Vivía en su Montevideo natal y ejercía el periodismo deportivo en un diario de esa orilla del Plata, cuando le tocó asistir al primer Mundial de Fútbol de la historia (1930). Era un veterano todo terreno del oficio y de la vida, cuando fue homenajeado en la edición que se llevó a cabo en Estados Unidos (1994), enviado por un medio de la Argentina, país donde residía y trabajaba desde hacía medio siglo.
Para ese entonces, era lugar común cada vez que se aproximaba una cita ecuménica recordar que Diego Lucero era el único periodista viviente que había asistido a todos los mundiales de fútbol. Aunque, para ser justos con su trayectoria profesional, era
mucho más que eso. Como cronista del rubro, patentó y desarrolló una forma absolutamente original de narrar el deporte, lírica y popular a la vez, adornada por el lenguaje de la calle y enriquecida con una rica inventiva personal. En sus reseñas y aguafuertes podían aparecer tanto el héroe (o antihéroe) del partido o de la fecha, como desfilar una galería de personajes apócrifos dignos de la pluma de Roberto Arlt: Roncadera, la Ciriaca, el Pat’e Catre…
Nacido casi con el siglo XX, la pelota que sería fuente de inspiración fue también el primer juguete que conoció y disfrutó Luis Alfredo Sciutto, el nombre que antecede al sinónimo devenido marca registrada. Compartía la pasión por el fútbol con los chiquilines de un barrio montevideano que fundaron un equipo amateur del que escribía las crónicas de los partidos, un preanuncio del periodista. De ahí, pasó a un club que militaba en la Primera, el Litio, y luego al Nacional de la gran rivalidad con Peñarol. Su desempeño le valió la convocatoria a la selección nacional, con la que disputó un par de encuentros, pero una desafortunada acción jugando contra el similar paraguayo le produjo una lesión de meniscos, irreversible para aquella época.

Cuando el jugador profesional que salía en las marquillas de cigarrillos (las “figus” de entonces) colgó definitivamente los botines en 1929, el periodista en ciernes se sumó a la redacción del recién fundado diario El Nacional, donde firmaba con el seudónimo de Wing. Reiteró el seudónimo en otro medio gráfico, el diario El Plata, y en paralelo con sus crónicas del tablón, comienza a viajar para cubrir eventos internacionales, en Brasil, en Europa.
En 1935, el diario Crítica, de Buenos Aires, con el que había trabado relación tras ser despedido de El Plata por un conflicto gremial, lo envía junto a su cronista estrella, Hugo Marini, a cubrir el Sudamericano de Fútbol de Lima. Y en tanto corresponsal
del diario El Pueblo y de la radio Carve, de Montevideo, y de radio Prieto, de Buenos Aires, está en las Olimpíadas de Berlín (1936), telón escenográfico del nazismo.
Casi sin continuidad, salta a España, que está a punto de incendiarse en la trágica Guerra Civil (1936-39) y desde el Río de la Plata le ofrecen cubrir sus alternativas.
Ahí, protagoniza episodios rocambolescos de todo tipo, como cabe en un conflicto bélico. El más dramático lo pone en peligro de ser fusilado en compañía de un grupo de periodistas españoles, por un pelotón de los nacionales de Franco, alzados contra la República. Apuradas gestiones diplomáticas lo sacan del brete, casi a la fuerza, porque demanda el mismo trato para sus desgraciados colegas, pero ahí la cuestión tiene otros matices y no puede resolverse con la mismas razones.
De regreso, pasa poco tiempo en Montevideo. La tragedia de la guerra lo había atrapado y vuelve a España hasta su conclusión.
Tras fundar en la capital uruguaya un diario de efímera existencia y que además le caigan encima sanciones por “delitos de imprenta”, Natalio Botana le extiende la invitación desde la otra orilla del charco para sumarse a la sección deportiva de
Crítica, donde ya no es Wing sino que firma como Perico Pérez. Ocurre que su par Enrique De Thomas (el creador del eslogan “La Ciudad Feliz” para Mar del Plata) había coincidido en el uso del primer seudónimo.
¿Cuándo “nace” formalmente Diego Lucero? En 1945 es convocado para integrar la redacción de un nuevo y ambicioso proyecto periodístico, que aspira a competir con la impronta del diario El Mundo: un formato tabloide adaptado a los nuevos hábitos de lectura de las clases medias urbanas. En esa redacción incipiente, el responsable del diseño, que es además un talentoso ilustrador, Andrés Guevara, no solo lo bautiza para la posteridad sino que pergeña la caricatura que lo va a identificar durante décadas en sus notas de fútbol.
En ese Clarín, por entonces diverso (que tenía a Osvaldo Bayer como editor de Política), Diego Lucero es el gran cronista deportivo, y su alter ego, Luis Alfredo Sciutto, un entrevistador agudo de grandes personalidades de su tiempo y enviado
especial ahí donde se producen los acontecimientos, como el conflicto armado entre Honduras y El Salvador, la llamada “Guerra del Fútbol” (1969).

La relación con el diario de Noble no concluyó en buenos términos y Diego Lucero mudó seudónimo y estilo a Mayoría, un diario de cuño peronista lanzado en la previa de la gran movilización popular del 17 de noviembre de 1972, que cerró apenas dos años después.
Desde mediados de esa década, sus vivencias y picardía para transmitirlas a un público devoto lo convirtieron en un requerido conferencista sobre la historia de los mundiales.
Aquí, allá y en todas partes
En entrevistas personales, solía ironizar sobre su importancia como experto en la materia. Tras cubrir el primer certamen en Montevideo (“a metros de mi casa”), resultó testigo privilegiado de las subsiguientes ediciones, en parte porque “muchos de ellos me agarraron en Europa –decía–, cubriendo alguna otra cosa, social o política. O viceversa, cubrir esas cosas porque estaban cerca de un Mundial. Eran tiempos en los que viajar era difícil y el que estaba cerca tenía que atajar lo que le viniera”.
Cuando en la previa del Mundial 66, se produjo el robo ocasional del trofeo en disputa, escribió una columna de pintoresco humor, apelando al espíritu de sus personajes. “Los pipetas tienen esperanza que el chorro devuelva la estatuilla. ‘Difícil’, dijo la Ciriaca. Porque el afanancio no te vayas a creer que es como aquel fanático que se robó la Gioconda para darse el gusto de contemplarla y me la encerró en un altillo y me la tuvo allí prisionera, para él solo, como diez años. No. Este sujeto indigno que tal modo, ofendió a todos los tabloneros del mundo, porque robar ese trofeo es como robar el caliz de una iglesia, pa’ mí que no la devuelve más, porque es fija que ese oro ya está pasado a cobre.”

Técnicamente, no dudaba en marcar su preferencia por el Mundial de México 70. “Fue el más hermoso de todos lo que cubrí. Primero, porque era un momento en que el nivel del fútbol mundial estaba muy alto. A ese campeonato fueron equipos de
primerísima línea: Inglaterra, que fue a defender el título ganado en 1966, y luego Alemania, Italia y Brasil, que tenían un valor futbolístico superior. También había una segunda línea de equipos fenomenales: Rusia, Bélgica, Perú –que había eliminado a
Argentina–, Uruguay –capitaneado por el Negro Cubillas”, apuntaba respecto de un viejo conocido del fútbol rioplatense, que había brillado en la delantera de River.
“Futbolísticamente ese campeonato fue excepcional –insistía–. Pero además hay que agregar que el pueblo mexicano generosamente contribuyó a la belleza del acontecimiento, vistiendo sus trajes regionales y haciendo de cada partido una fiesta,
a pesar del drama que terminaban de vivir. Fue muy emocionante.”
Concierto de fútbol
De ese Mundial (realizado bajo la sombra de la trágica represión estudiantil de dos años atrás) publicó una pieza de colección, “Sinfonía en cuatro tiempos”, sobre la semifinal Italia (4)-Alemania (3), que clasificó a los primeros para la final con el Brasil de Pelé, Jairzinho, Gerson, Rivelinho, etc., una de las mejores selecciones de la historia del fútbol.
“No fue un partido de fútbol. Fue un concierto. Un concierto para una sinfonía en cuatro tiempos. La primera etapa fue un ‘Alegro cantabile’; la segunda, un ‘Rondó fortissimo’; el primer alargue o tercer tiempo fue el ‘Scherzo en La Mayo’ y el cuarto fue la ‘Disperata’, la finalisima donde bronces y timbales dan la nota resonante del trueno. No fue un partido de fútbol, fue una sinfonía. Una sinfonía de 120 minutos durante los cuales, cuerdas, bronces, maderas y lonjas, todos los elementos de la gran armonía, estuvieron siempre en juego, siempre en acción, para componer el final del episodio grandioso de este encuentro de emoción inolvidable”, escribió con todas las sensaciones a flor de piel.
¿Qué pensaría hoy Luis Alfredo Sciutto (fallecido en 1995), qué escribiría Diego Lucero de este Mundial tan despojado de épica (y de ética) como el que nos aproximamos a vivir (y en lo posible ganar)? Imposible saberlo, aunque es seguro que Roncadera, la Ciriaca, el Pat’e Catre y algún otro de sus personajes, formarían parte de la delegación.