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Caras y Caretas

           

Los escritores piensan el poema de Hernández

Ilustración: Martín Fleischer
Ilustración: Martín Fleischer

En los años del Centenario de la Revolución de Mayo, intelectuales como Leopoldo Lugones y Ricardo Rojas sentaron posición sobre el Martín Fierro. Más tarde, Leopoldo Marechal hizo su aporte al debate y Borges sumó una visión crítica del gaucho y un lamento en favor del Facundo de Sarmiento.

¿Cuál es el valor del Martín Fierro? Ese interrogante, propuesto en 1913 por la revista Nosotros, interpeló a escritores, políticos, periodistas y críticos. Desde diferentes posturas e ideologías, ensayaron una respuesta sobre la relevancia estética y simbólica del poema de José Hernández. Aquella convocatoria constituye un buen punto de partida para explorar la centralidad que ha tenido el Martín Fierro en los debates culturales del país. En primer lugar, la lectura de la obra estimulaba más preguntas que respuestas; en segundo término, un conjunto coral de voces se daba cita para atender esas inquietudes; por último, las impresiones que se registraron eran notoriamente contradictorias y divergentes. El Martín Fierro se cristalizó como un enigma. Desentrañarlo, comprenderlo, explicarlo o simplemente reconocerlo se transformó en un ejercicio habitual para el campo intelectual argentino.

Si bien el año de la encuesta representa un mojón para la historia del poema, las intervenciones sobre el Martín Fierro se podían rastrear desde los tiempos contemporáneos a su publicación. El primero en reflexionar sobre los derroteros del gaucho fue su propio autor. En los siete años que separaron a la edición de El gaucho Martín Fierro (1872) de La vuelta (1879), José Hernández ofreció una serie de elementos para entender cómo leía su composición. Allí dio cuenta de su intento por retratar a la “clase desheredada” a través de su “pobre gaucho”. Es decir, reforzaba el carácter representativo de la historia cantada y la enraizaba en la experiencia de los sectores rurales más desprotegidos de esa época. En esa línea, Hernández buscó distanciarse de los autores que habían cultivado la gauchesca con otros fines, dado que su objetivo no era hacer reír a costa del gaucho, en alusión al antecedente inmediato de Estanislao del Campo y su Fausto criollo. Fierro encontraba otra demarcación explicitada en los prólogos de su autor. No solo se distinguía entre las obras del género, también apuntaba a un doble lectorado. En ningún momento Hernández restringió el ámbito de circulación de su obra. Al contrario, se ocupó de mostrar el impacto generado tanto en el público popular como en el letrado. Las referencias a la benevolencia con que la prensa recibió la novedad o la publicación de las cartas que distinguidos escritores le remitieron daban prueba de ello.

La llegada del Martín Fierro a los sectores letrados fue interferida por la expansión de los folletines criollistas. La publicación episódica de historias de gauchos levantiscos, junto con su representación en el circo criollo, imantó a buena parte de la sociedad de finales del siglo XIX. Esos “héroes” populares despertaron la preocupación de las elites que se alarmaban por la “moreirización” en marcha. Martín Fierro quedó atrapado en esa dinámica y fue identificado como parte de ese circuito en el que se destacaban Juan Moreira y Hormiga Negra, entre otros personajes. Ernesto Quesada, en 1902, condenó a esa literatura por “adular las pasiones menos nobles y ensalzar a los bandoleros”, pero separó a Fierro de ese universo. Es más, entendió que La vuelta escrita por Hernández era una respuesta a ese fenómeno. Equivocado en la datación, en tanto el éxito folletinesco fue inmediatamente posterior al regreso de Fierro, resignificó el poema de Hernández y abrió una línea de interpretación que lo revalorizaba de acuerdo con los intereses de la cultura letrada.

LA CANONIZACIÓN

En la época del Centenario de la Revolución de Mayo se revisitaron las preocupaciones en orden a la construcción de la identidad nacional argentina. En ese contexto, la aproximación entre el Martín Fierro y las elites intelectuales se consolidó a partir de las actuaciones de Leopoldo Lugones y Ricardo Rojas en 1913. En las conferencias del teatro Odeón, Lugones consagró al poema como la obra épica de la literatura argentina, categoría anticipada por otros escritores, como Martiniano Leguizamón. Antídoto frente a la “plebe ultramarina”, Lugones presentaba a Fierro como “el espíritu de la raza” y lo identificaba con la cultura grecolatina, desmarcándolo de cualquier referencia hispana y católica. A su vez, celebraba la extinción del gaucho como un bien para la evolución del país y lo reducía a una referencia abstracta y simbólica.

En paralelo a esas conferencias, Ricardo Rojas inauguraba la cátedra de Literatura en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Allí emparentaba al Martín Fierro con la Chanson de Roland y con el Cantar de mio Cid. Algunos años después, profundizó sus consideraciones sobre la obra y se distinguió de Lugones. Si bien ambos intelectuales quedaron aunados por la consagración del Martín Fierro, Rojas hizo hincapié en el carácter popular del poema: “Sin haber nacido directamente del pueblo, el pueblo lo reconocía y lo ahijaba por suyo”. Además, rescató el aporte indígena en la composición étnica y social del gaucho y las contribuciones culturales de los inmigrantes en esa identidad nacional en ciernes.

La canonización del Martín Fierro fue lamentada por Jorge Luis Borges: “Pensemos en lo triste de que nuestro héroe sea un desertor, un prófugo, un asesino y una especie de forajido sentimental”. Incluso vaticinó que nuestra historia sería otra y mejor si se hubiese escogido a Facundo, de Sarmiento, como libro ejemplar. En rigor, esa condena ocultaba una relación más compleja de atracción y rechazo. Su temprana, y clandestina, lectura de la obra, su interés por las historias gauchescas y sus cuentos basados en los personajes del Martín Fierro definían un vínculo oscilante y tenso con el poema de Hernández. Quizás en esa relación se sinteticen las variantes que Fierro provocó entre los grandes escritores y ensayistas del país.

Leopoldo Marechal afirmó que el Martín Fierro constituye un “milagro literario”. Consagrado, cuestionado y reversionado, el poema es una cita obligada para los intelectuales argentinos. Encuestas, actividades culturales y efemérides continúan congregando asiduamente a los representantes de ese campo, que se pronuncian sobre el autor, el contenido y la proyección de la obra. Desde los tiempos cercanos a su publicación, y con mayor razón después de su canonización, el Martín Fierro funciona como prisma para enfocar otros problemas que exceden al texto en sí e involucran a la sociedad argentina en su conjunto. Allí radica la explicación de la permanente atención sobre el poema y la potencia de la obra en diferentes coyunturas.

Matías Emiliano Casas es doctor en Historia, investigador del Conicet y docente, y publicó Las metamorfosis del gaucho (2017), La tradición en disputa (2018) y Como dijo Martín Fierro. Interpretaciones y usos del poema durante el siglo XX (Prometeo, 2022).

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