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Caras y Caretas

           

Una mujer llamada Pablo

Ilustración: Andrea Toledo
Ilustración: Andrea Toledo

La pianista de origen francés Antoinette Paule Pepin Fitzpatrick fue esposa de Atahualpa Yupanqui y coautora de muchos de sus temas. Su vida conjunta y el seudónimo que es huella de una época.

Atahualpa Yupanqui y la francesa Antoinette Paule Pepin Fitzpatrick, Nenette, se conocieron una noche de primavera de 1942 en Tucumán. Ya eran grandes para los parámetros de la época. Tenían 34 años. Se enamoraron y su historia de amor duró casi medio siglo.

“Ella fue la única de las relaciones de Yupanqui que eligió ser la mujer de Atahualpa Yupanqui. Todas las anteriores trataron de ser la esposa de Héctor Roberto Chavero”, asegura Alejandro Guillermet, coleccionista que preserva el legado de don Ata.

De esta pianista francesa de formación clásica nacida en el territorio francés de ultramar San Pedro y Miquelón, que pasó a la historia bajo el nombre de Pablo del Cerro, se escribieron muchas cosas, pero muchas otras seguirán siendo un misterio. Lo que parece estar bastante claro es que, a pesar de que ella misma tenía posibilidades de hacer una carrera musical importante, en algún momento tomó conciencia de la dimensión del artista que tenía a su lado y optó por permanecer en un segundo plano.

No fue sumisión ni obligación. Lo hizo desde el amor y la admiración por el hombre que –ella lo sabía– terminaría siendo uno de los músicos más respetados del mundo. Eso le supuso grandes sacrificios. En los inicios mismos de su relación, por ejemplo, lo buscaba de comisaría en comisaría. Yupanqui era afiliado al Partido Comunista y durante el segundo gobierno de Perón fue detenido, encarcelado y torturado y tenía prohibido trabajar.

Después, Nenette permaneció sola durante largos períodos en Buenos Aires y más adelante, a partir de 1950, también en Agua Escondida, la casa que armaron juntos en Cerro Colorado, Córdoba, con el hijo, Roberto “el Kolla” Chavero, nacido en 1948, cuando ellos tenían ya casi 40 años. Se casaron en 1962 en México cuando tenían 54 años. Ante la ley argentina recién lo harían en 1979.

“Hay que ser una persona de gran temple y sumamente generosa para apoyar así el arte de otro. Ella era reconocida como pianista y daba conciertos. Pero en algún momento dijo: ‘Debo quedarme entre bambalinas para que él triunfe’”, relata Isabel Lagger, autora de la novela Una mujer llamada Pablo, inspirada en la vida de Nenette.

SONRISA PERMANENTE

Esta mujer de sonrisa permanente en las fotos que se conservan de ella “tenía una personalidad fuerte, bastante solitaria, bastante enigmática”, asegura Lagger. “Elige mantenerse replegada porque desde el momento en que lo conoce percibe, porque era tremendamente inteligente y sensible, que ese arte que estaba escuchando no era común.”

“Nenette fue una figura fundamental, porque fue un sostén muy fuerte para Yupanqui, pero desde el costado. Era una mujer que permitía la ausencia del compañero por meses y la entendía”, señala Guillermet.

La joven francesa había llegado a Buenos Aires con su padre siguiendo a su hermana Jeanne en 1928. Ya había estudiado música y siguió formándose en el Conservatorio Nacional, donde por entonces se enseñaba bastante música argentina.

Era culta, refinada, de una familia acomodada que perdió su fortuna en las guerras. Tras la muerte de su padre, se fue a vivir con su hermana y empezó a trabajar en una joyería. Hasta que conoció a Yupanqui.

Con él, que ya se había casado y había tenido otras relaciones y varios hijos, se instaló en 1946 en un departamento de San Telmo y, más adelante, cuando la persecución se volvió más feroz, en Córdoba.

Lagger destaca que Nenette venía de un confort económico grande. “Y tuvo que irse a recluir a un ranchito en el Cerro Colorado, que no era lo que es hoy. La vida en el norte cordobés era muy solitaria”. Se ganó el afecto de los habitantes del lugar y aprendió a andar a caballo. Armó un refugio de tranquilidad para su compañero y fue allí donde, según Lagger, nació Pablo del Cerro, el seudónimo que eligieron para que figurara como coautora de varias obras de Yupanqui.

Hay quien pone en duda que realmente haya compuesto los temas en los que figura como autora de la música. Pero su hijo afirma que fue así. Y el mismo Yupanqui lo corroboró en una contratapa de un disco publicado en México, donde se lee respecto de un tema: “La música fue escrita por ‘Pablo del Cerro’, nombre artístico de mi esposa, doña Antoinette Paule P. Fitzpatrick de Chavero, franco-irlandesa, pianista clásica, con cincuenta años de pampa y sierra de Argentina”.

CARTAS ENTRAÑABLES

De hecho, en una de las entrañables cartas que Víctor Pintos recopiló bajo el título Cartas a Nenette, firmada en 1950, Yupanqui sostiene: “En los años que llevas junto a mí creo que te has ido capacitando para la comprensión de los problemas artísticos argentinos, especialmente con respecto a sus tradiciones, a su folklore, a sus modalidades. Estoy seguro de que pocas mujeres, salvo las especialistas en la materia, conocen tan bien el asunto folklórico argentino como tú”.

Y lo cierto es que en Sadaic, Pablo del Cerro figura como coautor de “El alazán”, “El arriero”, “Chacarera de las piedras”, “Guitarra, dímelo tú”, “Sin caballo y en Montiel” y “Luna tucumana”, entre muchas otras.

Se dice que don Ata consideraba que el país no estaba preparado para que una composición de música criolla estuviera firmada por alguien de apellido francés, y menos por una mujer. Por eso, habrían acordado el seudónimo: “Pablo” por Paule y “del Cerro” por Cerro Colorado.

Guillermet tiene otra interpretación. “Tenemos antecedentes de mujeres que componían folklore. Mujeres de la alta oligarquía, por ejemplo, María Alina Ezcurra”, asegura. “Lo que puede haber pesado más es que ella era la concubina francesa de un militante comunista.”

Yupanqui rompió su relación con el PC públicamente en 1953 y desde entonces se hizo más fácil conseguir actuaciones. En los 60 llegaría el gran reconocimiento a su trabajo y ya nunca paró de recorrer el mundo. Alternaba entre sus casas de Buenos Aires y Córdoba y finalmente se estableció en París, desde donde visitaba periódicamente la Argentina.

Las cartas a Nenette, que abarcan casi medio siglo, son quizá la forma más precisa que tenemos de acercarnos a esa relación y tratar de entenderla. Dan cuenta de una necesidad del folklorista por mantener aceitado y fluido el vínculo a pesar de la distancia. A través de sus escritos, conocemos su preocupación por la crianza de su hijo y por la salud de su mujer, su sentido del humor, sus reclamos a veces en tono muy duro y la necesidad de compartir sus impresiones y pareceres políticos y, sobre todo, sus nuevas composiciones.

Murieron con apenas dos años de diferencia. Nenette, que nunca dejó de ser francesa, partió el 14 de noviembre de 1990 en Buenos Aires. Don Ata murió en Francia.

Escrito por
Claudia Regina Martínez
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