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Caras y Caretas

           

Trampas y chicanas

Ex editor de fotografía de la revista Noticias

Era domingo a la mañana, volvía de hacer una compra en el Jumbo de Palermo, por suerte pude estacionar cerca de la entrada de mi departamento de la calle Salguero, cuando sonó el teléfono.

–Hola –atendí.

–Hola, Hugo, habla Michi, de aquí, de Pinamar.

–Hola, Gabriel, ¿cómo va?

–Estoy un poco preocupado por José Luis. Desde anoche que fuimos a lo de Andreani no supe más de él. Cristina me dijo que no volvió a la casa a dormir.

–Escuchame, ¿fuiste a la cana?

–Estoy en la comisaria y me dicen que encontraron un auto prendiéndose fuego en un camino rural.

Inmediatamente pensé que se había pegado un palo. Gabriel siguió ya con la voz entrecortada y me dijo: “Dicen que hay un cadáver dentro y tiene un balazo en la cabeza”. Fue como un balde de agua fría, cayeron las peores fichas, ¿quién sería capaz de cometer un crimen tan atroz, con un claro mensaje mafioso? Lo primero que me vino a la cabeza fue que había sido Yabrán, pero lo desestimé porque él era un tipo que se movía en las sombras y no iba a cometer un crimen donde todo lo apuntaría a él. Recordé el día que José tomó aquella foto famosa en la playa: me llamó desde el mismo balneario, estaba exultante y repetía: “Lo hicimos, lo hicimos”. Yo, un poco con sorna, contesté: “¿Qué cagada hiciste ahora, José Luis?”. “Lo hicimos a Yabrán.” Pensé entonces que el empresario no podía asesinar a alguien por esa foto; nosotros habíamos fotografiado al cartero el año anterior en una imagen en la que se lo ve mucho más claro que en la de la playa, y nadie había amenazado al fotógrafo ni habían llegado amenazas a la redacción.

Por aquellos años, estaban por licitar el correo. Había muchos interesados, desde empresas extranjeras, como American Express o UPS, hasta empresarios locales, como los Macri y los Liberman, pero tenían un problema: estaba Yabrán, que era amigo de Menem, y se sabía que la licitación sería a la medida del empresario. Pues bien, ¿cómo lo podrían sacar del medio? ¿Toma droga? No. ¿Tiene amantes? No. ¿Tiene negocios turbios? Nada que se pueda probar. Su debilidad era ser anónimo: no le gustaban las fotos y decía que hacerle una foto a él era como disparar a su cabeza. Entonces lo que hay que hacer es entregárselo a los fotógrafos, que lo muestren y después hacemos cagar al fotógrafo. Por supuesto que, con la hegemonía mediática en contra, esta teoría quedaría desestimada. Finalmente, el correo fue licitado y, oh casualidad, el ganador fue Macri.

Pasaron 25 años. Recuerdo a José Luis con su característico humor. Unos meses antes lo había mandado a Canadá a hacer una nota y, al volver, se había comprado unas botas tejanas en el freeshop. Cuando entró al departamento de fotografía se pavoneaba mostrándome las botas que había adquirido. El día de su asesinato, estaba en la tapa de todos los diarios la foto del auto quemado en la cava con las piernas afuera y se veían las botitas, que fue lo único que se salvó del fuego.

Uno de los personajes que yo pensaba que había estado involucrado de algún modo era el comisario mayor Pedro Klodczyk. Unos meses antes lo habíamos entrevistado. La nota la hicieron Cabezas junto con Carlos Dutil y un asistente llamado Anthony, que era un inglés que colaboraba con nosotros. Tuvo bastante repercusión por el título que le pusieron: “Maldita policía”. Con Cabezas ya sabemos qué pasó, pero lo que no muchos saben es que Dutil y Anthony murieron con menos de veinticuatro horas de diferencia en distintas circunstancias: Dutil murió jugando al fútbol en algún lugar de Guatemala, donde lo habíamos mandado a cubrir una nota con los Médicos Sin Fronteras, y Anthony apareció encerrado en la cocina de su casa con el gas abierto.

Fue un tiempo muy difícil políticamente. Fuimos jugadores de un tablero lleno de trampas y chicanas que nos dejó con vacíos y ausencias irremplazables.

Escrito por
Hugo Ropero
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