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Caras y Caretas

           

Marca no registrada

Ilustración: Marcelo Marchese
Ilustración: Marcelo Marchese

Gustavo Leguizamón nunca quiso grabar discos, por lo que sus temas se fueron transmitiendo de boca en boca.

Eulogia Tapia en La Poma, al aire da su ternura, si pasa sobre la arena y va pisando la luna”, escribió Manuel Castilla, que conoció a Eulogia a finales de los 60 en el pueblo donde ella vivía, en Salta, durante los festejos del Carnaval. Ella le ganó un desafío de contrapuntos (un ir y venir de coplas improvisadas hasta que alguien pierde), y el premio por el triunfo fue que él le escribiría una zamba. La letra la puso Castilla; la música, el Cuchi, y así nació “La pomeña”. Una de las versiones más conocidas de esta canción es probablemente la que interpretó Mercedes Sosa. Tal es el caso de muchas otras composiciones de Leguizamón que hoy son parte del cancionero popular: “Zamba del pañuelo”, “Zamba del Carnaval”, “Balderrama”, “Me voy quedando”, “Maturana”, entre otras.

Su recorrido musical es bastante intrincado y difícil de transitar: la huella que dejó Cuchi es innegable; sin embargo, seguirle el rastro se ha vuelto un tanto complicado. Las partituras fueron descatalogadas y dejó pocas grabaciones suyas. “La idea de que esté en De Ushuaia a La Quiaca no solamente fue una buena idea sino que además fue una de las únicas ideas por las que tenemos al Cuchi Leguizamón registrado”, cuenta León Gieco en el documental de Canal Encuentro en el que relatan la gira. Santaolalla completa: “Porque él nunca quiso grabar, más que nada su trabajo consistió en componer canciones y trabajar con el Dúo Salteño, pero siempre fue un outsider, digamos, un tipo que estaba en el borde”. León continúa: “Yo me había preparado para grabar con él, había preparado ‘Maturana’. Y yo la cantaba con el ritmo de zamba con el que normalmente la había escuchado. Entonces cuando la canté, me dice: ‘No, eso no es el ritmo de zamba, están todos equivocados. El ritmo de zamba es el revoleo del pañuelo cuando vos hilás la zamba’. Le dije: ‘Mirá, Cuchi, yo no sé bailar la zamba, no sé revolear el pañuelo’, y así fue que tenemos la única versión del Cuchi cantando ‘Maturana’”.

RECUPERACIÓN HISTÓRICA

En 2017, el Instituto Nacional de la Música publicó el libro Corazón alegre, con toda la obra de Gustavo Leguizamón. Contiene un cancionero y un análisis y traducción de diferentes músicos sobre cómo componía el Cuchi. El músico y compositor Leopoldo Deza dejó algunas notas en el mismo libro (y de paso nos aclara el episodio que le ocurrió a León Gieco): “Las canciones populares se van deformando con la interpretación intuitiva de los artistas más la acumulación de variaciones que se dan en el ‘boca en boca’, sobre todo en casos como el que nos compete, donde la obra del compositor se ha difundido básicamente a través de otros intérpretes ya que el propio autor ha grabado muy poco. Dicho esto, sugiero abordar este libro con ánimo de aprendizaje y descubrimiento ya que en muchas de las melodías y acompañamientos se pueden encontrar diferencias con lo que tenemos en nuestra memoria, con lo que ‘cantamos todos’”.

Diego Rolón, otro músico que participó en el libro que analiza y transcribe la obra del Cuchi, escribió que “el piano era su instrumento, no así la guitarra, que también ejecutaba, pero no con igual maestría. El conocido ‘rasguido’ de la zamba no siempre es efectivo para aprovechar al máximo las tensiones que propone la armonía del Cuchi. Por lo tanto, sugiero disociar los sonidos graves de los agudos, como lo haría un piano”.

No hay un registro claro de cuántas fueron las composiciones del Cuchi. La web que lleva su nombre dice que solo se pueden asegurar documentalmente 143 temas y que falta continuar investigando su obra para recuperar aquellas composiciones que aún hoy se desconocen.

De todos modos, el silbido del Cuchi es ese que se escucha adentro de los caminos y que se vuelve baguala cuando ya todos se han ido.

Escrito por
Marina Amabile
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