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Caras y Caretas

           

LAS CALLES Y LAS LUNAS SUBURBANAS

Homero Manzi dejó su huella en los barrios de Boedo y Pompeya, en cuyas paredes y esquinas puede rastrearse su poesía, y con ella, volver el tiempo atrás, al menos por un rato, mientras suena el compás del 2×4.

Setenta años transcurrieron desde que Homero Manzi se volvió eterno. Aunque dejó una estela que aún evoca tiempos pasados, en los rincones del sur de la ciudad de Buenos Aires. Es que el tango y la capital porteña son dos que forman uno, convergen en sí mismos, y quien quiera adentrarse en la historia de esta música puede recorrer las calles de los paisajes donde Manzi se inspiraba: Boedo, Pompeya y más allá la inundación.

Para enamorarse de Boedo no hace falta demasiado, sólo un cuerpo que permita trasladarse por todas esas cuadras que destilan décadas pretéritas, que hoy intentan sobrevivir a la vorágine de cemento y Durlock de las nuevas urbes. En Boedo hay una lucha y es contra el paso del tiempo. Pero si de lugares icónicos e históricos hay que hablar, mejor es dirigirse a la esquina emblema, el cruce de las avenidas San Juan y Boedo, donde desde hace más de veinte años funciona el bar-museo que homenajea al poeta del tango.

Quienes amen el género musical que por excelencia exporta la Argentina sabrán de su melancolía, del amor por las calles del sur porteño que hoy, si se mira sólo la superficie, parece haberlo olvidado. Pero siempre están quienes se erigen en soldados del recuerdo para dar batalla en favor de la memoria, para mantener viva una identidad, la que fabricó Manzi desde hace ciento catorce años, cuando el mundo lo vio nacer, el 1º de noviembre de 1907.

SAN JUAN Y BOEDO ANTIGUO

En la Esquina Homero Manzi están el tango y el placer. La pandemia, si bien desalentó el turismo y las visitas al sitio, no ha frenado los encuentros sobre la avenida donde ahora milimétricamente se ubican mesas y sillas que frenan de forma súbita el correr del tránsito y hacen que un domingo cualquiera sólo sea posible pasar y tomarse un café. Las paredes de este bar deben de pesar toneladas gracias a la cantidad de placas de bronce que de ellas cuelgan. “A Homero Manzi, amigos del barrio de Boedo”, rezan los muros como altares religiosos. El bar funciona activamente desde 2000, después de haber sido remodelado. Originariamente, comenzó a funcionar alrededor de 1914, en los albores de la Primera Guerra Mundial.

Cuenta Julio, el encargado, que antiguamente el local no era tan grande como ahora, que tiene incluso un escenario con cortinas color vino que caen en cascada, listas para dejar al descubierto los shows centrales que se llevaban a cabo hasta que llegó el coronavirus. Se amplió, más o menos, unos 470 metros cuadrados, sin contar el entrepiso. También dice que la mayoría de los interesados que se acercan son turistas, que “el argentino no es tan amante del tango” como dice ser y que desde la década de los 90 es un negocio. Suena un poco entristecido cuando afirma que ahora los jóvenes “no conocen a los artistas” por falta de transmisión cultural. “Tenés que amar lo propio, o lo perdés”, piensa.

Por dentro, la Esquina Homero Manzi es más que un museo, es un sitio histórico nacional declarado por el Senado de la Nación. Fue aquí donde Manzi escribió el tango “Sur”, en 1948, inmortalizado con la música de Aníbal Troilo y la voz de Roberto Goyeneche. Un poema con una capacidad inédita de describir la realidad de aquellos años: “La esquina del herrero, barro y pampa/ tu casa, tu vereda y el zanjón/ y un perfume de yuyos y de alfalfa/ que me llena de nuevo el corazón”. Hace décadas, era este uno de los íconos del tango y de la ciudad de Buenos Aires, y hoy es una cápsula del tiempo de cedro oscuro, con merchandising para llevarse un pedacito de Manzi a casa.

POMPEYA Y MÁS ALLÁ

Nacido en Santiago del Estero, Manzi se mudó a Buenos Aires a los nueve años y vivió su juventud en los alrededores de lo que hoy es la avenida Sáenz, en el corazón de Pompeya, donde en otras épocas soñaba “en los ojos aquellos, de la avenida Centenera y Tabaré”. Allí fue donde creció y donde Gregorio Plotnicki decidió fundar el museo Manoblanca, en 1983. Hoy parece escondido entre tantos otros locales alrededor, pero no hay manera de que el mural que lo reviste, con las letras de aquel tango y el busto que se erige en la vereda con la cara del poeta, no despierte la curiosidad y obligue a detenerse y preguntarse de qué se trata. Ya en 2000, Plotnicki contaba que lo importante del museo estaba dentro “porque nuclea pinturas, fotos, testimonios, antigüedades, documentos del barrio y sus habitantes, recuerdos del querido poeta Homero Manzi”, y que además su existencia era de vital importancia para “enorgullecerse de vivir en esta ciudad y en el barrio de Pompeya”.

Es que este barrio guarda en sí mismo años de tradiciones y cultura que siguen luchando contra el paso del tiempo. Por eso en Tabaré y Manzi, la calle que le hace honor, funciona el Centro Cultural Homero Manzi, uno de los tantos que hay por la ciudad. Desde lo alto, el dintel de su puerta reza: “La expresión de un pueblo es su cultura”. Si bien la crisis epidemiológica llevó a su cierre temporal, este sitio es un ícono del barrio, con paredes que gritan “barrio de tango, luna y misterio, desde el recuerdo lo vuelvo a ver”, donde el tango y el boxeo se unen, pero también muchas otras actividades.

A setenta años del fallecimiento de uno de los más grandes autores del tango, son los barrios los que mantienen viva la memoria, los que luchan contra la erosión y el olvido, porque si algo demuestran es que Homero Manzi sigue vivo en cada rincón, dando trabajo, identidad, pertenencia y dignidad, como lo supo hacer en sus años, mediante las letras y la poesía que hicieron del sur porteño uno de los focos más representativos de la cultura urbana, allá por la primera mitad del siglo XX. Como decía el poeta, cuando veía a la ciudad transformarse: “Nostalgia de las cosas que han pasado/ arena que la vida se llevó,/ pesadumbre de barrios que han cambiado/ y amargura del sueño que murió”.

Escrito por
Chiara Finocchiaro
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