Hace 160 años, el 25 de mayo de 1862, falleció en Sucre Juana Azurduy de Padilla, a los 81 años. Murió el mismo día de la patria por la que ella no había dudado en ofrecer lo más preciado: su marido, sus hijos y el riesgo de su propia vida. Habían pasado nada más que 52 años de la gesta de mayo, pero nadie se acordaba de ella.
Juana Azurduy nació el 12 de julio de 1780 en Chuquisaca, Alto Perú, entonces parte del Virreinato del Río de la Plata y actual territorio de Bolivia. Fue hija de una mestiza y un español. Durante su infancia se curtió en las tareas del campo de su padre, donde tomó contacto con los pobladores originarios que eran peones y labriegos, y con ellos aprendió a hablar el quechua y el aymara.
Y de ellos también recibió la esperanza de una sublevación contra los conquistadores que los explotaban hacía más de tres siglos. Porque Juana nació en el mismo año en que José Gabriel Condorcanqui, Tupac Amaru II, se había sublevado en Tinta, en el Virreinato del Perú, junto con su esposa Micaela Bastidas. Esa sublevación se extendió hacia el sur y llegó hasta las comunidades del actual territorio argentino en las provincias de Jujuy, Salta y Tucumán. Pero la revuelta fue sofocada, Tupac Amaru II fue ejecutado en la plaza pública, igual que su esposa Micaela, después de obligarlos a contemplar la muerte de toda su familia. Sin embargo, las comunidades originarias continuaron el levantamiento bastante tiempo después de sus asesinatos.
En 1805 Juana se casó con Manuel Ascencio Padilla, y se sumaron al levantamiento de Chuquisaca, el primer estallido revolucionario, el 25 de mayo de 1809, contra la Real Audiencia de Charcas. El movimiento fue sofocado y terminó con una violenta represión.
Después de la derrota de Huaqui, en junio de 1811, los españoles confiscaron la hacienda de los Padilla. Aunque se ocultaron, Manuel fue apresado. Fue entonces cuando Juana reunió a más de trescientos indígenas para entrar en Chuquisaca, como si fueran lugareños. Por la noche, tomaron por asalto la cárcel del Cabildo y lo liberaron.
Para entonces, el matrimonio había concebido a cuatro hijos. Juana tomó la decisión de acompañarlo junto con sus niños y niñas porque la persecución de los españoles no respetaba infancia alguna y estaban en peligro. Debió buscar refugio en montañas y pantanos. Sus dos hijos varones no pudieron soportar el rigor del clima y de los insectos y murieron de paludismo. Poco después los siguieron las otras dos niñas.

Guerrera a las órdenes de Belgrano y Güemes
Juana y Manuel combatieron bajo las órdenes de Manuel Belgrano. Juntos participaron del Éxodo Jujeño y pelearon en Salta, Tucumán y Vilcapugio. Después de la batalla de Ayohuma, Belgrano le obsequió a Juana su sable en señal de respeto.
El 10 de febrero de 1816, una tropa de 3.700 hombres y mujeres, al mando de Padilla, ingresó en Chuquisaca, que estaba ocupada por los realistas encabezados por el coronel José Santos de la Hera. En ese combate, una bala alcanzó al caballo de Juana, quien logró huir rescatada por su gente. Después, ella misma organizó una emboscada en la que le arrebató una bandera al enemigo y se la entregó a Belgrano, quien envió este parte a Buenos Aires: “Paso a mano de V. E. el diseño de la bandera que la amazona doña Juana Azurduy tomó en el Cerro de la Plata, como a once leguas al oeste de Chuquisaca. El comandante Padilla calla que esta gloria pertenece a la nombrada, su esposa, por moderación; pero por conductos fidedignos, me consta que ella misma arrancó de las manos del abanderado este signo de tiranía a esfuerzos de su valor y de sus conocimientos de milicia”.
Luego de su desempeño en el ataque del Cerro de Potosí, en agosto de 1816, Juana fue ascendida a teniente coronela en la división “Decididos del Perú”.
Así fue que se convirtió en una de las caudillas de la “Guerra de Republiquetas”, como se llamó a la resistencia en el actual territorio boliviano. De los 102 jefes que combatieron entonces, solo nueve sobrevivieron a la guerra, entre ellos Juana, porque su marido también perdió su vida en un combate en 1816, a la vista de su mujer.
Fue en la batalla de La Laguna, el 14 de septiembre de 1816. Juana fue herida y debió abandonar el combate. Manuel Padilla fue degollado y su cabeza fue clavada en una pica. Tras reunir a hombres y mujeres para que la ayudaran, lo rescató y le dio cristiana sepultura con honores militares.
Para entonces, ya había nacido Luisa, la quinta y única hija que sobrevivió del matrimonio. Con su hija y todo, tras la muerte de su marido, Juana se trasladó a Salta para ponerse al servicio del general Martín Miguel de Güemes, con quien combatió hasta la muerte del salteño, en 1821.
Juana estuvo durante cuatro años en Salta porque por falta de recursos no podía volver a su tierra. Recién un año después de finalizada la guerra, en 1825, el gobierno de Jujuy le dio cuatro mulas y 50 pesos para solventar el viaje.
El olvido y la pobreza

Regresó a Chuquisaca, donde ya nadie se acordaba de ella. Dicen que fue visitada por el general Simón Bolívar, quien se impresionó por la pobreza en la que vivía. Le concedió una pensión que apenas le alcanzaba para comer y que le fue retirada en 1830 por conflictos políticos de la flamante república de Bolivia.
Murió pobre y sola porque su hija se había ido para casarse. Fue el 25 de mayo de 1862, a los 81 años, y fue enterrada en el Cementerio General con la compañía de un cura. Cuenta José Macedonio Urquidi en su libro Bolivianas ilustres. Las guerrilleras de la Independencia, que el día de su muerte, el mayor de la plaza, Joaquín Taborga, se negó a rendirle honores militares porque dijo que la tropa “estaba demasiado ocupada en los festejos del 25 de Mayo”.
En 1914, por una orden judicial, se realizó una inspección ocular de la habitación donde había fallecido y también del Cementerio General para identificar su tumba. Sus restos fueron exhumados y hoy descansan en un mausoleo en la ciudad de Sucre levantado en su honor.
El 14 de julio de 2009, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner la ascendió post mortem al grado de Generala del Ejército Argentino, y el 15 de julio de 2015 fue inaugurado el monumento donado por el presidente de Bolivia, Evo Morales, y realizado por el escultor argentino Andrés Zerneri.
La estatua, una alegoría de Juana sosteniendo un sable en una mano, y con el otro brazo extendido para cobijar y proteger a su pueblo, fue ubicada detrás de la Casa Rosada, como un símbolo de protección a quienes gobernaban. Cuando Mauricio Macri llegó a la presidencia, una de sus primeras disposiciones fue sacar el monumento de Juana Azurduy y colocarlo en la Plaza del Correo. Seguramente, no pudo soportar la mirada de esa mujer, que había dado todo por la liberación de su patria.