• Buscar

Caras y Caretas

           

“La vida es un riesgo”

Ilustración: Archivo Caras y Caretas
Ilustración: Archivo Caras y Caretas

En septiembre de 2005, Caras y Caretas conversó con Leonardo Favio sobre su infancia, la religión y las creencias, el cine y el peronismo. Aquí reproducimos parte de ese extenso reportaje.

–¿Tuviste un dios aparte?

No sé si tuve sueños que concreté o Dios me colocó en este camino. Porque en rigor mis sueños deambulaban por otro lado: yo quería tener un almacén de ramos generales. Cuando llegué de Mendoza, me fascinó Buenos Aires. Era un momento propicio para volar, tenía 16 años. Todos mis sueños estaban condensados acá: los maniquíes en las vidrieras, más lindos que los de mi pueblo, el parque de diversiones con los enanitos a mano. Me fui enamorando a medida que la fui descubriendo. Donde iba me encontraba poetas, soñadores, locos; el amor estaba en cualquier rincón.

–¿Sos romántico?

–No sé qué es ser romántico, me tildaría más bien de tarambana, un tipo que no está agazapado para con la vida. Me dejo llevar por sensaciones, no soy tan analítico, no sé si eso es ser romántico o un poco atolondrado.

–Pero sí vulnerable…

–Siempre. Es que si no sos vulnerable, ¿cómo podés captar que no es lo mismo la lluvia en Mendoza, en las calles de tierra, que el olor del asfalto o del subterráneo donde has viajado con alguien que amás? No es malo ser vulnerable, lo horrible es que no te penetre nada.

–¿No es un riesgo?

–La vida es un riesgo que por lo general termina mal, termina muerta. A veces me pregunto qué va a ser de mi cuerpo, del artefacto que me lleva a deambular por todos lados. Es inútil, no podés escapar del círculo de la vida aunque te transformen en ceniza. Te va a comer un pez o te va a comer un pajarito o un coleóptero, y seguís involucrado en la vida. O por ahí no es así y vamos al cielo y nos está esperando Dios.

–¿Creés que Dios va a estar esperándote?

–Dios es un misterio. Podés buscar símbolos que te permitan reverenciarlo, una piedra, el Cristo en el madero, el cosmos. Pero Dios es tan maravilloso que nos deja libres para que maduremos. Te da los ojos para ver, el corazón para sentir, y lo que hagas con ellos es problema tuyo. Somos una intención de Dios, nada más. Hay que inclinarse, esperar y seguir con tus sueños, haciendo las cosas lo mejor posible y lo que te permita tu pequeñez. ¿Si existe? Yo apuesto a que sí. Basta mirar la lluvia.

–¿La religión fue un refugio frente al dolor?

–Cuando era chico no tenía horizontes muy amplios. Vivía el día a día, no me acuerdo del dolor. Hay un momento de desgarro, pero en el recuento todo es positivo. Viví la niñez con una gran alegría. Mi paso por los internados fue una necesidad y en esa época no nos verdugueaban. No es Crónica de un niño solo, estaba prohibido pegar. Al contrario, conocí el cepillo de dientes, una muy rica comida en el Hogar del Niño. Como máximo te rapaban.

–¿Eras un chico malo?

–No. Me gustaba escaparme, y a veces volvía solo. Yo vivía, no sé cómo se llama eso. Me acuerdo de mi adolescencia y de mi juventud: hubo muchos golpes, locura, vértigo. Era como un juego permanente de picardía, de olor animal, de instinto. Pero me acuerdo con gran cariño de los que pasaron por mi vida, no solo de los que me favorecieron, de todos. No soy ningún santo, pero entiendo a los que me hicieron llorar.

–¿Cuál es tu peor recuerdo?

–El recuerdo más horrible puede ser de la dictadura. Cuando subió Videla dije “estos no me van a joder”: dejé de fumar, me puse un profesor de gimnasia, empecé a hacer vida sana. Recién me dejaron salir un año después porque no me daban el pasaporte. Pero el exilio también fue útil porque aprendí un mar de cosas que me alimentaron. Recorrí América como si fuera mi casa, recuperé la canción. También alimentó al Gatica que después traje. Otro tipo hubiera necesitado veinte vidas para vivir lo mismo.

–¿Has creado para que te amen?

–Toda la vida. Soy muy inseguro y me aferro mucho a los afectos. En las filmaciones estoy pendiente de la mirada de los técnicos. En cuanto uno bosteza me pregunto en qué me equivoqué. Necesito que estén todos emocionados. Esa gente sabe mucho de cine, y lo ama. Lo mismo que los extras, cuando ellos están contentos las cosas van bien. Yo no los llamo extras, los llamo actores de conjunto.

–¿Cómo hacés para mirar con tanta ternura a tus personajes?

–Siempre me manejo con base en la ternura. La ternura es saber reconocerse a uno mismo en el otro. Monzón, por ejemplo, era un chico de una gran ternura, y nunca dejó de ser un niño     En una oportunidad me dice: “Qué bien nos llevamos, ¿no, Leo? Todos me decían: ‘Vas a hacer una película con ese tipo, se van a cagar a trompadas a los dos días’”. Yo lo miré. Qué trompadas me voy a cagar yo con este, si me da un bife y me mata. Lo que le pasó después no tendría que haber estado en su alma. Pero quedémonos ahí. Nunca nadie sabe cómo es la cosa.

Juan Moreira, Nazareno Cruz y el lobo y Soñar, soñar, ¿fueron una metáfora de la situación del país?

–No me doy cuenta cuando pasa eso. Con Moreira fui trabajando en el guion y se transformó en una gran ópera. Soñar, soñar fue la única película en la que pensé en términos políticos. Justo cuando cae el gobierno constitucional, cambié el final que era trágico por el final de ellos en la cárcel, todos felices, todos presos. Sabés cómo me dieron con Soñar, soñar. La gente no me lo perdonó.

–¿La Iglesia está en crisis?

–Que te quedes solo no quiere decir que estés equivocado. De todos modos, no soy un experto. Me acuerdo de que una vez estaba con el padre Mugica: yo andaba siempre con el rosario, y me dijo: “¿Vos te creés que la Virgen es tonta, que andás todo el día repitiendo Ave María llena eres de gracia?”. “No creo que sea tonta ni creo que me escuche”, le contesté. Son palabras que se vienen repitiendo hace cientos y cientos de años. ¿Vos creés que ese sonido no está en el aire? De todo puedo estar inseguro, pero si algo sé es que estas palabras fueron de mis abuelos. Lo quería mucho al padre Mugica.

–¿Seguís pensando que lo mataron los Montoneros?

–No quiero hablar de eso. Pienso en Firmenich como un comandante en retiro afectivo. Me ensucia hablar de él.

–¿Fueron épocas de confusión, como en Ezeiza, donde vos mismo no sabías de dónde venían las balas?

–Yo supe de dónde venían las balas. Había confusión, pero no tanta como para no saber qué es lo oscuro y qué es lo claro. Mi confusión fue cómo proceder, porque me dolió mucho lo que pasó. Pero siempre tuve claro que estando acá el General, todo lo demás era cartón pintado. Había que dejar hacer, porque si no, ¿qué somos? ¿Como los gorilas o los militares, que arreglan todo con golpes? Es el pueblo el que dirige y para eso están las elecciones. Ahora convencieron a la gente de que los sindicatos son una mierda. No es así. Miralo a Rucci, analizá su discurso de Sinfonía del sentimiento. Matarlo a Rucci fue uno de los crímenes más bajos porque fue el más gratuito, aunque en realidad querían hacer mierda al Viejo.

–¿Cómo juega la condición de peronista en tu obra?

–Uno es lo que hace, el hombre se realiza a partir de un compromiso, está involucrado en el momento histórico. Siempre supe cuáles fueron mis orígenes y cuál es la gente que amaba y la gente que no me importaba. Se juega también el hecho de que se manejan millones. Entonces estás pendiente de todo. Porque en este oficio es importante chupar las medias, y estás indeciso porque te preguntás: ¿chupo las medias en este momento? No, porque este tipo es malo. ¿Y cómo hago para hacer mi película entonces? Yo aporto mi sensibilidad, mis ganas de hacer las cosas bien, de hacerme merecedor del cariño y del respeto de mis colegas y de la gente, que es lo único que me preocupa. Y no de qué van a pensar cuando me vaya. Quiero caminar por la calle y que el basurero, el tachero, el mozo me den una sonrisa, y notar que te están devolviendo lo poco que les diste. Ese es mi capital.

–¿Qué estás haciendo ahora?

–Un ballet cinematográfico, basado en el cuento “El cenizo”, de mi hermano Zuhair, con el que hice El romance del Aniceto… Es complejo explicar una película, y mucho más un ballet. Vamos a filmar todo en galerías porque no quiero hacer nada con computación. En estos días grabamos la música y estamos haciendo los bocetos de los decorados. Será una ópera. Me gusta el hecho de manejar el cosmos, las estrellas, la naturaleza como parte de la danza. Es un desafío muy bonito.

–¿Hay algo que te duela?

–Hoy tengo una lucha desigual con la naturaleza, me cuesta desplazarme. Cuando te ponés a boxear con la naturaleza es una lucha que ya sabés perdida. Pero hay otras cosas que te confortan. Es solo dolor, y cuando conseguís manejarlo y el intelecto funciona… Es demasiado bueno Dios. Con esto puedo permanecer muchos años. La polineuritis ataca los filamentos nerviosos del cuerpo. La menor contracción los estimula y quedás de cama un par de días. Le dicen la enfermedad del dolor.

–¿Tu familia te acompaña?

–Con mis hijos no tengo una relación de estar pegados. Cuento con su afecto y ellos saben que los amo. Para qué más. Carolita está bien, flaca como siempre, soportando sus monstruos, pero juntos. Todos los seres que amé y me amaron dejaron cosas muy importantes en mi vida. María Vaner también. Me enseñó mucho y me dio un hijo extraordinario, Leonardito.

–¿Qué te da fuerzas para vivir?

–A veces, al despertar me siento un zapato, nulo, tembloroso. Entonces, busco talismanes. Por ejemplo: releo opiniones sobre mi cine de gente que valoro mucho, como Verbitsky, Gelman y algunos otros amigos, cosas que me levanten la autoestima, y al cabo de unos minutos, café de por medio, me voy calmando y arranco a continuar la vida.

Escrito por
Cristina Zuker
Ver todos los artículos
Escrito por Cristina Zuker

Descubre más desde Caras y Caretas

Suscríbete ahora para seguir leyendo y obtener acceso al archivo completo.

Seguir leyendo