Entre 1815 y 1816, una serie de sucesos de singular importancia se suscitaron en el territorio actual de Tucumán, Salta y Jujuy. Esas tres provincias ocupaban un espacio que en dimensiones geopolíticas era varias veces mayor a su conformación presente, pues el teatro de operaciones de la guerra de la independencia, y en particular de la guerra gaucha, se desplegaba también en lo que actualmente es el Estado Plurinacional de Bolivia, en ese entonces denominado Alto Perú.
Ahora bien, hacia principios de 1815, una situación inicua que indignó a los verdaderos patriotas argentinos comenzó a salir a la luz. Las soflamas de la Revolución de Mayo habían comenzado a palidecer. El contexto internacional no ayudaba. Era muy diferente a la situación que se suscitara en 1808, cuando luego del episodio conocido como “la farsa de Bayona”, el rey Carlos IV y su hijo Fernando VII abdicaron sucesivamente al trono español en favor de José de Bonaparte, hermano del emperador francés Napoleón I, lo que generó la guerra de la independencia española y tras ella el estallido de focos revolucionarios en los dominios godos de ultramar, entre ellos en el Virreinato del Río de la Plata. Los episodios ocurridos el 25 de mayo 1809 en Chuquisaca y La Paz se anticiparon a lo que sucedería en Buenos Aires exactamente un año después. Carlos María de Alvear, conspicuo integrante y mentor de la Logia Lautaro, era un personaje de una gran inteligencia pero sumamente ubicuo y sin otro principio que el de la búsqueda personal de poder. Primero aliado político del libertador José de San Martín y luego pérfido enemigo, se aupó como director supremo tras tres años de tener una marcada influencia en la política rioplatense. Su tío Gervasio Antonio Posadas había sido el primer director del Estado y quien dividió y escindió la vieja gobernación intendencia de Salta del Tucumán en octubre de 1814, lo que trajo aparejados serios inconvenientes en la región.
Fernando VII había vuelto al trono de España en 1814, e inmediatamente dispuso recuperar sus dominios americanos. Para la historiografía española de aquellos tiempos, y por varios años posteriores, la independencia americana se enmarcaba en un contexto de “guerra civil”, debido a que el movimiento libertario tenía varios componentes y uno de ellos es que no respondía a la política absolutista que se generó en Europa a través del príncipe Von Metternich a partir del Congreso de Viena, que sesionó entre septiembre de 1814 y junio de 1815 con el objeto de fortalecer los dominios de los monarcas europeos.
A su vez, en 1815 se había sancionado el Estatuto Provisional, conforme al cual cada provincia designaba a su gobernador. Es imprescindible cotejar, en forma simultánea, los sucesos europeos con los americanos porque influyeron notablemente en la política criolla. Así es que Alvear percibió que lo mejor era entrar en negociaciones con las casas reales del Viejo Continente y obtener que algunas de ellas designaran a un noble para que asumiera como monarca constitucional en estas tierras. Esa línea de acción lo llevó a tomar la determinación de enviar embajadores a España e Inglaterra, pero lo que es más grave, a entablar negociaciones con los jefes realistas que estaban alistados en el frente de batalla donde combatía el Ejército Auxiliar del Perú, en ese momento al mando del general José Casimiro Rondeau. En síntesis, Fernando VII había retomado el poder español, tras la caída y posterior exilio de Napoleón, y estaba organizando una gran invasión militar cuyo objetivo principal era tomar la capital del Virreinato del Río de la Plata, pues se observaba a Buenos Aires como uno de los principales focos de conflicto y prácticamente el único en ese momento, porque España había ido recuperando una por una las diferentes plazas rebeldes.
LA ACTUACIÓN DE GÜEMES
Martín Güemes, que había sido reivindicado por el general San Martín en 1814, además de haberse erigido en líder político y militar de Salta, observaba con gran preocupación todo lo que concernía al Ejército Auxiliar del Perú. En su parecer, era una fuerza desorganizada, sin un comando efectivo y con una preparación deficiente. En sus tres incursiones, el comportamiento militar no había sido el óptimo; registraba desde reiteradas indisciplinas hasta desbandes por pánico. Incluso en la cúpula, Alvear pretendió reemplazar a Rondeau y fue rechazado de plano por la oficialidad. Conforme esto, hubo un hecho decisivo que lo empujó a tomar una determinación trascendental que marcaría su destino. El 19 de febrero de 1815, sucedió algo tan inesperado como indignante para una persona cuyos valores se basaban en la integridad y el compromiso hacia la causa nacional: la Sorpresa de El Tejar.
En un episodio oscuro y confuso, el coronel Vigil venció a las avanzadas patriotas comandadas por Martín Rodríguez en la hacienda de El Tejar. A causa de la derrota, Rodríguez fue apresado por los españoles, y el único patriota que logró fugarse fue Necochea. ¿Pero qué es lo que sucedió realmente? ¿Fue acaso una sorpresa? Este suceso es una asignatura pendiente que todavía no fue debidamente sacada a la luz. Por el contrario, la historia oficial lo toca de soslayo. Tal vez porque sea una ignominia que ensombrece la reputación de sus protagonistas. Máxime, cuando Rodríguez fue liberado misteriosamente a los pocos días.
Martín Rodríguez, quien después llegaría a ser gobernador de la provincia de Buenos Aires, tuvo una airada disputa con Güemes. Primero porque mientras el salteño estaba en el Alto Perú fue testigo de la vejación y el saqueo que efectuaron miembros del Ejército Auxiliar del Perú a Pizarro, un anciano ilustre, ferviente defensor de la causa realista, que había fundado tiempo antes San Ramón de la Nueva Orán. Luego Rodríguez, en otra oportunidad, les dispensó un trato despectivo y altanero a sus gauchos, tras lo cual el caudillo lo reprendió en una carta escrita de tal manera que pudo haber desembocado en un enfrentamiento. Sin embargo, Rodríguez nunca le respondió. El mismo Martín Rodríguez es quien, por orden de Alvear y supuestamente a espaldas de Rondeau, había iniciado negociaciones con los españoles, y la llamada Sorpresa de El Tejar habría sido una treta para engañar a los patriotas que seguían firmemente convencidos de continuar la guerra de la independencia.
Güemes, cuya asimilación al Ejército Auxiliar fue siempre peculiar, dado que sus escuadrones gauchos solamente le respondían a él, se percató de esta inicua situación y decidió dar batalla por su cuenta y riesgo. Y a partir de ese momento iniciaría en soledad su ciclónica carrera. Cuando Rondeau llegó a la Hacienda de El Tejar, donde supuestamente había ocurrido la “sorpresa” el 19 de febrero de 1815, dispuso que avanzara el general Fernández de la Cruz, el mismo que había sucedido a San Martín en forma interina cuando el libertador renunció a la jefatura del Ejército Auxiliar acantonado en esa época en Tucumán. Fiel a su estilo dubitativo, comenzaron a pasar el tiempo, lo que crispó el ánimo del jefe gaucho. Otro salteño, de proverbial ánimo contemporizador, Rudecindo Alvarado, intentaba calmar el ímpetu de Güemes, quien, visionario como era, avizoraba que la demora en el ataque los llevaría a la inanidad. Fue cuando tomó la determinación de que uno de sus capitanes, Burela, cargase sobre el enemigo.
Güemes solicitó la venia de Fernández de la Cruz, que se la otorgó, mas este último no participó de la batalla pese a que la historia oficial cuenta otra cosa. Y así el líder salteño impartió la voz de carga y los gauchos acometieron de manera brutal. A continuación de Burela, entró Güemes en combate para dar la estocada final. Era el 14 de abril de 1815 cuando se produjo el triunfo en Puesto Grande o Puesto Grande del Marqués, una batalla que signó su destino.
GOBERNADOR DE SALTA
Al día siguiente de la batalla, que fue su triunfo personal, Martín Miguel de Güemes decidió separarse del Ejército Auxiliar del Perú. Marchó hacia Jujuy, donde tomó el armamento y municiones que repartió entre sus gauchos, y de allí siguió a Salta, donde resultó electo gobernador por el clamor popular el 6 de mayo de 1815. Esta designación estuvo cargada de significación. Por primera vez en su historia, salteños y salteñas elegían a su gobernante. El Cabildo acató esa decisión y pronto fue reconocido por Orán y Tarija, que por esos años pertenecía a la gobernación intendencia de Salta. En cambio, Jujuy fue diferente. Conducida por el canónigo Juan Ignacio Gorriti, quien había bendecido la bandera nacional y era un prestigioso publicista, primero se opuso al nombramiento del caudillo y finalmente, cuando Güemes se presentó ante el Cabildo jujeño, se decidió a apoyarlo y aceptarlo. No obstante, fue el origen de una prolongada instancia que culminaría recién en 1834, con la escisión jujeña de Salta, a continuación de la batalla de Castañares.
Rondeau no aceptó la designación de Güemes, y propuso al jefe del Regimiento de Partidarios, el coronel Antonino Fernández Cornejo, lo cual fue rechazado por el Cabildo de Salta. Curiosamente, quien ostentaba el cargo de director supremo del Estado, pese a que no había tomado posesión del mando por encontrarse en el Alto Perú cuando fue nominado, desconocía el Estatuto al designar por sí al gobernador. Hasta que Güemes ascendió al poder, habían pasado veintiún gobernadores en cinco años.
Todos estos avatares depararon consecuencias inmediatas y que a Güemes se lo comenzara a llamar en Buenos Aires el “Artigas del norte”, lo que colocó al jefe gaucho en una situación política opuesta a los intereses centralistas porteños. A saber: el haber sido elegido el primer gobernador de manera directa por el pueblo de manera plebiscitaria; el haber tomado el armamento de la plaza de Jujuy para reforzar su fuerza provincial de gauchos, creando la División Infernal de Gauchos de Línea, conocida como “los Infernales”, y por último su retirada del Ejército Auxiliar, que en los hechos lo ubicó como un líder político y militar autónomo, cuyo ejemplo podía replicarse en otras provincias. Lo cierto es que la visión confederativa güemista en nada coincidía con la unidad con supremacía que intentaba ejercer Buenos Aires y que llevaría al colapso de la autoridad nacional en 1820.
EL AVANCE QUE NO PUDO SER
Ahora bien, volviendo a 1815, el 20 de octubre, una partida del Ejército Auxiliar al mando de Rodríguez sufrió otra derrota similar a la Sorpresa de El Tejar, y esta vez ya no fue reprendido por Güemes, por la sencilla razón de que hacía meses que se había separado del Ejército Auxiliar, sino por sus propios camaradas. Bernardo Frías, citando a Urcullu, le endilga haber redactado una misiva donde pone en boca de Rodríguez haber forzado su propia derrota para entablar conversaciones con los españoles. Ese estado de cosas hizo que se fuesen del Ejército Auxiliar, además de Güemes, el general Álvarez de Arenales, héroe de La Florida, y el valiente coronel Warnes, quien se inmoló en la batalla de El Pari.
Antes de retirarse del Ejército Auxiliar, Martín Güemes le había advertido a Rondeau y su estado mayor sobre la ingente necesidad de contar con la colaboración de los diferentes caudillos altoperuanos que libraban la Guerra de las Republiquetas. Recurrir a ellos significaba andar por terreno seguro y ser advertido de los numerosos accidentes geográficos en una región pletórica de altas montañas y angostos valles. Rondeau no podía eludir el combate, porque estaba rodeado por cerros y el grueso de las tropas enemigas; y en un acierto inicial comenzó a librar diferentes escaramuzas con los españoles durante los días 26 y 27 de noviembre. Sin embargo, un error táctico decidió la suerte de la batalla, y el Alto Perú se escindió para siempre del territorio de las Provincias Unidas. Entonces, Rondeau se lanzó sobre Salta.
Domingo French, que había conocido a Güemes en Buenos Aires durante las invasiones inglesas y posteriormente tuvo una activa participación en la Revolución de Mayo junto a Beruti, a quienes se les atribuye la creación de la escarapela nacional, fue el enviado del poder central para in tentar tenderle una emboscada y detenerlo. Güemes era particularmente desconfiado. Lo recibió y le puso una custodia para dejarlo pasar hacia el norte para que se encontrase con Rondeau. Antes de partir, una mañana de enero de 1816, French se presentó en la Sala Capitular con verba encendida, afirmó ser amigo de Güemes y que lo que buscaba era la paz y la concordia. El numeroso contingente militar que lo custodiaba desmentía el supuesto rol de mediador que esgrimía. Desde la hacienda de Mondragón, situada cerca de Potosí, Rondeau, que desandaba sus pasos y en vez de avanzar retrocedía hacia Salta, había emitido un manifiesto en el que calificaba a Güemes como reo de Estado. Luego de esa declaración, French se presentó al Cabildo intimando amigablemente a Güemes a que depusiera sus armas.
El líder salteño, a su vez, había recibido una carta de French donde lo llamaba “amigo del alma”, en la cual lo instaba a deponer su actitud. El caudillo astutamente había montado un sistema de postas y tenía un aceitado sistema de espionaje manejado inteligentemente por mujeres patriotas como Juana Moro, Loreto Sánchez, Gertrudis Medeiros, Andrea Zenarruza o la célebre Martina Silva, que le permitió interceptar correspondencia paralela entre Rondeau y French. La táctica que French le revelaba al jefe del ejército vencido era que él podía distraer a Güemes con conversaciones extendidas y en consecuencia Rondeau podría avanzar, atacarlo y apresarlo. Un sector de la elite jujeña al que pertenecía el teniente de gobernador Mariano de Gordaliza entró rápidamente en componendas con French y Rondeau para destituir y entregar a Güemes.
Otro dato que cayó en el olvido es que la elite dirigencial de Jujuy aborrecía al caudillo, no así su pueblo, que cada vez que lo recibió, fue de manera apoteósica. Güemes no permaneció pasivo con la declaración de reo de Estado. Primero obtuvo el apoyo total de la Asamblea Electoral o Representación Provincial, un cuerpo consular que venía funcionando a la par del Cabildo desde 1813; ellos le aconsejaron rechazar de plano las intimaciones que le había formulado French por orden de Rondeau, por considerarlas insolentes a la dignidad de la provincia.
El 15 de marzo de 1816, Rondeau, al mando del Ejército Auxiliar del Perú, invadió la ciudad de Salta y la sitió. El repudio que había generado su actitud se tradujo en un apoyo inconmensurable a Güemes. Y la mayoría del vecindario se fue a las afueras y la dejó exangüe, sin recurso alguno, cortando el agua. Era la vieja treta güemista conocida como “guerra de recursos”, que tanto resultado le había dado durante la denominada “Invasión de los Cuicos” conducida por el mariscal Joaquín de la Pezuela dos años antes. Apareció entonces la figura fulgurante de Macacha Güemes, que era no sólo la confidente de su hermano Martín, sino su principal consejera y operadora política.
Ella se reunió con Rondeau, quien le expresó su fastidio con su hermano por la deserción del Ejército Auxiliar, por haber tomado las armas de la plaza de Jujuy y por haberse hecho proclamar gobernador de Salta sin su anuencia. Macacha, lejos de contradecirlo, asintió a cada uno de los pesares expresados por el jefe porteño vencido. Le fue advirtiendo que en esos episodios Güemes, cuya frontalidad era proverbial, no lo había traicionado, sino que personalmente le había manifestado sus puntos de vista divergentes y que consideraba que en un momento crucial de la Guerra de la Independencia, se habían entablado negociaciones espurias con potencias extranjeras, en perjuicio de la causa nacional. Le hizo notar que el Estatuto de 1815 les había otorgado a las capitales provinciales la facultad de designar a sus gobernadores y que dicha facultad en ningún caso podía ser subrogada por el director supremo, porque arrasaba las autonomías provinciales.
LA PAZ DE LOS CERRILLOS
A su vez, Macacha, intuitiva como era, notó que el jefe sitiador no tenía un carácter firme y que había sido víctima constante de numerosas inquinas. Le resaltó la falta de diálogo con Güemes y lo útil de sus consejos. También Macacha había recibido una instrucción precisa de su hermano: debía evitar una guerra fraticida entre conciudadanos, pero también convencer a Rondeau de que siguiese rumbo al sur. Prefería estar solo con sus guerrillas a que se contaminasen de las malas prácticas del Ejército Auxiliar. Macacha, por cuenta propia, arengó al director supremo a que midiese las consecuencias de una lucha entre hermanos, dado que eso permitiría un inmediato avance español y conjuntamente la imposibilidad de que se reuniese el Congreso que debía declarar la independencia y sancionar una Constitución del Estado.
Hacia el 10 de marzo, los gauchos le arrebataron a Rondeau la última tropilla de hacienda que le quedaba para alimentar sus tropas, lo que quebró definitivamente el ánimo del director. Entonces, decidió recibir a los dos emisarios mandados por Macacha, el comandante Juan Antonio Rojas y Apolinario Figueroa, quienes le advirtieron que lo mejor sería firmar un pacto y evitar un enfrentamiento irracional. Ambos mediadores le leyeron las pautas mínimas para llegar a un acuerdo, con la única condición de que el Ejército Auxiliar partiese inmediatamente de Salta. Fue así que el 22 de marzo de 1816 se firmó la paz de San José de los Cerrillos, pacto que permitió la celebración del Congreso de Tucumán y dio comienzo a una amistad sólida y duradera entre Güemes y Rondeau.
Abel Cornejo es autor del libro La mirada de Güemes. Una historia política.