I
Walter Benjamin, en sus Tesis de filosofía de la historia, precisamente la número 14, invita a pensar el pasado en el presente. “La historia es objeto de una construcción cuyo lugar no está constituido por el tiempo homogéneo y vacío, sino por un tiempo pleno, un tiempo-ahora”. Es decir, se rompe el “continuum” de la historia, y a modo de un aleph borgiano, todo ocurre simultáneamente.
¿Por qué el reconocimiento mayoritario en este 2021 de un Güemes que en gran parte de la historia fue negado y calumniado? Un reconocimiento que ahora es institucional, pero que fue germinando y creciendo en el pueblo.
Con cierto criterio, algunos se preguntarán por qué volvemos al pasado. La respuesta está en el presente, ya que puede percibirse una fuerza social latente, que en estos tiempos difíciles construye identidad, encarna valores, da legitimidad a prácticas sociales.
Durante mucho tiempo, Güemes fue identificado como un líder regional, como un caudillo. Esa interpretación no fue inocente. Se buscó limitarlo, tergiversarlo. Sus intereses eran nacionales, no regionales. Su búsqueda era del bien común general, de los intereses superiores, descartando el interés particular o sectorial. Por esto hablamos de un pasado que nos conforma en el presente.
Este artículo busca contar cómo se pudo vencer la negación del prócer. Cómo la historia oficial, sectorial e interesada fue dejada de lado al descubrirse su carácter meramente discursivo y propagandístico. En esa tarea, fue figura esencial la del salteño Bernardo Frías.
II
Gran parte de la épica güemesiana no se conocería sin la extraordinaria y titánica obra de Frías. Hasta ese momento se había escrito poco sobre la figura de Güemes y los gauchos. Mitre había escrito en 1857 la Historia de Belgrano y de la independencia argentina, y en 1887, la Historia de San Martín y de la emancipación americana. En el medio, escribe en 1864 sus Estudios históricos sobre la revolución argentina. Belgrano y Güemes. La escritura falaz de Mitre es el relato necesario para su proyecto político. No niega a Güemes, lo ubica tan sólo como un caudillo menor, un comandante de campaña, carente de talento político y militar. Los títulos mencionados hablan por sí solos: se sugiere que Güemes participa en la Revolución, pero no en la Independencia ni en la emancipación. Esta escritura era necesaria para el proyecto de las autodenominadas minorías ilustradas porteñas, que se disponían a gobernar el país desplazando a los verdaderos protagonistas de la independencia nacional.
Esta forzada historia oficial de clara visión europea e intencionada políticamente no podía permitirse reconocer a un no integrante de su sector como constructor político de la nación. Y Güemes sólo buscaba eso, no en forma declamatoria, ya que su actuar histórico así lo demuestra. En ese sentido, debemos mencionar una férrea defensa de la frontera norte, que era la vía de ingreso realista; la promoción, resguardo y entendimiento de la importancia del Congreso de Tucumán, y el rechazo de alianzas con caudillos regionales, que en sus posturas localistas atrasaban la independencia y organización del país.
Aquella línea política fijada por Mitre se consolida posteriormente con Sarmiento. De allí surge la división buscada de dos países: la civilización y la barbarie. Los ciudadanos de Buenos Aires, por un lado, y los gauchos del interior, por el otro. La gran ciudad construida con moldes europeos y los desiertos salvajes del interior. En esa construcción, el gaucho pasa a ser una amenaza interior. Ideología que comienza a rechazarse a fines del siglo XIX, con ese punto alto que fue la publicación del Martín Fierro de José Hernández.
Aquella visión europeizante, pero en realidad demasiado ombliguista y pueblerina, fue contradicha inicialmente por intelectuales de la envergadura de Alberdi, Vélez Sarsfield y Hernández.
Juana Manuela Gorriti, la salteña considerada primera novelista argentina, en El mundo de los recuerdos, de 1886, hace una semblanza de Güemes (que daría lugar a la representación pictórica que hoy conocemos). En los escritos de Juan Martín Leguizamón de 1877, publicados en 1933, denominados Ligeros apuntes históricos sobre la provincia de Salta, se comienza a hacer justicia a la verdadera historia.
La celebración del Centenario en la Argentina, la llegada masiva de inmigración europea y cierta tranquilidad económica en algunos sectores de la población dieron lugar a la denominada búsqueda del “ser nacional”. En ese marco histórico, y a partir de la tríada de Lugones, Rojas y Gálvez, comienza a insinuarse a nivel nacional una fuerte reivindicación de los gauchos, y obviamente de su líder natural, Güemes.
El criollismo surge como un fenómeno social en Buenos Aires. En ese contexto, Lugones publica en 1905, diez años después de su visita a Salta, La guerra gaucha, que luego Lucas Demare llevará al cine.
Pero es Frías quien con gran valentía se propone no sólo contradecir a Mitre, sino contar con lujo de detalles la otra historia. No hay en su obra un capricho, vanidad o subjetividad. Hay una necesidad de contar la historia que había sido negada, la del interior del país, la de Güemes y de las provincias del norte. Recién ochenta años después de la muerte de Güemes, alguien se animó a contar la verdad.
Con una genialidad que era natural a las personas del siglo XIX, Frías emprendió una obra extensa, compleja y revolucionaria. Publica el primer tomo en 1902, a los 36 años. Con una madurez intelectual sin igual, y con unas terribles agallas, se larga a desafiar y contradecir al centro absoluto de la historia nacional. Lo hace con un proyecto historiográfico casi sin igual en la Argentina, que le llevará treinta años. Tarea que realizará a la par de sus obligaciones como juez del Superior Tribunal de Justicia y como miembro del Consejo General de Educación de la provincia.
En esa obra está no sólo el relato histórico fidedigno, con una pluma que no cedía al barroquismo de la época, sino que también a través de una prosa de novelista nos cautiva con una técnica parecida a la de Las mil y una noches. Se encuentran allí la historia, la sociología, el análisis político, el costumbrismo, la economía y la filosofía de la época.
III
Se dijo “un autor revolucionario”, porque Frías, por su talento, podía darse el lujo de ser conservador en apariencia pero revolucionario en el fondo. Fue lo primero para su presente, y lo segundo para nuestro presente. Aquella obra se proponía nada más y nada menos que reescribir la historia nacional desde Salta. Frías es quien rescata del olvido la memoria negada, no sólo salteña sino de la historia real de la nación.
El reconocimiento actual de Güemes tiene mucho que ver con aquella reparación que realiza Frías. Hasta ese momento, la historia, botín del triunfo político, había negado a las provincias norteñas su papel decisivo en la independencia nacional. Aquellos gauchos, que habían dado la vida por la revolución, fueron negados por el proyecto triunfante.
Es por esto que Frías aún nos piensa. Tenemos una preocupación, doscientos años después de la muerte de Güemes, por salvar el pasado en el presente. Aspiramos al cumplimiento posible de aquellas promesas y ética güemesianas, que podrían haberse perdido para siempre.
Quizá la historia de Güemes y sus gauchos aún no se escribió, quizá nos toque a estas generaciones escribirla con hechos. Para eso Frías ya hizo la tarea pesada: salvarla para siempre del olvido.
Sabemos del papel de la historia como maestra de vida, pero también como justiciera, redentora y constructora de comunidad, de consensos, de integración.