A Borges le gustaba pensar la biografía como un género extraño: “Hay un autor que intenta despertar en un lector recuerdos que pertenecen a un tercero, el biografiado”. Tal vez por eso su forma de biografiar reducía “la vida entera de un hombre a dos o tres escenas”, como escribió en el prólogo de Historia universal de la infamia. Hablar con Alejandro Vaccaro, especialista, coleccionista de su obra y autor de trabajos como Georgie, El señor Borges y Borges, vida y literatura, abre un interrogante respecto del lugar que tendríamos en la historia si en cierto momento alguien debe interpretar nuestro trabajo y darnos a conocer desde la distancia y el tiempo.
Contador de profesión, pero inmerso desde hace décadas en el arte de la conservación de libros y objetos de Borges, fue cruzando con el paso de los años sus pasiones con responsabilidades dirigenciales que lo llevaron a presidir la Sociedad Argentina de Escritores (SADE) y la Fundación El Libro. Desde ese lugar, analiza los avances y las fisuras de la industria del libro y cierra algunos interrogantes en torno de la organización de la Feria del Libro que viene de sufrir dos años de postergaciones, y que demanda un importante estímulo económico y social para el ámbito de la cultura.

–¿Cómo recuerda su infancia en familia y esos primeros acercamientos a la literatura?
–Empecé a leer de grande. Tenía 16 o 17 años cuando empecé a dedicarme a la lectura, con un amigo con el que hablábamos de literatura. Entonces leí Crimen y castigo de Dostoievski, que fue una buena manera de empezar, porque sin duda fue motivante. Me transformé en un buen lector, que es aquella persona que lee con mucha frecuencia y durante bastante tiempo. Todo lector, o muchos, sienten que también pueden escribir y aportar algo desde ese punto de vista. Así que fue un proceso durante muchos años. Y en los 70 llegó a mis manos un libro de Borges. Ya éramos lectores voraces, leíamos lo que seleccionábamos entre lo que era mejor o no. Y cuando leí a Borges me cambió la vida. Fue como un reingresar a la literatura.
–¿Dónde estaba ubicado Borges en ese entonces dentro de la literatura argentina?
–Borges ya era el que conocemos ahora desde los años 60. Ya desde 1961, cuando gana el Premio Formentor junto a Samuel Beckett. Por supuesto que antes era conocido, aunque más desde el ámbito académico o de los lectores, pero es a partir de los años 60 que ya se transformó en un personaje más mediático, en alguien atractivo para la prensa, al que se consulta por un montón de cosas. Borges, que era muy inteligente, usaba la ironía y el sarcasmo para expresarse, daba respuestas que eran atractivas. Pero cuando yo lo empecé a leer, Borges ya era Borges, había sido director de la Biblioteca Nacional durante diecisiete años. Recuerdo que asistí a algunas conferencias que daba y era un lleno total, había que conseguir las entradas con anticipación. Él ya era un ser mediático importante.
–¿Pudo vincularse con él personalmente?
–No, nunca hablé con él, mi trato fue siempre desde la literatura, a través de su obra. Sí le dediqué varios libros, un par de biografías, y tomé contacto con un montón de gente. Traté mucho a su hermana, Norah Borges. A su ama de llaves, Fanny; con ella hice un libro, El señor Borges. También traté a Bioy (Casares), y muchos de los amigos de su entorno. Con ellos hablé, los conocí y tomé la precaución de grabar esas conversaciones. Incluso a la mujer de Borges, Elsa Astete Millán. Y a muchísimos personajes que lo vieron, lo trataron y conocieron, sobre todo a Roberto Alifano, con quien mantengo una relación hasta hoy. Fue durante más de diez años su colaborador, su amanuense. Que es, además, un gran intérprete de lo que Borges ha transmitido a través de su obra literaria.
–¿Qué lo llevó a transformarse en un especialista en Borges, más allá de lo que pueda significar tenerlo como una referencia literaria?
–Fue bastante espontáneo, son procesos. No lo pensé antes. Entré en un mundo que desconocía. En ese momento, en los años 70, fui a una librería anticuaria o de viejos y hablé con un librero. Él me comentó que había tres libros que Borges no había querido reeditar, que son El tamaño de mi esperanza, El idioma de los argentinos e Inquisiciones. Me pareció que podía haber algunas claves en esos libros, eran libros inhallables en ese momento, y hoy quizá también, me refiero a las versiones originales, que son difíciles de conseguir. Me propuse conseguirlos y entré en un mundo de anticuarios, de libros viejos, y así, involuntariamente, empecé a comprar cosas. Hoy tengo una colección de más de treinta mil piezas, donde hay libros, revistas, manuscritos, objetos, cartas, documentos, recortes; es vastísima la colección. Y todos son procesos en mi vida totalmente involuntarios. No dije “me voy a hacer coleccionista”, aunque seguramente había en mí algún espíritu oculto. Y fui transitando ese camino. Después me empezaron a visualizar como una persona que compraba cosas de Borges, que respondía a ese estímulo. Y mi colección fue creciendo con los años, y hace cincuenta que me dedico a esto. Soy contador público, hice la carrera universitaria. Y lo que aprendí es que hay que saber guardar las cosas, conservarlas, para poder usarlas después. Mis bibliotecas están todas ordenadas, tienen un orden de razonabilidad. En mi casa tengo alrededor de treinta mil libros y puedo, en general, saber dónde está tal libro, en qué anaquel, de qué biblioteca.
–Está a cargo de la Feria del Libro, que es una de las más grandes en Latinoamérica. ¿Cómo llegó a involucrarse en ese otro rol, más dirigencial, de la industria del libro?
–Empecé a trabajar el tema Borges y la gente me conocía por eso. Hacía muestras del material que tengo. Siempre Borges interesaba a la prensa y me veía acompañando eso. Publiqué algunos libros que tuve para ofrecer, aunque no fueron best-sellers. El libro que hice con Fanny sí fue exitoso. Y el resto tuvo bastante salida, fueron traducidos a otros idiomas. En el mundo de la literatura, donde me siento cómodo, me empecé a ocupar de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE), y en algún momento un grupo de escritores pensó que yo podía conducir. En 2008 me eligieron presidente. Y hasta ahora estoy, llevo casi catorce años al frente de la SADE. Y la SADE tiene un lugar en la Fundación El Libro, que organiza la Feria del Libro, y eso sí me enriqueció muchísimo. El Consejo del Libro se reúne todos los martes. Ahí empecé a tomar contacto con editores, libreros, gráficos, distribuidores. Empecé a conocer el mundo del libro desde una óptica estructural, sobre cómo piensa un editor, por ejemplo. Eran reuniones muy enriquecedoras, para bien o para mal, con cosas que comparto y otras que no. Hay editores nacionales muy buenos, que se preocupan por sus libros. Editores internacionales que forman parte de las grandes corporaciones con sus partes positivas. Además, un gran acierto es que adentro de la Fundación El Libro estamos todos los actores de la cadena del libro, los gráficos, los libreros, los editores y los escritores. Y nadie saca los pies del plato. Todos queremos seguir participando de un éxito como la Feria, que es increíble. Ahora vamos a una feria después de dos años de pandemia, con casi el cien por ciento de los stands vendidos, con una expectativa muy grande.
–¿Cómo se piensa llevar a cabo esta Feria teniendo en cuenta el contexto?
–Vivimos en una época de incertidumbre. Hoy decimos algo en febrero y por ahí en abril es distinto, para bien o para mal. Suspendimos la Feria de 2020 a fines de marzo, cuando ya era inminente. Después, la de 2021 creíamos que la hacíamos. Trabajábamos para hacerla, y no pudimos. Luego vino un rebrote que nadie se imaginaba. En diciembre de 2020 empezaron a llegar las vacunas, pero en abril había treinta mil contagios por día, y muertos que es peor, si bien ha bajado mucho la tasa. Y ahora estamos seguros de que la hacemos. En este momento hay una reunión de los directivos de la Fundación El Libro con el ministro Fernán Quirós para establecer un vínculo de cercanía para ver cómo evoluciona esto y con qué protocolos nos vamos a manejar. Tendremos todos los cuidados necesarios, seguramente se ingresará con tapabocas o se pedirá el pase sanitario. No lo sé aún, pero tomaremos algunos recaudos. Se charlará también si es necesario poner algún centro de vacunación o al menos colaborar para que el proceso de vacunación se profundice. Pero estamos muy seguros –entre comillas, por la incertidumbre– de que vamos hacia una feria exitosa.
–En estos años de pandemia, muchos escritores, escritoras y editoriales tuvieron dificultades para salir adelante. ¿Esta feria puede ser un envión para ellos?
–La Feria es muy importante. Si bien ninguna editorial se salva por estar en la Feria del Libro, es un estímulo grande. Tiene efectos multiplicadores. Lo mejor que vemos es que va mucha gente que durante el resto del año no toma contacto con los libros. Mucha gente para la cual por ahí es su primera relación con el libro. Alguien que va, compra un libro, por ahí le gusta y se transforma en un lector. Y este es el eje central de la Feria: la difusión del libro y la lectura, generar lectores. El tipo que tiene el hábito de la lectura lee hasta que se muere. Consume libros y está dentro del mundo del libro. Y eso es lo más relevante, por eso se hacen estas ferias. Insisto, ninguna editorial se salva, pero provoca cosas. Es el momento más lindo del año, al menos en lo personal. Recorrer esos stands, verla crecer. Uno va cuando nos entregan el predio, que es un galpón, y empiezan a llegar los arquitectos con los diseños y se ve cómo eso va creciendo y en dos o tres días se transforma en una ciudad de libros. Es hermoso. Nuestra feria tiene características casi únicas en el mundo. Ni Frankfurt, ni el Salón del Libro de París, ni la Feria del Parque del Retiro de Madrid, quizás un poco más la de Guadalajara. Pero no hay ninguna como esta. Los argentinos siempre tenemos esa cosa de creernos más de lo que somos, pero en esto hay que sacarse el sombrero ante esta idea que nació hace ya cincuenta años y que es muy importante.
–Hace tiempo fue presentada la Ley del Libro. ¿Cuáles son las herramientas que hacen falta para brindarle a la industria del libro una mejor regulación?
–Es parte del proceso que viví cuando llegué a la SADE, los aspectos jurídicos y legales. La verdad es que la industria del libro en la Argentina está floja de papeles. Tenemos la Ley de la Propiedad Intelectual, la “Ley Noble”, que tuvo unas leves modificaciones pero que tiene ochenta años y no se ha aggiornado con todos los cambios tecnológicos que ha habido. Hemos peleado estos últimos años frente a algunas tentativas, como hubo en la “Ley Pinedo” que intentó eludir la responsabilidad de las grandes plataformas de internet en relación con la piratería de los textos literarios. Nos pasamos, en términos futbolísticos, más atajando penales que haciendo goles. Y ahora sí hay que hacer goles, y tenemos varios proyectos bastante bien encaminados, como la creación del Instituto del Libro y la Lectura, la Ley de Recaudación de Derechos Colectivos, la Ley de Protección de Bienes Culturales, como manuscritos y partituras. Tenemos varios proyectos de ley y estamos muy seguros de que este año va a haber novedades en cuanto a su aprobación y ejecución.
–¿Cuál es, en términos culturales, el máximo objetivo que se planteó desde los lugares que ocupa?
–Lo que yo aprendí en estos años como dirigente y lo que más me motiva es el desarrollo de la difusión del libro y la lectura. De la lectura sabemos muy poco. Sabemos cuántos libros se produjeron o se vendieron el año pasado. Pero, ¿qué pasa con la lectura? Ese es otro estamento. Cómo recibe un libro un individuo, qué le provoca. Un libro tiene un proceso de lectura, de comprensión, de entenderlo; y otro de asimilación, cuánto de eso te queda. Yo te doy un libro ahora y no sé si con ese libro llegaste tu casa, lo tiraste al tacho de la basura; si lo dejaste arriba de la mesa y lo agarró tu novia, tu hijo o tu viejo y lo leyó y se entusiasmó. Sabemos poco de eso. Y me parece que eso hay que trabajarlo más en profundidad. Sobre todo en los jóvenes, en los estamentos primarios y secundarios, porque ahí es donde está el verdadero escalón para generar lectores. El colegio no trabaja bien para generar buenos lectores, en general te dan información, pero no generan esa cosa decir “a ver, lean tal libro”. Eso algunos colegios lo hacen pero no hay un desarrollo como debería haber. Hoy tenemos una competencia desleal con los aparatos. Los jóvenes y adultos están todo el día con ellos. Y hacen lecturas fragmentadas. En el último Congreso de la Lengua, que se hizo en Córdoba, di una charla que se llamaba “La lectura en tiempos del Iphone”. E hice un estudio para hacerla, estudié opiniones de todo el mundo, puse a una persona a buscar información. Y es un quilombo, algunos dicen una cosa, otros otra, no hay una línea de coincidencia. Por ahí la única es que el lector de aparatos se siente un no-lector, porque lee fragmentariamente. Lee un chacho y se va. Eso hay que trabajarlo, y es importante para generar nuevos lectores. Para ser un buen lector sólo hay que saber leer. Y después la lectura es una actitud, hay que sentarse a leer. Yo, por ejemplo, me siento a leer, no es que tengo diez minutos hasta que venga fulano y leo. Leer una hora por día está muy bien, pero leer cuatro es mejor. Borges, por ejemplo, contaba cuando escribía en la revista El Hogar: “Ayer entre las tres menos cuarto de la tarde y las nueve de la noche acometí la lectura de las 480 páginas del María de Jorge Isaac”. Metía el culo en una silla de las tres a las nueve de la noche, hay que ser un lector así, eh… Por eso Borges fue el lector más importante de la historia de la humanidad. Como escritor chapó, pero como lector, insuperable. Ese es el gran desafío. Nosotros venimos de una catástrofe. En 2015 se produjeron 129 millones de libros. Y en 2019, se produjeron 26 millones. Cien millones de libros menos. Multiplicalos por cuatro años, cuatrocientos millones de libros menos. Mirá el perjuicio económico que le hicimos a la Argentina con algo tan importante como el libro. El libro es conocimiento, entretenimiento, imaginación, infinitas cosas.