En la librería de Jorge Álvarez, a mes de los años 60, conoció a quien sería su amigo y “compañero de vida”, Joaquín Salvador Lavado, más conocido como Quino. El editor Daniel Divinsky, que empezó a publicar el tomo 6 de Mafalda en 1970 en Ediciones de la Flor, la editorial que había creado junto a su ex esposa, Ana María “Kuki” Miller, extraña a “Quinito”, como llamaba al humorista gráfico mendocino. “Echo de menos nuestros encuentros casi semanales en su departamento. Lo visitaba los martes, después de la hora de su siesta, y manteníamos breves conversaciones mechadas por largos silencios que se adivinaban cargados de cariño. En esos encuentros apoyaba mi mano en la suya o en su brazo, por consejo de su sobrino, única forma de que un invidente tuviera clara mi presencia todo el tiempo”, recuerda Divinsky esos momentos compartidos, como viñetas íntimas de un afecto que vibra sin la cadencia de las palabras.
–¿Por qué creés que Quino apreciaba mucho más sus páginas de humor que Mafalda?
–Quino se sentía un poco prisionero de Mafalda por la obligación de crear una tira cada semana y ajustarse a la línea argumental que había imaginado para sus personajes. En la página de humor ejercía la libertad temática y, sobre todo, podía expresar su ideología antiautoritaria, laica y de crítica a las instituciones.
–Más de la mitad de las frases que se encuentran en internet sobre Mafalda son falsas, como por ejemplo, “Paren el mundo que me quiero bajar”. ¿Cómo explicás este fenómeno de poner en boca del personaje frases que no han sido escritas por Quino?
–A él lo enojaba mucho que redibujaran sus personajes en las tapas de algunas ediciones de los libros de Mafalda en otros idiomas, pero muchísimo más que le atribuyeran al personaje frases que él nunca les había hecho pronunciar. La que más le indignó fue aquella en la que a la designación del machete policial como “el palito de abollar ideologías” le añadieron lo de “pero gracias a él es que podemos ir tranquilos a la escuela”, o algo similar. También la siniestra utilización del personaje que hicieron los antiabortistas, algo que repudió saliendo con los tapones de punta.
–¿Cuál es tu Quino preferido? ¿Es el de Mafalda? ¿O pensás que hay uno más interesante en sus páginas de humor, que fueron eclipsadas por el encanto que generó en el mundo la niña contestataria?
–Sin duda, prefiero al Quino de las páginas de humor generales, satirizando a la religión, la explotación del hombre por el hombre, los lugares comunes pequeñoburgueses, el imperialismo, la política internacional. Una de las situaciones que tuvo la originalidad de destacar como ejercicio de poder arbitrario e incontrastable es la del parroquiano en un restaurante, sometido a la voluntad del mozo o camarero, la del cocinero, la del médico al que consulta por el celular acerca de qué puede comer o no y aun la de los comensales que lo rodean. También el prejuicio que menosprecia al campesino por su supuesta ignorancia: Quino lo hace aparecer triunfante por la aplicación de su ingenio y sentido común. Otra situación de indefensión de su protagonista: ante el farmacéutico, el médico, los fabricantes de medicamentos.
–Cuando te dijo en 1973 que no iba a hacer más Mafalda, ¿cómo reaccionaste?
–Venía insinuando esa decisión desde bastante tiempo antes, pero nunca me la comunicó formalmente. Ante el atisbo de una protesta por mi parte, citó la frase de Oski, según quien, cuando en una tira de historieta tapabas el último cuadro y ya sabías qué iba a decir, tenías que discontinuarla porque era evidente que te estabas repitiendo. Cuando le sugerí la posibilidad de tener uno o varios asistentes que dibujaran sus ideas o que le aportaran algunas, la rechazó más que enérgicamente.
–En julio de 1976, los militares mataron a tres sacerdotes y dos seminaristas palotinos. En la foto que registra el momento pueden verse los cuerpos y, junto a ellos, un póster con el dibujo en el que Mafalda señala el machete de un policía y dice: “¿Ven? Este es el palito de abollar ideologías”. ¿De qué modo la dictadura cívico-militar y el exilio afectaron la obra de Quino? ¿Cambiaron sus dibujos y el tipo de humor que hizo entonces?
–El “exilio” de Quino fue más bien preventivo y su motivo inmediato fue una irrupción parapolicial en un departamento vecino al de él. Curiosamente, ni la tira ni las páginas de humor fueron censuradas durante la última dictadura. Ni esta ni la residencia fuera del país me parece que hayan influido en los dibujos que hizo posteriormente.
–¿Cómo definirías el humor de Quino? ¿Qué lo caracteriza?
–Como le dijo Saramago en el único encuentro que tuvieron, el humor de Quino es filosofía. La carga ideológica, política pero nunca partidista, aparece casi en cada página de manera a veces subrepticia, pero revela una coherencia nunca desmentida. En Mafalda, en cambio, no hay un desarrollo historietístico sino una sucesión de epigramas: acontecimientos, muy pocos.
–¿Qué tipo de influencia ejerció Quino en el humor gráfico argentino y qué impacto tuvo en las nuevas generaciones?
–Como dice la publicidad de algunos productos, muchos trataron de imitarlo, pero ninguno lo consiguió. Lo que se nota en muchos humoristas gráficos más jóvenes es un esfuerzo denodado para diferenciarse: algunos lo lograron. Es destacable el apoyo que dio Quino a muchísimos de sus colegas en los inicios de sus carreras: además del consejo. Hace unos días, Tute, el exitoso hijo de Caloi, al recibir la distinción como Personalidad Destacada de la Cultura de la Ciudad de Buenos Aires, contó que al mostrarle a Quino sus primeros trabajos, él le dijo “tenés que calar más hondo” o algo parecido. Y ya pertenecen al folklore quinístico las cenas que organizaba periódicamente en su casa invitando a todos los humoristas gráficos en actividad, aun a los que estaban dando sus primeros pasos en el género.
–¿Cuál es el recuerdo más bizarro o absurdo que tenés junto a Quino?
–Serían dos. Una vez fuimos a Tucumán, donde debía conversar con el público: como estaba totalmente disfónico me encargó que yo contestara las preguntas que le hacían (algo que podía hacer sin dificultad habiéndolo escuchado tantas veces) y él asentía con un movimiento de cabeza (o negaba, pero eso casi no sucedió). El otro, en San José de Costa Rica, donde, después de una conferencia de prensa en el hotel en el que nos alojábamos, se le acercó una bella joven de prominentes pectorales que bajándose el escote le alcanzó un marcador y le pidió: “Quino, fírmame aquí”. Con mano temblorosa él lo hizo y la foto fue portada de los diarios al día siguiente.