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Caras y Caretas

           

“EL GUION ME CONVENCIÓ A SUMARME AL PROYECTO”

El director Juan José Jusid fue productor de la versión cinematográfica de Boquitas pintadas y tuvo una relación cercana con Manuel Puig. Destaca que el texto de la adaptación fue realizado por el propio escritor.

Conocido como director de ambiciosas producciones históricas (Los gauchos judíos, Asesinato en el Senado de la Nación), Juan José Jusid tuvo un temprano debut en Tute cabrero, ya a fines de los 60, pero cuando se topó con la adaptación de la novela de Manuel Puig, Boquitas pintadas, aceptó un rol subsidiario.

–¿Cómo fue y en qué consistió su papel de productor de la película, más teniendo en cuenta que ya había estrenado como director?

–En realidad, yo estaba muy entusiasmado con hacer la versión cinematográfica por mi cuenta, pero no sabía que en paralelo (Leopoldo) Torre Nilsson ya había comprado los derechos de la novela. Así que uno de sus productores estableció el contacto para buscar financiamiento y firmamos un acuerdo por el cual creamos la productora Directores Asociados para filmar dos películas, una fue Boquitas pintadas, y la otra, Los gauchos judíos, que yo dirigí al año siguiente. Esos eran los términos del acuerdo, se cumplieron y disolvimos la sociedad. Quiero señalar un error muy difundido. Ni Torre Nilsson ni su mujer, la escritora Beatriz Guido, participaron del guion, que estuvo exclusivamente a cargo de Manuel, con ese conocimiento maravilloso que tenía del cine, porque él había viajado a Italia para estudiar en Cinecittà. Y fue precisamente la lectura del guion lo que me convenció a sumarme al proyecto.

–¿Fue una película cara y/o compleja de producir, teniendo en cuenta la recreación de época?

–No fue una película cara, habrá costado en total unos 300 mil dólares. Era una película de época, pero de corte intimista, no había grandes decorados ni desplazamiento de masas. La idea de Torre Nilsson fue filmar todos los interiores en una casona de Adrogué, para los distintos ambientes que se requerían. El 80 por ciento de la película se filmó ahí, más algún otro exterior en la provincia de Buenos Aires (Uribelarrea, partido de Cañuelas) y las escenas de Cosquín, donde el protagonista masculino, interpretado por Alfredo Alcón, va a restablecerse. Además, como tuvo tanto éxito de inmediato, resultó un buen negocio para los productores.

–¿Qué recuerda del estreno y la repercusión que tuvo?

–La película se estrenó en muchos cines en simultáneo, pero el principal era el Atlas de Lavalle, que en aquella época tendría unas 1.700 butacas. No existían esas salas compartimentadas de ahora. Al lado del cine había un restaurante alemán, creo que se llamaba Otto, donde todas las noches, Babsy (Torre Nilsson) y su mujer se sentaban a comer contemplando la gigantesca cola de gente que esperaba entrar a ver la película. “El de llenar todas las butacas es uno de los placeres máximos del éxito”, me decía. Un cine vacío es todo lo contrario. Y hasta el día de hoy no se inventó la fórmula para llenar una sala.

–¿Cómo recibieron la producción y el elenco el boicot que tuvo la película en el pueblo natal de Manuel Puig?

–Ellos consideraron que era una especie de “cuereada” de la población y no lo tomaron a bien. Además de que Manuel nunca ocultó su condición de homosexual, y eso en aquella época era un pecado que había que reprimir y condenar. Por eso mantuvo cierto resentimiento que le impidió volver al país tras su exilio, forzado por las amenazas de la Triple A. Incluso, mucho después, yo intenté convencerlo de que el país había cambiado, de que la sociedad había cambiado y de que podía conectarse con mucha gente que admiraba su obra de escritor, pero no hubo caso, aunque aun así todavía preguntaba y se interesaba por la Argentina.

–Eso fue después de la publicación de la novela The Buenos Aires Affair. Puig es amenazado y se va del país. ¿Cómo vivió personalmente esos tiempos?

–Yo lo viví de manera cercana, porque circulaba una lista negra de artistas en la que figuraba mi mujer, Luisina Brando, que hizo un papel protagónico en Boquitas pintadas. También recuerdo que el personaje que estaba detrás de esa organización, José López Rega, nos convocó para ofrecernos protección y custodia. Incluso, tuvo el gesto de hacernos llegar flores a la reunión.

–¿Cómo siguió su relación con Manuel Puig en las diferentes escalas de su exilio?

Él se radicó primero en el Village de Nueva York, en un departamento muy chico, donde enseñaba literatura, y en esa etapa nos vimos varias veces, porque yo viajaba seguido para allá, por motivos técnicos. Filmaba cine publicitario y producía los efectos especiales en los Estudios Technicolor. Siempre eran encuentros muy interesantes. Después, durante su etapa carioca, también interrelacionamos. Ahí, había impuesto una costumbre muy típica de él: todas las noches a las 20 pasaba una película e invitaba a amigos a compartir la proyección. Concurrían un par de amigos argentinos, era una especie de gueto cinematográfico. Disfrutaba mucho volviendo a ver a Visconti, a Fellini, y claro, el musical estadounidense, películas como Cantando bajo la lluvia.

–¿Qué otra novela de Puig le hubiera gustado adaptar al cine y por qué?

–Me hubiese gustado adaptar Boquitas pintadas. Esa era la novela, por eso me metí en el proyecto como productor, una experiencia que no volví a repetir, excepto en algunas películas propias. Quizás me hubiese interesado hacer una versión cinematográfica de La traición de Rita Hayworth, pero era más complicada de llevar a la pantalla, y en todo ese tiempo de relación no encontramos un proyecto que pudiésemos desarrollar juntos. Después, cuando se mudó a Cuernavaca (México), donde finalmente falleció, ya no nos volvimos a ver.

Escrito por
Oscar Muñoz
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