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Caras y Caretas

           

La juglaresa sin fronteras

Las composiciones de María Elena Walsh conformaron un universo singular e inconfundible. Muchas de ellas se transformaron en himnos y pasan de generación en generación.

Un grupo de hinchas argentinos en el subte de Doha asusta a un niño con sus cánticos y el pequeño se pone a llorar. Para consolarlo, le cantan “Manuelita la tortuga”. Hace doce años que María Elena Walsh, la autora de esa canción, ya no está entre nosotros. Pero la anécdota mundialista es solo un ejemplo de la enorme vigencia que mantiene su obra.

Si le preguntaban por su profesión, ella respondía “juglaresa”. En algún momento algo del mundo de la poesía le hizo ruido y abrazó la canción, primero para niños y luego para adultos, revolucionando el género en ambos casos y dando paso a un cancionero ya clásico, con el que triunfó en vida y que más de una década después de su muerte sigue sumando infinidad de versiones.

“Mi paso de la poesía a la canción estuvo determinado en esencia por la necesidad de aprovechar la facilidad que yo tenía para versificar, esa facultad que consistía en sentirme libre dentro de determinadas formas, mucho más rígidas aún, como lo es la canción. A través de ella pude dar con la sencillez que había buscado, sin caer en los riesgos de la poesía pedestre”, le dijo
Walsh a Gabriela Massuh, autora de Nací para ser breve. María Elena Walsh. El arte, la pasión, la historia, el amor.

También la impulsó su fascinación por el escenario, su veneración por todo lo vinculado al music hall, algo que había incorporado del tiempo que estuvo en París junto a Leda Valladares integrando un dúo de folklore. “Ese mundo era el mío, tal vez más que el de los libros.”

PARA NIÑOS


Solo tres discos contienen todos los temas que son la banda sonora de las infancias argentinas desde hace décadas: Canciones para mí, Canciones para mirar (ambos de 1963) y El país de Nomeacuerdo (1967). Además de “Manuelita” están “Canción de bañar la luna”, “Canción de tomar el té”, “Twist del Mono Liso”, “El reino del revés”, “La vaca estudiosa”, “Canción del jardinero” (dicen que esta era la que más le gustaba a ella), “La mona Jacinta”, “La reina Batata”, “Canción del jacarandá” o “El show del perro salchicha”, entre tantas otras.

“Cuando decidí empezar a escribir para chicos, mi primer impulso fue hacerlo inspirándome más en el folklore y en el ingenio popular que en esa literatura educada y para educar”, señaló. “La poesía infantil requiere de una enorme elaboración, pero hay también un elemento de juego, de diversión que la hace completamente diferente.”

El crítico e investigador Sergio Pujol analiza en su biografía Como la cigarra: “La rima solía imponerse por sobre el sentido, confiriéndole así al conjunto de poemas una clara intención lúdica. Con el tiempo, sería indistinguible cualquier límite entre poesía y música (…) La música nunca se limita a ser un soporte desagregado de la letra, y esta conserva su peso cuando se le retira la melodía”.

No hay hadas buenas, brujas malas ni tantos otros tópicos de los relatos infantiles. Y, algo muy importante, Walsh no tenía ninguna intención pedagógica. Solo quería divertir a los chicos. Las canciones fueron un éxito y marcaron un sendero que aún hoy recorren artistas como Canticuénticos o Mariana Baggio, por ejemplo.

PARA ADULTOS

Pero cuando Walsh sintió que ya no tenía nada nuevo que aportar, se propuso otro desafío: componer para adultos. “El cancionero ‘adulto’ de ‘la Walsh’ era la piedra basal de la llamada Nueva Canción Argentina”, sentenció en su momento el crítico Ernesto Schoo. Debutó con Show para ejecutivos en el teatro Regina y fue aclamada de inmediato. El disco que reunió esos temas fue Juguemos en el mundo, de 1968.

“Desde el punto de vista de las composiciones, Juguemos en el mundo fue el punto de partida de una nueva ars poetica de la canción argentina”, sostiene Pujol. “La mixtura de sarcasmo y dulzura, de crítica aguda y de mirada más comprensiva sobre las cosas, los tipos sociales y la propia historia argentina la distanciaban un poco de otros estilos con los que en los años 60 se abordaba la realidad nacional.”

Le siguieron otros discos, como Juguemos en el mundo II (1969), Como la cigarra (1973) y El buen modo (1975). “Serenata para la tierra de uno”, “Barco quieto”, “Como la cigarra”, “Orquesta de señoritas”, “El buen modo”, “Sábana y mantel” o “La paciencia pobrecita” son solo algunas de las canciones que aún siguen vigentes.

Oscar Cardozo Ocampo, uno de sus colaboradores más estrechos, citado por Pujol, sostuvo: “La Walsh es Europa, pero también puede ser el sur con las milongas por décimas de ‘Sapo fiero’, el noroeste argentino con la baguala ‘Juan Poquito’ o centroamérica, si pensamos en la guajira ‘Sábana y mantel’. Ella conoce todos los estilos. Sabe lo que es una vidalita y lo que es un aria de ópera”.

Para Pujol, la obra cumbre de Walsh es “Barco quieto”: “Exquisitamente armonizada, con intercambios modales hacia los finales de sección y un estribillo modulante, esa zamba fue quizá el momento musical más alto en la vida de María Elena. Su melodía dibuja un arco amplio, con un motivo cromático en el primer compás que hace pensar en algunas creaciones de Ariel Ramírez. Su ritmo es el de la zamba, vertido con una pulsación acariciante, como lo que sugiere la letra”.

En 1978 comunicó que ya no cantaría ni compondría más. Sus canciones siguieron desde entonces vivas en otras voces.

Un caso extraordinario es el de “Como la cigarra”, que se estrenó en 1973 pero se convirtió casi diez años después en una especie de himno de la recuperación democrática, sobre todo a través de las interpretaciones de Mercedes Sosa (la incluyó en su famoso ciclo de recitales en el Ópera en 1982), Susana Rinaldi y Roberto Goyeneche (la que más le gustaba a la Walsh, dicen). Hubo otros muchos intérpretes de sus canciones: Cuarteto Zupay, Julia Zenko, Sandra y Celeste, José Ángel Trelles, Liliana Vitale, Teresa Parodi, Horacio Molina, Susana Rinaldi, por citar algunos.

“Las canciones suelen ser efímeras y, por lo tanto, todo esto me sorprende gratamente (…) Creo que la gente sigue haciéndoles escuchar mis canciones a los chicos porque las consideran como una suerte de tesoro familiar”, dijo.

Y de ese tesoro seguimos disfrutando. Entre los artistas actuales que tocan su obra están Lula Bertoldi, de la banda de rock Eruca Sativa, que reversionó varios temas junto a su pareja, Nico Sorín; la guitarrista entrerriana Silvina López, que le dedicó un espectáculo hace poco, y el cuarteto de jazz vocal Jivers, que está preparando un disco con sus canciones. La “juglaresa” nos sigue cantando a través de cada uno de ellos.

Escrito por
Claudia Regina Martínez
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