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Caras y Caretas

           

Ningún pibe nace chorro

Las juventudes empobrecidas por los brutales recortes en educación y la desinversión social operados por el macrismo fueron instituidas, con la ayuda de intelectuales de derecha que construyeron su marco teórico, en los chivos expiatorios de los males del neoliberalismo.

Siempre queda algún desprevenido que piensa que durante el período 2015-2019 hubo una crisis económica. Si hubiera sido así, la brecha que separaba a los más ricos de los más pobres no tendría que haberse movido ni un centímetro. Sin embargo, se movió. Y mucho. Porque lo que se llevó adelante fue un proceso colosal de transferencia de ingresos de los que menos tienen a las arcas de los que más tienen.   

En ese proceso, muchos sectores fueron alcanzados por las políticas excluyentes y neoliberales del gobierno de Mauricio Macri: quedaron afuera de toda distribución de las riquezas los jubilados, los trabajadores y, principalmente, las juventudes. El libro La sociedad excluyente. La Argentina bajo el signo del neoliberalismo (2006), de la socióloga Maristella Svampa, explica a la perfección el modo en que esta política actuó. Se trata de una obra de lectura obligatoria para comenzar a analizar un fenómeno que comenzó a tomar fuerza en nuestro país a partir de 1989, y en el que se dieron en paralelo dos procesos: el de la exclusión de un sector de la sociedad y el de la creación de un modelo de ciudadano consumidor producido por la “americanización” de la Argentina.  

¿Qué pasa con aquellos que fueron excluidos pero siguen consumiendo las mismas publicidades destinadas para los que sí tienen el poder material de satisfacer su necesidad de consumo? ¿Qué ocurre con aquellos que no pueden confirmar su identidad obedeciendo a la superficialidad y banalidad que exige el mercado? Tal como lo plantea Eduardo Galeano, el problema está en que la realidad económica es la que les cierra las puertas al banquete, convirtiéndose en una de las mayores contradicciones del capitalismo, la misma que se traduce en noticias de delito en tiempos de dictadura de la sociedad del consumo.

HIJAS E HIJOS DE LA DESINVERSIÓN SOCIAL  

Como si este panorama desigual no fuera suficiente, el Estado, como encargado de garantizar la justa distribución de las riquezas, se puso durante el período 2015-2019 en favor de los que más tienen, recortando políticas públicas como el Plan Conectar Igualdad, ajustando fuertemente el presupuesto educativo, congelando las becas del Programa de Respaldo para Estudiantes Argentinos (Progresar) y poniendo la meritocracia como respuesta a todo. Un combo explosivo para excluir a muchos jóvenes de las instituciones del Estado.  

En cambio, se llevaron adelante propuestas materiales para encontrar una solución a la exclusión de estos jóvenes generada por esas políticas: las pistolas Tasser, la llamada doctrina Chocobar y el debate por la baja de imputabilidad. En el plano de las representaciones sociales, con la idea de reforzar la exclusión, los intelectuales del establishment tuvieron el rol de cargar con prejuicios de clase, estigmatizaciones y discursos de odio que recayeron sobre los pibes, pero no sobre cualquier pibe, sino sobre los pibes pobres para justificar que quedaran por fuera de la distribución de la renta y de la igualdad de oportunidades. 

Lo vemos cuando analizamos las caracterizaciones discursivas que se hicieron en ficciones como El marginal y El tigre Verón, que buscaron correlacionar –más que nunca– la pobreza con la delincuencia, encontrando en el estereotipo del “pibe chorro” la génesis de todos los males.   

Lo vemos cuando sometemos los titulares de los grandes medios de difusión a un análisis semántico y observamos que siempre las juventudes aparecen situadas en el territorio de la calle, configurando un escenario en el que sólo se expresan cuando son víctimas o victimarios, con una ruptura total de los lazos que los unen a la comunidad de la que forman parte y construyendo la figura de un sujeto despersonalizado y peligroso.  

Lo vemos en el tratamiento que reciben nuestros jóvenes y que se agrava cuando a la categoría de asesino, violador, delincuente se le suma la de “joven”, trayendo consigo una doble carga amenazadora, como señala la investigadora Leonor Arfuch. La primera es la que opera en la subjetividad de las personas y las conduce a pensar: si esto hacen de jóvenes, ¿qué harán de adultos? Y la segunda es la conformación de identidades grupales juveniles en las que nunca aparecen como sujetos individuales sino, más bien, formando parte de una “banda”, “patota”, “barras” o “pirañas”.

UNA IDENTIDAD IMPUESTA A FUERZA DE PREJUICIOS  

Pero, ¿qué sabemos de estos pibes, los “pibes chorros”? Nada, porque sólo son noticias cuando están involucrados en un hecho delictivo en la calle, son apresados o mueren en un enfrentamiento. Pero la realidad es que no conocemos su voz, ni tampoco su identidad porque son borrados de su condición de sujeto. Sabemos que son casi siempre hombres, sabemos que se visten con ropa deportiva y hablan con lenguaje “tumbero”. 

Lo que se sabe es que ellos habitan todas las esquinas ubicadas en el borde externo de los límites trazados por el sistema educativo formal, el empleo legítimo, la familia, los vecinos, la policía y el mercado, tal como diría el doctor en Ciencias Sociales Sergio Tonkonoff. Viven en un espacio que no pertenece al territorio. Quedaron por fuera del radar de todas las instituciones formales constituyendo un espacio de pertenencia que, como cualquier otro, implica la reproducción de un conjunto de normas de comportamiento.  

Ser joven pobre de “esa esquina” implicaría reproducir una serie de prácticas materiales y simbólicas que llevan a la delincuencia y sin las cuales no es posible transitar por esa franja etaria y social. “Roban para ser” y el ser necesita del financiamiento de los bienes y servicios que dotará al individuo de una identidad juvenil, porque así lo exige el mercado que los manda a delinquir.  

Entonces, el neoliberalismo llevó adelante dos exclusiones sobre este sector: la material y la simbólica. De esta manera, quedaron condenados a convivir en un ambiente en el que son el blanco de ciertas difamaciones que pretenden justificar su exclusión, con aquellos discursos cargados de prejuicio que estigmatizan a los jóvenes y los convierten en potenciales “delincuentes”.

 Los “pibes chorros” no salieron de un repollo. Salieron de las políticas excluyentes que comenzaron a tomar forma en los 90 y alcanzaron su cúspide durante el macrismo. De la misma manera, se necesita de políticas urgentes que reviertan las representaciones sociales por medio de nuevos marcos conceptuales y que le aporten a la categoría de “pibe pobre” nuevos significantes, distintos de aquellos que fueron creados para su exclusión desde el mismo momento en que fueron concebidos.

Escrito por
Mauro Brissio
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