Luciana Jury brilla con luz propia dentro una familia de inmensos artistas. Es la única hija de Jorge Zuhair Jury –músico, escritor, pintor, director y guionista de la mayoría de las películas de su hermano– y de Marta Mantello, la cantante que supo combinar con originalidad el rock and roll, la milonga, el folklore y la música cuyana. En ese hogar de creadores, Luciana forjó un universo estético propio e integral en el mundo de la canción inscripto en la tradición de artistas excesivas, sufridas y subversivas, al estilo Chavela Vargas o Concha Buika. Con ella, el legado artístico familiar se mantiene incorruptible. Como sobrina de Leonardo Favio, su testimonio es invalorable. Porque en el diálogo mantiene incorruptible también la ancestral humildad, sencillez, picardía, humor y ternura que caracterizaban a su tío.
–¿Qué recuerdos más recurrentes o qué primera imagen se te viene a la mente de Leonardo Favio como tío?
–Una noche que vino de visita a casa de forma totalmente inesperada por la hora. Llegó con un sombrero y un sobretodo, muy elegante, y cinco chocolates Suchard de distintos sabores presentados en forma de abanico para mí. Yo era muy chiquita y verlo a esa hora en casa, vestido así y con esos chocolates hizo que no me olvidara más de ese momento.
–¿Qué influencias familiares tuvo Favio en su carrera artística?
–Mi abuela era una gran escritora y generadora de proyectos, sobre todo en radioteatro, en los que solía involucrarlos a él y a mi padre. De hecho, creo que tanto mi padre como él han sido muy influenciados por su madre, Laura Favio, en la literatura y la poesía, en una manera de mirar el mundo. También mi padre fue un ser bastante influyente para mi tío, con el que ha compartido mucho en la actividad creativa, con el que hablaba mucho sobre qué temas tocar o qué historias contar a la hora de hacer un film.
–¿Qué película de Favio recordás con más cariño y por qué?
–Creo que Gatica, el Mono, pero sobre todo porque tuve la suerte de visitar algunos sets de filmación de aquella película. Fue importante para mí vivir la experiencia de verlo dirigir. Era como un dios: decía “¡acción!” y creaba un mundo nuevo, una realidad paralela.
–¿Y qué escenas de películas se te vienen particularmente a la mente y el corazón?
–Son muchas. Por ejemplo, la escena de la muerte de Juan Moreira. El grito que se escucha, que en principio parecía que venía del mismo Moreira atravesado por una ballesta y que después te das cuenta de que provenía del mismo milico que le había dado muerte porque tenía dimensión de que estaba matando a una leyenda. Me impactó y me sigue sacudiendo cada vez que vuelvo a ver Juan Moreira.
–¿Qué significaba para Favio el tema de la amistad, tan presente en sus películas (Charlie y Mario el Rulo, de Soñar, soñar; el Ruso y Gatica, de Gatica, el Mono, entre otras)?
–La amistad fue casi todo en su vida. Disfrutaba con sus amigos, tenía muchos y le alumbraron las sombras que por momentos lo habitaban.
–¿Qué amigos personales solía evocar?
–Hay un amigo que era muy amigo de mi padre también, el Negro Cacerola, un muchacho de pueblo, como ellos, pero que aparentemente tenía una carga de inocencia suprema que hacía quererlo mucho, que murió muy joven y que tanto él como mi padre siempre recordaban con mucho cariño.
–¿En qué se inspiraba particularmente para sus canciones y películas?
–En las realidades que veía y en vivencias propias, seguramente. No es una data que tenga muy clara. Cuando nos encontrábamos, de lo último que se hablaba era de música. Por ahí, en familia se hablaba más de cine y política, y al final mi papá lo despedía con alguna canción tocando la guitarra y él sonreía o tiraba algún chiste acerca de su oficio de cantor, y eso era todo.
–¿Cuáles de sus canciones y de sus películas influyeron particularmente en tu propio arte?
–“Si mi guitarra canta”, una mirada desgarradora de nuestra Latinoamérica postergada por la pobreza y la falta de oportunidades; “Milonga del hombre nuevo”, cocreada con Dalmiro Sáenz, otra milonga tremenda que habla de un guerrillero que se despide de su amor porque sabe que la muerte lo espera seguro. Imposible no elegir una canción de amor hermosa de tantas lindas que tiene: “Ella ya me olvidó”, que es una oda al que, en el juego del amor, perdió bellamente mal. También perder tiene su encanto, y esta canción da cuenta de eso.
–Si tuvieras que elegir dos anécdotas con las que te gusta recordarlo, ¿cuáles serían?
–Dos visitas que le hice. Siempre que lo iba a ver me esperaba con alguna sorpresa. Una vez me esperó con los labios y los ojos pintados, y me dijo que, a partir de ese momento, cada vez que nos viéramos lo tenía que nombrar en femenino. Yo era chica y para mí era fuerte verlo así, y a la vez, más que fuerte, lograba sorprenderme, así pintado como una mujer. Otra es de cierta ocasión en que me hizo un regalo. En realidad, siempre que me veía me hacía un regalo, pero esa vez estaba la particularidad de que tenía que elegir una opción entre dos. Tenía dos relojes: uno de plástico con alarma y el otro era un Rolex de oro. Se puso un reloj en cada mano y yo tenía que escoger. “Este reloj es el de Cristo”, me dijo señalándome el de plástico, “y este reloj es del Diablo”, mostrándome el de oro. Después de unos minutos de pensarlo, con angustia le digo que quiero el de Cristo. Se empieza a reír y me dice “has elegido muy bien”. Una hermosa lección para toda la vida. Esas son dos de las tantas anécdotas que se me vienen a la cabeza y con las que me gusta recordarlo.