva tiempo validar las nuevas tecnologías”.
El BNDG sigue siendo un faro para la ciencia, los derechos humanos y la sociedad. Un dato revelado por Luciana Rosende en Tiempo Argentino meses atrás lo refleja: más de 14 mil personas dieron negativo en estos años. En el último tiempo permitieron cruces entre algunas de ellas. Así se dieron catorce encuentros de hermanes, y nueve de madres e hijes que pudieron resolver lo más preciado de la vida: la identidad.

Escrito por
Gustavo Sarmiento
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