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Caras y Caretas

           

¿Cuándo muere un clásico?

Ilustración: Ricardo Ajler
Ilustración: Ricardo Ajler

A 150 años de su lanzamiento, la obra cumbre de José Hernández no solo es parte de la cultura popular y la vida cotidiana, también permite múltiples lecturas, reinterpretaciones y sagas. Interpela desde lo simbólico y lo contradictorio y desafía al tiempo.

Un clásico es el que resiste las variaciones, el que las solicita como parte de sí. Una suerte de bola de nieve que va acumulando pero que en algún momento se sacude y vuelve a su estado primigenio. Más si el clásico toma la tonalidad del mito y su fuerza es expansiva y sus palabras se inscriben en la lengua nacional. Nos habla (nos hace hablar), aun sin saber la fuente de ese hablar. Hace unos meses, caminábamos por un barrio caro de la ciudad de Buenos Aires. Una mujer salía de un bar de los más chetos, su ropa y aspecto ratificaban todas las pertenencias. Iba conversando por teléfono y en el aire quedó la frase con la que coronó el relato: “Si entre hermanos se pelean, los devoran los de afuera”. ¿Qué migración ocurrió para que las palabras de aquel gaucho solitario inventado por José Hernández se convirtieran en parte del idioma de los argentinos, como sentencias a disposición, piezas comprensibles y capaces de soportar variados usos y resignificaciones?

Martín Fierro quizás es menos leído que recordado, porque en tiempos en que prima la lógica de la trama y la narración de historias, cuenta una que ya sabemos todes. Por eso, solicita también una y otra reescritura que son torsiones de la historia. Jorge Luis Borges reescribió “El fin” para imaginar que una muerte infame (la del Moreno asesinado) podía ser vengada. En ese otro fin sancionaba el oprobio del racismo que recorre el poema nacional. También quiso imaginar la noche en la que Tadeo Isidoro Cruz encuentra su destino y abandona las fuerzas militares para acompañar al caído. Esa amistad será reescrita por Martín Kohan, muchos años después, como vínculo amoroso. El cuento es nombrado “El amor” y revela lo que la época en la que las orientaciones sexuales se reconocen puede pensar sobre lo velado en el siglo XIX. Gabriela Cabezón Cámara radicaliza este desplazamiento en Las aventuras de la China Iron, una obra en la que la protagonista es la joven compañera de Fierro, y encuentra en la leva del gaucho la posibilidad de una mejor y más libre vida. Si la obra de Hernández se leyó en la clave de un arquetipo nacional, la experiencia de la frontera y el tipo social del mestizo, la de Cabezón Cámara pone en juego una utopía trasnacional, polifónica, pluriétnica, disidente.

INTERPRETACIONES POLÍTICAS

Un clásico es el que ampara las múltiples interpretaciones políticas. Incluso, las contradicciones respecto de su significado. El Martín Fierro fue leído como denuncia de las condiciones de vida populares, desde la interpretación anarquista (la revista Martín Fierro de Alberto Ghiraldo a principios del siglo XX) hasta la monumental lectura que Ezequiel Martínez Estrada hace en 1948, en Muerte y transfiguración de Martín Fierro. Para el ensayista se trataba de considerar al personaje de Hernández como testigo y denunciante, en cuya historia y palabra se conjugaba la desdicha producida por un Estado capaz de secuestrar y reducir a trabajos forzados, porque era un Estado fundado sobre un crimen indecible, el del aniquilamiento de las poblaciones originarias. Combatía, a la vez, contra el peronismo, en tanto articulación política de lo popular, y contra su amigo Leopoldo Lugones, que había interpretado al Martín Fierro como mito nacional, fundador de la patria. Al hacerlo, pensaba Martínez Estrada, disolvía en lo común la real diferencia, que hacía de la oligarquía la beneficiaria y del gauchaje la víctima. En el mismo año, Carlos Astrada escribía El mito gaucho y en una línea nombraba a los hijos de Fierro que habían vuelto un día luminoso de octubre. Esa imagen terminaría titulando un filme de Pino Solanas, que vio en el gaucho perseguido la metáfora para el Perón desterrado.

Un clásico solicita o permite otra actualización, no solo de la trama o la interpretación de su significado político, sino la de su lengua. En 2011, Oscar Fariña escribe El guacho Martín Fierro poniendo en juego un sujeto villero con la lengua atribuida a la vida de frontera contemporánea, y de algún modo se enlaza con una relectura bien diferente pero no menos atenta a su propio tiempo: en 1924 un grupo de vanguardia literario y artístico funda una revista con ese nombre, para arrojarse al esfuerzo de modernizar las artes de este país. Solo que se trataba de un grupo de las elites culturales –que sería identificado con una calle coqueta y fluida del centro de la ciudad capital–, y Fariña imagina un muchacho con problemas con la ley. Coinciden en actualizar lo que el mito pone a disposición: una lengua que sabemos todes, un personaje que intuimos, una tradición en la que cada palabra abre un juego y una posibilidad.

PROLÍFERO E INCÓMODO

Es un texto incómodo aunque prolífico. Poema que lleva en su interior la contradicción y que se pliega en Ida y Vuelta para pensar la fuga y el retorno. Que denuncia el infierno del gobierno para descubrir que la toldería es menos un paraíso que una continuidad de la crueldad dominante. Si hay una actualidad del clásico está, creo, en que es un mito sucio, corroído, pleno de problemas, que conjuga denuncia plebeya y afirmación xenófoba, que es la nación que tenemos pero también la que querríamos emancipada de esas cadenas. Mito de pies de barro, lodoso, como todos los nuestros. Nunca faltan quienes pretenden una galería más prístina y ejemplar, pero las vidas reales siempre tienen menos de santoral que de contradictoria tragedia. Esa que lloramos en Maradona o en Hebe y que solo desde una imagen ilusoria de pureza se podría condenar. Pienso que me gustaría, a mí también, reescribirlo y hacerlo con la historia de Higui de Jesús, en su vida perseguida, en su lengua descarriada, en sus pasiones futboleras, en la autodefensa que la desgracia, en su atravesamiento carcelario, en su entusiasmo por un trabajo con y para los nadies. Pienso, también, que si alguien cuando imagina escribir le suena el Martín Fierro, el clásico no ha muerto.

Escrito por
María Pia López
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