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Caras y Caretas

           

Las vaquitas son ajenas pero el poeta es nuestro

Quien pasaría a la historia grande de la cultura argentina y latinoamericana como Atahualpa Yupanqui nació como Robertito Chavero cerca de Juan A. de la Peña, en los pagos de Pergamino, al norte de la provincia de Buenos Aires, en 1908, mientras gobernaba el país la oligarquía ganadera, muy bien representada por uno de los suyos, José Figueroa Alcorta. Su infancia transcurrió entre el campo, acompañando a su padre en las tareas de domador, y la estación De la Peña, de la que el santiagueño José Demetrio Chavero era telegrafista. El pequeño pasaba horas observando a los gauchos y sus faenas y a veces lograba que lo incluyeran en las rondas de mate, fuente de sabiduría y de infinitas anécdotas. Fue en Roca donde se produjo su primer contacto con la música: estudió violín. Pero lo suyo era la guitarra, para lo cual recorría a caballo los larguísimos 16 kilómetros que lo separaban de Junín para estudiar con Bautista Almirón, quien lo inició en la música clásica. Allí conoció a Beethoven, Schubert, Albéniz y Granados.

Cuando cumplió los nueve años viajó con su familia al que sería su Tucumán querido. Era 1917, ya gobernaba Yrigoyen y Carlitos se le animaba al tango y cantaba “Mi noche triste” en pleno centro de la Reina del Plata. Robertito quedó fascinado con el folklore norteño, sus ritmos, sus voces, los decires y sus instrumentos. La prematura muerte de su padre lo puso al frente de la provisión de fondos para mantener a su familia y ejerció variados oficios, de maestro de escuela a periodista, sin abandonar nunca su pasión musical, que lo llevó a componer a los 19 años una obra que llegaría a ser uno de sus grandes éxitos: “Camino del indio”. Por aquellos años comienza su vida trashumante. Se maravilla con los Valles Calchaquíes y sus cerros multicolores, conversa con su gente, recoge coplas y melodías.

Ese contacto con aquellas realidades tan duras, agravadas por la cruel crisis del 30, lo llevaron en 1932 a tomar las armas contra el régimen oligárquico y fraudulento del general Justo en la intentona yrigoyenista de los hermanos Kennedy, el coronel Gregorio Pomar y Arturo Jauretche. Tras la derrota, tomó el camino del exilio hacia Montevideo. Pudo regresar dos años después, cuando decidió radicarse en Rosario, pero “le tiraba el norte” y se fue para Raco, un pequeño pueblito cerca de Tafí Viejo. Aquel caserío fue en realidad el punto de partida para extensas recorridas por el norte argentino y el sur boliviano en busca de más músicas y letras, que recopiló prolijamente. En Buenos Aires, de la mano de la gigantesca migración interna, eran los años del auge del folklore y sus obras comenzaron a popularizarse. Don Ata, como ya se lo empezaba a conocer, había tenido tres hijos con su primera pareja y estando en Tucumán, en 1942, conocería a la que sería mucho más que su compañera amorosa, una muchacha nacida en San Pedro y Miquelón llamada Nenette Pepin Fitzpatrick. Bajo el seudónimo masculino de Pablo del Cerro, fue la coautora con Yupanqui de sus más célebres temas, como “Chacarera de las piedras”, “El alazán”, “El arriero”, “Indiecito dormido”.

A causa de su afiliación al Partido Comunista, Yupanqui sufrió la censura durante la presidencia de Juan Domingo Perón. Fue detenido, torturado y encarcelado varias veces, y como consecuencia de aquellos apremios ilegales sufrió un serio daño en su mano derecha que lo convirtió, como decía irónicamente, en “zurdo del todo”.

Decidió partir a Francia en 1949, donde fue recibido por Édith Piaf, quien lo hizo debutar en el Olympia, en julio de 1950. Su carrera cobró un notable vuelco, grabando sus primeros discos y convirtiéndose en una figura de trascendencia internacional. Como muchos intelectuales disconformes con la política de Moscú, decidió romper con el PC y pudo volver a su país en 1952 para radicarse en el bello paraje de Cerro Colorado. Se dedicó a componer ampliando su actividad creativa hacia la música de películas mientras se vivía a comienzos de los 60 un inusitado auge del folklore que llegaba con entusiasmo a los jóvenes. Sus temas fueron grabados por figuras tan populares como Jorge Cafrune y Mercedes Sosa. En 1964 decidió radicarse definitivamente en París sin dejar de presentarse hasta 1976 en diferentes escenarios argentinos. La dictadura cívico-militar prohibió todas sus canciones. Volvió en 1983, con la democracia, realizando infinidad de conciertos de reencuentro. En 1990 sufrió el duro golpe de la muerte de su compañera Nenette. La sobrevivió apenas dos años. Murió en París dos días antes de nuestra fecha patria, el 23 de mayo de 1992. Sus restos, según su voluntad, descansan en Cerro Colorado, su lugar en el mundo. Sus canciones, que tanto dicen, no descansan nunca, suenan siempre en alguna radio del mundo.

Escrito por
Felipe Pigna
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