El proverbio chino que sostiene que toda crisis es una oportunidad estaba más pensado para la existencia individual que para la vida política. Puede hacerse el esfuerzo imaginativo para ampliar sus alcances. El Frente de Todos afronta una nueva crisis y quizá la última oportunidad de revertir la percepción social de que se trata de un experimento político que no funcionó. Una construcción que fue sumamente eficaz para ganar las elecciones de 2019 y desalojar a la derecha del poder, que quería profundizar su modelo de especulación y autoritarismo, pero que no pudo plasmar esa efectividad en la gestión del gobierno.
La nueva crisis en el gabinete nacional podría haberse evitado. O al menos haber tenido una menor intensidad. El cambio de un ministro no tiene por qué ser traumático. La forma en que Martín Guzmán renunció a la cartera de Economía implicó un doble desplante, a los dos protagonistas de la dupla presidencial. Guzmán lanzó su tuit de despedida mientras la vicepresidenta Cristina Fernández daba su discurso en un acto en Ensenada por los 48 años de la muerte de Juan Perón. Y –peor todavía– lo envió a la galaxia virtual sin haber acordado con el presidente Alberto Fernández el momento de su salida. De otra forma, el mandatario habría podido ordenar la transición.
La manera en que se fue Guzmán le tiró nafta al fuego de la crisis financiera que castiga al país hace varias semanas, situación que el propio ex ministro no podía domesticar. Aumentó la incertidumbre en un contexto que ya tiene una sobrecarga de este componente.
La eficacia electoral que tuvo el FdT, por ahora, contrasta con las dificultades para tener éxito en la resolución del principal problema económico que dejó el macrismo: la alta inflación y el retroceso del poder adquisitivo de los ingresos fijos. Hay un dato que agrava la situación. Los números acumulados en la primera mitad de este año indican que la inflación será peor que en 2021, es decir, peor que el último índice que dejó Macri.
La pandemia más cruenta de los últimos cien años y la primera contienda entre naciones que se vive en Europa luego del final de la Segunda Guerra crearon un contexto que complica la situación. De todos modos, es casi imposible apostar a que los votantes –incluso los más convencidos– aceptarán esa explicación y seguirán acompañando a pesar de la falta de resultados que perciben en sus bolsillos todos los días.
Los gobernadores peronistas, con la excepción del singular cordobés Juan Schiaretti, que se siente más confortable en Juntos por el Cambio que en el FdT, están mirando el calendario electoral con una lapicera en la mano. Para los caciques territoriales es fundamental que el gobierno encuentre un camino de mejoría antes de que arranque el mundial de Qatar, en noviembre. ¿Por qué? Porque una vez que finalice la fiesta –y gran negocio– del fútbol, van a hacer un circulito en algún día del año para realizar las elecciones de sus terruños. Y esa fecha dependerá de cómo evalúen el escenario nacional. Si persiste la percepción de fracaso de la gestión económica, tratarán de alejarse lo más posible del calendario electoral nacional.
Los gobernadores se sentarán sobre sus territorios y pondrán un alambrado de púas alrededor. Las campañas serán meramente provinciales: una ruta por aquí, escuelas por allá, un centro de salud por el otro lado. Esquivarán las referencias a la situación económica global. Le tirarán ese paquete a la Casa Rosada, que queda en el ingrato Buenos Aires. Es un reflejo lógico, pero que dejaría a quien sea finalmente el candidato presidencial del FdT como un edificio al que le faltan varias columnas.

Las esperanzas puestas en Batakis
Este es uno de los factores que imponen una cuenta regresiva sobre esta última oportunidad del FdT. La nueva crisis, por ahora, trajo como cambio principal el desembarco de la “Griega” Silvina Batakis en el sillón del neoyorkino Guzmán, que ya tiene lista la valija para volver al debate académico en la Gran Manzana.
El recorrido de Batakis es la antítesis del realizado por su antecesor. Fue ministra de Economía bonaerense durante la gestión de Daniel Scioli, jefa de equipos en el PJ de esa provincia durante la resistencia al ciclo macrista, ahora era remadora de consensos con los gobernadores en el Ministerio del Interior de Eduardo de Pedro. El discípulo de Joseph Stiglitz, en cambio, venía del debate académico sobre el capitalismo global y de codearse con los dueños de fondos de inversión que manejan recursos que equivalen al PBI de varios países. El contraste es arquetípico: por un lado está el personaje que conoce el barrio, la calle, y por el otro, el sabelotodo con su castillo de libros.
El cambio no garantiza ningún resultado. Un estilo no es intrínsecamente mejor que el otro. Lo fundamental del giro es que Guzmán estaba fracasando en un frente demasiado sensible. Y en algún momento hay que mover el tablero si no hay resultados. La constancia no siempre trae buenos frutos, a veces solo profundiza el problema.
La convivencia hacia dentro de la coalición, la relación entre Alberto y Cristina, es el otro enigma de los próximos meses. Y también depende de cómo vuelvan a vincularse que esta última oportunidad no se evapore. Hubo tensiones entre los dos desde el inicio del gobierno. Sin embargo, el agua empezó a hervir luego de la derrota electoral en las parlamentarias del año pasado. No hay ninguna manera de que un resultado adverso no ponga en crisis la conducción. No es un rasgo del peronismo sino de cualquier partido político de poder.
Los números de las elecciones de 2021 se explican por los efectos de la pandemia, restricciones, caída del empleo, chicos sin clases. Solo las personas que tenían garantizado un salario holgado en su caja de ahorro podían transitarlo incluso disfrutando del repentino encierro, dedicando tiempo a preparar comidas exóticas.
El fin de la pandemia, sin embargo, no despejó por sí solo las dificultades del FdT para recuperarse. Lo puso de nuevo en el punto en el que estaba en diciembre de 2019, pero con la mochila de dos años de fuerte desgaste por el covid, es decir, con una ansiedad mucho mayor por parte de la población respecto de los logros en la batalla entre la inflación y los salarios. Es el torrente central del río que debe cruzar el oficialismo para llegar con chances a las presidenciales del año que viene. Lo demás es solo una orquesta que acompaña.