El 23 de mayo de 1936 fue inaugurado el Obelisco porteño bajo un cielo nublado y otoñal. Las lloviznas matutinas no fueron impedimento para que a las 15 se iniciara el evento formal con la presencia del presidente Agustín P. Justo, escoltado por granaderos. Luego de una suelta de palomas con alas pintadas de celeste y blanco, el intendente Mariano de Vedia y Mitre afirmó: “Este Obelisco será en el correr del tiempo el documento más auténtico de este fasto del cuarto centenario de la ciudad. Dentro de las líneas clásicas en que se erige, es como una materialización del alma de Buenos Aires que va hacia la altura, que se empina sobre sí misma para mostrarse a los demás pueblos y que desde aquí proclama su solidaridad con ellos. Buenos Aires se siente grande, fuerte, pujante”.
La palabra “obelisco” viene del griego obelískos, diminutivo de obelós, que significa “asta o columna apuntada”. El primer obelisco que se conoce es el de Pepi I, en Heliópolis, construido hace unos 4.500 años. Los obeliscos tienen el mismo origen que las pirámides y en la mitología egipcia se ubicaban en los templos, a veces de a pares, por el aspecto dual del dios Ra como el Sol y la Luna.
El significado del obelisco argentino se explica en el marco de una corriente de modernización que llevaba adelante De Vedia y Mitre, articulada por el secretario de Hacienda y Administración de la intendencia municipal, Atilio Dell’Oro. Este plan también incluía la demolición de edificaciones para la apertura de la avenida 9 de Julio y el ensanchamiento de la avenida Corrientes. Eran años en los que los trabajadores de las zonas rurales comenzaban a llegar a las ciudades industriales, dando lugar a un período de modernización en los espacios urbanos.
La construcción se levantó en tiempo récord porque la idea era tenerlo listo para la celebración del cuadringentésimo aniversario de la fundación de la ciudad de Buenos Aires. El monumento tiene 67,5 metros, pesa 170 toneladas y para llegar a su ápice hay que subir 206 escalones de hierro en una escalera recta. Fueron casi dos meses de trabajo a contrarreloj en los que participaron 157 obreros, entre ellos el italiano José Cosentino, que falleció luego de caer en una bóveda. La ejecución del proyecto estuvo a cargo del tucumano Alberto Prebisch, un arquitecto destacado de la década del 30 que también fue el ideólogo del Teatro Gran Rex. La obra fue realizada por la empresa alemana Geope-Siemens Bauunion-Grün & Bilfinger, se usaron 680 metros cúbicos de cemento y 1.300 metros de piedra blanca cordobesa. Caras y Caretas cubrió, paso a paso, su construcción.
UN MONUMENTO QUE GENERÓ POLÉMICA

El emplazamiento del Obelisco tuvo grandes detractores, entre otras cosas porque reemplazaría un símbolo muy tradicional: el templo parroquial San Nicolás de Bari. Allí, por ejemplo, fueron bautizados Manuel Dorrego y a Manuel Belgrano, y se izó por primera vez la bandera argentina en la ciudad.
Las tensiones políticas y culturales hacían ruido en la arena de aquella época. El sector opositor al monumento protestaba porque la decisión de levantarlo no se había debatido en el Congreso ni en el Concejo Deliberante. Fue tal el rechazo que, años más tarde, el 13 de junio de 1939, el Concejo sancionó su demolición total por razones de estética y seguridad pública. Arturo Domingo Goyeneche, el intendente en ese momento, decidió enfriar la situación y vetar la ordenanza. También generó polémica en ese año el desprendimiento de parte de su estructura exterior durante un acto oficial. Algunas lajas que recubrían sus paredes externas, se desprendieron al poco tiempo. La tapa de Caras y Caretas tituló: “¿Decidirán demolerlo o decidirán repararlo?”. Finalmente el Concejo Deliberante porteño resolvió retirar las lajas y el Obelisco obtuvo su fisonomía actual de blanco con los bloques de cemento.
También hubo rispideces en el ambiente cultural. Un sector, en el que estaban arquitectos como Alejandro Christophersen y Alejandro Bustillo, estaba en contra y decía que el Obelisco era una imitación vacía de sentido, y con un material de revestimiento –piedra blanca– que no era “digno” para tamaño monumento. Y los que estaban a favor, un costado más ligado al arte como la revista Sur que integraba Victoria Ocampo, valoraban la representación de “progreso material y espiritual” que otorgaba.
A comienzos de 1936, meses antes del inicio de la obra, el intendente De Vedia y Mitre convocó al fotógrafo Horacio Coppola para retratar el proceso del monumento. Con sus registros, Coppola editó el libro Buenos Aires 1936 (Visión fotográfica), junto a su esposa, Grete Stern. “Fue un espectáculo apasionante (…) Después de ver maderas, alambres, arena, hierros, nos encontramos con un paisaje donde vivir emociones, reconocer perspectivas de nuestra ciudad, pedazos de cielo, acaso el río, al fondo. Construimos el obelisco. Luego, reconstruimos la ciudad que lo rodea”, escribió Coppola. También filmó Así nació el Obelisco: 1936, que no llegó a exhibirse en aquel entonces pero sí en 2015, en el cine del Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires.
La proyección del film fue en el marco de la instalación “La democracia del símbolo”, del artista Leandro Erlich. Una intervención que constaba en hacer “desaparecer” la punta del Obelisco y ubicar una copia de las mismas dimensiones en la puerta del Malba. El público podía ingresar y mirar por sus cuatro ventanas, en la búsqueda de “democratizar su acceso y transformarlo en un monumento público”.

En las últimas semanas, para su cumpleaños número 85, le realizaron trabajos de limpieza, restauración y pintura. Pero, como vimos, no fue siempre tan admirado y mimado. En sus primeros años llegó a ser objeto de burlas por su altura y opulencia. El poeta Hipólito Torres lo definió: “¡Parecés un payaso, Obelisco, empolvado en el centro del circo! Ya las luces, la gente y el ruido te salpicarán”. En 1998, su hija, la cantante Gabriela Torres, lo inmortalizó en su álbum Círculos de fuego. Obelisco, odiado y querido, “yo te comprendo lo mismo, grandulón sin ternura ni oficio, que cumplís penitencias de todos, en la gran ciudad”.
