A Quino lo traté siempre de usted. Me retaba por eso, hasta que se dio por vencido.
No podía entender mi excusa: que yo traté de usted a mi papá, hasta el final.
Que papá Antonio, Toto, nació exactamente ocho días antes, el 9 de julio del 32. Y que ambos tenían padres andaluces, y los dos, provincianos.
Claro, papá también gustaba del vino, pero de los berretas. Quino tuvo mejores posibilidades, nacer en Cuyo, por ejemplo. Y luego, vivió de lo que quiso. Y no tuvo cuatro hijos.
Claro que yo aprendí de ambos. Pero de Quino aprendí lo que elegí yo aprender.
Él no me enseñó, yo aprendí.
¿Nos puso limitaciones el trato de usted, como me ocurrió con mi situación paternofilial? Quizá, pero no en lo afectivo. ¿Hubiera criticado alguna de sus creaciones, con una confianza dada por el voceo, como me ha pasado con otros colegas?
No. Esa es la respuesta: no. Quino solamente mereció mi apología, aun en sus dibujos más cansados, los penúltimos y los últimos.
Por eso, Quino, se lo digo ahora también: siempre lo sentiré cerca, y cuando no, volveré a todo lo que dejó sobre papel.
Y el 17 de julio, prenderé una velita color malbec por sus 90 años.