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Caras y Caretas

           

La oposición, entre las internas y el optimismo precoz

El antiperonismo es el lugar común de la oposición. Pero hacia adentro de Juntos por el Cambio, el escenario es complejo y diversas figuras se disputan la posibilidad de pelear en la contienda electoral de 2023. Desde la extrema derecha, el fenómeno Milei parece que no logra ir más allá de la General Paz.

El universo político opositor de la Argentina da casi por definida la batalla electoral de 2023. Esta expectativa, que puede pecar de un optimismo apresurado, tiene bases de sustento. El impacto de la pandemia en todos los aspectos de la vida social –sanitario, económico, laboral, psicológico– recayó como castigo sobre el gobierno nacional. Se plasmó en el resultado de las elecciones de medio término del año pasado. El oficialismo logró remontar los números adversos de las PASO y conseguir un empate técnico en la provincia de Buenos Aires, pero no revertir la derrota nacional.

A esto se suma el principal problema que tiene la gestión del presidente Alberto Fernández para reavivar la esperanza de una victoria el próximo año, la inflación, primero creciente y ahora aparentemente estancada en números muy altos. Las tensiones internas de la coalición oficialista, que ponen su granito de arena para expandir desánimo, no pueden analizarse si no como consecuencia del marco general.

En el amplio mundo antiperonista, que reúne a Juntos por el Cambio, los medios del establishment y las emergentes fuerzas de extrema derecha, entre otras expresiones, también hay tensión interna. Sin embargo, en honor al rigor descriptivo, por ahora no aparecen señales que indiquen que esto pueda traducirse en una ruptura. Todos los actores, a pesar de los resentimientos ancestrales que han acumulado entre ellos, están atraídos por las chances de ganar. Y para eso parten de la base de que necesitan la unidad.

Mauricio Macri no descarta la posibilidad de presentarse. El ex mandatario padece el síndrome del presidente que fracasó, podría definirse como el “mal de Duhalde”, la idea de irse solo pensando en volver. Desde su propio entorno difunden que en marzo del año que viene tomará su decisión.

Juntos por el Cambio tiene entre sus problemas que Macri pisa fuerte en el núcleo duro de sus votantes. Y además apunta a recoger algo más por extrema derecha. El ex presidente viene endureciendo su discurso, profundizando el uso de prejuicios antiperonistas prehistóricos, dividiendo el mundo en blanco y negro.

Ese discurso en parte es para intentar coser con hilo y aguja el tajo por el que su coalición pierde votos a manos del diputado de extrema derecha Javier Milei. Y también es un sinceramiento del propio Macri. Él se mostró más transparente 24 horas después de haber perdido las PASO en las elecciones en las que buscaba su reelección. Salió enojado junto a Miguel Pichetto y castigó a la población que no lo había acompañado impulsando una devaluación del peso. El verdadero Macri emergió.

Al ex presidente le surgen adversarios internos como hongos. Dentro del partido que él mismo creó, el PRO, Horacio Rodríguez Larreta es su principal rival. El jefe de gobierno porteño, al igual que la ex gobernadora bonaerense María Eugenia Vidal, habían dado por jubilado a su mentor político. Larreta adelantó su posicionamiento como presidenciable empujado por la ambición de reemplazar a Macri en el liderazgo antiperonista. Hoy paga los costos del desgaste que produce esa precocidad. Le puede llegar a caber la frase que tantas veces se utiliza para describir los desenlaces de las internas del peronismo: el que entra papa sale cardenal.

Larreta y Macri tienen otros competidores. Patricia Bullrich se lanzó apoyada por Macri para arrinconar al alcalde porteño y ahora se autonomizó. Sigue su propio camino más allá de lo que le diga el ex presidente.

La Unión Cívica Radical también está en carrera. La buena elección que hizo Facundo Manes el año pasado en la provincia de Buenos Aires, aunque perdió la primaria frente a Diego Santilli, y la posibilidad de que Martín Lousteau pueda sea candidato a jefe porteño, en una primaria contra Vidal o en una lista de unidad, son dos de los pilares de la nueva impronta del radicalismo. Quedó atrás el ánimo de pollito mojado que durante tantos años acompañó al partido centenario, que se veía a sí mismo como una gran estructura partidaria sin votos, un edificio como el “elefante blanco” de Retiro. Ahora rige la visión de que pueden ganar la interna en JxC y la elección nacional.

El candidato presidencial de los boinas blancas aparece menos discutido. Es el gobernador de Jujuy y carcelero de Milagro Sala, Gerardo Morales. Tiene el recorrido y los pergaminos que las añejas tradiciones de la UCR exigen para nominarse a la primera magistratura. En primer lugar, preside el Comité Nacional, algo que en la cultura boina blanca es más importante que ser gobernador y casi tanto como dirigir la ONU.

El diputado nacional de Juntos por el Cambio Facundo Manes arremetió contra el PRO en la ciudad de Buenos Aires al remarcar que “en los 14 años de gestión se bajó el presupuesto educativo”. Foto: NA

La sangría

Por extrema derecha, se abrieron el camino Javier Milei y sus aliados. Milei es fuerte en Capital Federal, como ha ocurrido con expresiones similares desde la restauración democrática, por ejemplo la Ucedé de Álvaro Alsogaray. Macri tiene la visión de que lo mejor para la coalición antiperonista es incorporar a Milei. Si el diputado se suma y hace alianza con el PRO, dentro de JxC, las chances de victoria del radicalismo en la interna se reducen.

Sin embargo, ni la Coalición Cívica de Elisa Carrió ni el radicalismo están dispuestos, por ahora, a cohabitar con el economista reaccionario que tiene en sus filas a defensores abiertos de la dictadura militar. La cuenta que hacen en estas fuerzas es que, finalmente, a la hora del balotaje, si es que lo hay, los votantes de Milei podrán ir con un broche en la nariz pero votarán al antiperonismo.

La incipiente fuerza de extrema derecha no es un lecho de rosas. Las tensiones internas se multiplican. Una cosa es construir un partido porteño, en los 200 kilómetros cuadrados de la ciudad, y otra una fuerza nacional, a lo largo de los 2.780.400 kilómetros cuadrados de la Argentina. Los límites de una construcción política basada en el show mediático racista y estigmatizador comenzaron a florecer. Y con ellos, las peleas internas. Es como alguien que se levanta de una borrachera en la que llegó a soñar que con visitar Animales sueltos y a Viviana Canosa alcanzaba para conquistar la Casa Rosada.

En medio de ese océano agitado y tempestuoso que es el mundo antiperonista, no hay que perder de vista un dato central. Es un sector que se organiza en gran medida desde los medios de comunicación hegemónicos, que son los que suelen marcar la línea dominante. A pesar de los rencores y odios guardados, de las traiciones y puñaladas por la espalda, de las zancadillas y el espionaje entre ellos mismos, nadie saca los pies del plato (algo tomaron del peronismo). Parten de la base de que tienen todo para ganar en 2023. Quizá pequen de optimistas.

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Demián Verduga
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