En estos 25 años que pasaron desde aquel desgarrador 25 de enero de 1997 en que asesinaron a mi compañero y amigo José Luis Cabezas hubo muchas fotos que él no pudo tomar, con su talento indiscutible, porque una banda de mafiosos le arrebató la vida. Entre las fotografías que le cegaron a José Luis están la de un país que se movilizó por él, la de un reclamo de justicia permanente, la de un reportero gráfico que se convirtió en un símbolo aquí y en el mundo. Tampoco están los retratos de sus asesinos condenados y luego liberados injustamente antes de tiempo. Ni tampoco la del hombre todopoderoso, Alfredo Yabrán, que lo mandó a ejecutar porque José Luis lo había sacado de esa oscuridad en la que se guarecía para sentirse aún más poderoso. Ni siquiera está la fotografía de ese magnate escapando de la Justicia para, finalmente, suicidarse en una recóndita estancia de su Entre Ríos natal. Claro, cómo van a estar esas fotos si, justamente, todos esos hechos ocurrieron tras su asesinato. Y fueron consecuencia del crimen de aquel fotógrafo de talento indiscutible que supo sintetizar el arte más escenográfico y producido con el repentismo indispensable del reportero gráfico que retrata ese instante único e irrepetible del periodismo en imágenes. Y contra eso actuaron los criminales. Contra ese talento. Contra esa verdad. Y lo privaron a José Luis de su vida. A su familia, de su afecto. Al resto del mundo, de su arte.
Las fotos que tampoco llegaron de José Luis son las de un gobierno menemista cayéndose a pedazos. Ese mismo gobierno que le dio protección al autor intelectual del crimen. Ni las del triunfo y caída de la Alianza. Ni las postales que pudo haber impreso en la crisis de 2001. Ni las de los 12 días con cinco presidentes. Ni las del kirchnerismo en el poder, ni las del macrismo, ni las del actual gobierno. Los personajes y hechos que fueron protagonistas durante este cuarto de siglo no pudieron ser eternizados por la genial lente de la cámara del imprescindible José Luis Cabezas. Algo también imperdonable.
Pero lo más doloroso son aquellas fotos que mi compañero no pudo vivir y transitar hacia dentro de su propia historia. El amor incondicional de su mujer, Cristina. El crecimiento de sus hijos, Agustina, Juan y Candela, que iluminaban su mirada. La partida de sus padres, los entrañables Norma y José, a quienes adoraba. El cariño y la perseverancia de su hermana, Gladys. El abrazo de toda su hermosa familia. El afecto de sus amigos y compañeros. La admiración de sus colegas. Y, hace poco tiempo, exactamente cuatro días antes del pasado 28 de noviembre de 2021 (cuando José Luis hubiese cumplido 60 años), la llegada a este mundo de su primer nieto, Riu. Todas esas fotos no pudo sacar José Luis. Y eso estruja el alma.
Las fotos que sí pudo llegar a retratar son aquellas imágenes que deslumbran aún hoy a todo aquel que las observa. Las que le valieron un lugar destacado en la revista Noticias. Las que despertaron la confianza en todos los periodistas que lo acompañábamos a alguna nota, sabiendo que Cabezas no fallaba. Esas fotografías que saltaron de las páginas satinadas del magazine semanal a las exposiciones que lo eternizaron en museos y muestras a lo largo de todo el país y más allá. Esas fotos que son un verdadero regalo que nos dejó mi compañero. Un regalo invalorable para la humanidad. Y que tanto admiramos.
Nos entristece saber el final de la historia y las fotos que José Luis no pudo plasmar. Sin embargo, su legado es tan fuerte que esas postales que fueron imposibles para él porque se las cegaron los mafiosos, las hicieron realidad sus colegas con un solo y único grito: “Cabezas, presente”. Y esas fotos sí las pudimos vivir entre todos. Las sacamos entre todos. Por José Luis. Con José Luis.