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Caras y Caretas

           

70 años de TV argentina. Algunos pensamientos aleatorios

Podemos pensar la TV desde la nostalgia, desde la modernización, desde la crítica, desde la continuidad de modelos, desde el sistema. Un aniversario para pensar.

En todo el mundo, la televisión vive un presente difícil, de cambios, de reformulación, donde se transforman las formas de hacer, de ver, de emitir que eran habituales. Hay canales de televisión abierta, por cable, pagos, plataformas, y es constante la aparición de tecnologías nuevas. Solo la pantalla pareciera ser el nexo que une con la TV del pasado.

Hay muchas preguntas. ¿Quiénes ven hoy TV abierta? ¿Qué pasó con los ratings altos, con los comentarios sobre un programa exitoso al día siguiente de su emisión, con el zapping? Se fraccionaron las audiencias masivas, las comunidades de televidentes se forman sin necesidad de compartir un horario, un espacio, una lengua.

En este marco, se celebran los setenta años de la TV en la Argentina.  Desde una mirada escéptica, se puede decir que no hay mucho que celebrar. Pero también hay que recordar que la TV desde sus comienzos, fue el medio más despreciado, denigrado, desvalorizado y criticado del país. Y a la vez, el más visto y seguido por los y las espectadoras. No es que las críticas no fueran, muchas, muchísimas veces, válidas o pertinentes, sino que no se trató de críticas. Fueron insultos, agravios, descalificaciones, formulados desde una cultura y una ideología que siempre se sintió por encima de lo bárbaro, lo barato, degradado o monstruoso que implicaba la televisión.

Pensé en aplicar a la TV la frase bíblica, perdonar “setenta veces siete”. Y pensar qué es lo que rescato y qué no. Lo que sigue es totalmente personal y aleatorio, y referido principalmente a la ficción.

En primer lugar, no se puede perdonar la no preservación de archivos. Desde sus inicios en 1951, y hasta 1960, no había posibilidades técnicas de grabar, así que no hay imágenes de lo que canal 7, el canal estatal, el único existente, trasmitió en esos años. Pero en 1960 llega el videotape y entonces fue posible grabar, y solo se conserva la programación de canal 13, y que hoy conforma el archivo de Volver. Hasta los 90 (cuando llegan las videograbadoras caseras) es poco lo que se guarda. Hubo incendios, deterioro de material, pero fundamentalmente  poco se pensó en conservar lo que se hacía, de tan desvalorizado que estaba el medio. Además,  las cintas eran caras, y se usaban una y otra vez. Se grababa encima. Podía pasar que usara una cinta donde estaba un capítulo de novela, y grababan un partido de fútbol o la misa que trasmitían los domingos. Un ejemplo no tan lejano: Mesa de noticias, excelente comedia humorística que tuvo una audiencia enorme. Llegó a los mil capítulos y se trasmitió de lunes a viernes entre 1983 y 1986 en la televisión pública (ATC) y en 1987 en canal 13. Solo se conservan parcialmente los archivos de canal 13. El resto está perdido. Se trata de un problema de política cultural, de valoración de lo que se debe conservar, y a la vez es descuido, desidia, ignorancia. Las imágenes nos dicen quiénes fuimos, en ellas está nuestra memoria como pueblo, como sujetos históricos. Y no están. No se cuidaron. No se conservaron.

La TV como entretenimiento

A la televisión le perdono su función de entretener. Es habitual escuchar que una película, un programa televisivo, una pieza musical sea “mero” entretenimiento. “Si buscan solo entretenerse, esta película es aconsejable”. “No le pidan otra cosa, es solo entretenimiento”. “El chamamé es para entretener”. Son discursos comunes que se escribían o leían cuando se creó la TV y que hoy se siguen repitiendo. Es un concepto que tiene una valoración degradada. Se supone que es más importante hacer pensar, educar, que entretener. Es la jerarquización que existe desde hace siglos, y que pone en un lugar elevado a lo serio, lo reflexivo frente al deleite, la distracción y el disfrute que conlleva el entretener.

Y la televisión es EL lugar del  entretenimiento. Programas tras programas para pasar el rato, distenderse, divertirse. Sí, hay programas muy básicos, con poca elaboración, reiterativos. Pero hubo y hay otros que entienden de qué se trata entretener y lo hacen muy bien.

A la TV no solo le perdono, sino que también le agradezco la formación de un star system argentino. Si bien en los comienzos las figuras venían en su mayoría de la radio y en menor medida del cine, la TV conformó un sistema de estrellas con quienes los públicos pudieron (pudimos) identificarnos. Los actores y las actrices expresan los sueños, las aspiraciones de los personajes que encarnan, que muchas veces las audiencias comparten y empatizan. Le dan voz, gestualidad, caras con las que nos familiarizamos, y que nos representan.

Este año, el programa que conduce Jey Mammon, Los Mammones, no solo es ejemplo de un entretenimiento agradable, sino también un homenaje a figuras del espectáculo argentino. Y las audiencias lo agradecen.

La existencia de un star system implica también la continuidad, la formación de una industria. Varias empresas productoras (fábricas) realizan productos (programas) que son vendidos a distintas empresas emisoras (antes eran canales, hoy pueden ser plataformas). La industria necesita de profesionales idóneos y capacitados, que muchas veces se formaron en universidades o terciarios creados a medida que la producción audiovisual aumentaba. Y hubiera sido importante que no solo ganaran dinero, sino que también lo reinvirtieran para seguir produciendo.

Pero eso no sucedió. No se equiparon, no produjeron más, llenaron la grilla de enlatados. Siempre emitir una lata es más barato que producir localmente. Pero entonces el star system se achica. Los actores y actrices, los técnicos se quedan sin trabajo. Si pensamos que en la década del 70 se emitían más de 90 títulos de ficción argentina por semana (entre novelas, comedias, unitarios) que iban desde el mediodía hasta la medianoche, vemos que se ha retrocedido mucho. La gran invasión de productos extranjeros empezó en la dictadura militar, con la destrucción de la industria argentina. Las pantallas se llenaron de series yanquis, de novelas mexicanas y algunas brasileñas. A partir de los 90, la concentración, la internacionalización de la propiedad, los monopolios, transformaron totalmente el panorama televisivo. Que hoy haya apenas un título de ficción argentino en la programación diaria, habla de lo que perdimos.

A aquella televisión argentina le agradezco títulos de ficciones inolvidables, que llegaron al corazón de las enormes audiencias. En primer lugar, Rolando Rivas, taxista, novela semanal emitida entre 1972 y 1973, escrita por Alberto Migré. No fue solo una complicada historia de amor entre un taxista y una chica cheta (Claudio García Satur y Soledad Silveyra) sino el registro de la vida de barrio de una clase media trabajadora. El bar, los amigos, la solidaridad, las transformaciones  y los prejuicios de la etapa están retratados ahí con realismo y una sensibilidad verdaderas.

Y también recupero novelas como La extraña dama y las de Andrea del Boca en la década del 90, que no solo triunfaron en nuestro país, sino que ganaron mercados internacionales.

De las ficciones de este siglo, Montecristo y más recientemente, La Leona, marcaron una apertura, una ampliación de lo que puede considerarse narrable en una novela.

Porque la televisión muestra, a través de distintos géneros, un registro parcial, un recorte de la vida política, social, cotidiana, de las décadas en que fueron emitidos. Ahí se puede ver la moda, las relaciones intergeneracionales, los valores establecidos, lo tradicional y lo emergente, lo que estaba permitido decir y no decir. Las sensibilidades cambian y la TV lo registra. El protagonismo de una travesti y el romance idealizado con un varón, en tono de comedia y en el seno de una familia en Los Roldán (2004), era impensado hasta ese momento. 

Y paralelamente, programas que han sido tremendamente populares en el momento de su emisión, como los de Olmedo, Porcel, Francella, hoy resultan intolerables. Los discursos machistas, la aceptación y el aplauso a la infidelidad masculina, el tratar de prostitutas  a todas las figuras femeninas, la degradación a que se las somete, resulta de una tremenda violencia. Y estaba naturalizada. ¿De eso nos reíamos hace treinta años? Y también menos, porque en el programa de Tinelli de pocos  años atrás, se cosificaba y humillaba a las participantes como en décadas anteriores. El patriarcado tiene en la pantalla televisiva uno de sus principales centros de reproducción.

Es una incógnita pensar cuál será el futuro de la televisión. Sea el que sea, la única certeza es que la generación de contenidos, la producción de historias, los actores y actrices, los técnicos continuarán siendo insumos imprescindibles. Es un desafío que hay que asumir.

*Nora Mazziotti escribió los libros La industria de la telenovela. La producción de ficción en América Latina; “Soy como de la familia” Conversaciones de Nora Mazziotti con Alberto Migré; El espectáculo de la pasión. Las telenovelas latinoamericanas; La telenovela. Industria, prácticas y audiencias.

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