Amparada por sus personajes, Niní Marshall logró vencer su gigantesca timidez y reflejó con su humor y un profundo sentido de la observación una parte de la sociedad de los años 40 y 50.
La actriz, también guionista, redactora y cantante, conquistó al público mostrando un perfil burlón, exagerado, a veces ridículo, de distintas clases sociales y de mujeres que festejaban esas parodias, sin saber que estaban riéndose de ellas mismas.
“Creo mis personajes observando a la gente, prestando atención a los pequeños defectos que pueden causar risa. Yo voy a la peluquería, por ejemplo, y paro la oreja para ver lo que hablan los clientes. Es increíble lo que pueden decir allí las mujeres: están en los secadores y como el aparato les tapa las orejas y hace ruido, deben gritar para escucharse. A gritos cuentan la vida y milagros de todo el barrio”, contaba Niní en una entrevista.
UNA GALERÍA COMPLETA
Catita y Cándida fueron los personajes más populares. La primera, Catalina Pizzafrola Langanuzzo –“a sus pieses, desde hoy una amiga más”– era una joven de barrio, empleada de comercio, que vivía en un conventillo, un poco ordinaria y chusma. Niní contó años después que ese personaje representaba a las chicas que iban a pedirle autógrafos a Juan Carlos Thorry a la salida de la radio. Otra vez la observación.
Cándida Loureiro Ramallada surge como un homenaje a la gallega Francisca Pérez, que trabajaba en la casa de Niní cuando era chica. Cándida era una mucama que no lograba hablar correctamente y eso generaba situaciones de humor. Inocente y noble, el personaje terminó siendo un homenaje a toda la colectividad gallega de la época.
Tanto Catita como Cándida fueron llevadas al cine y si bien ya eran conocidas por la radio, el éxito de las películas fue rotundo y las mantiene vigentes.
Doña Pola es una judía inmigrante, dueña del negocio de compraventa Los Tres Hemisferios. Su motor es el dinero y no hay situación o lugar donde no promocione su comercio, aun en los velorios.
“Le cambiamos la categoría a la sirvienta. Le dijimos: ‘Manuela, después de tanto tiempo de servicio, cambiamos la categoría. Ya no la vamos a considerar como una persona de servicio, sino como una persona de la familia. Por lo tanto, no le vamos a pagar sueldo’, cuenta Doña Pola.
Esta caricatura le trajo algunos problemas a su creadora ya que la colectividad israelita lo sintió como una burla.
Niní jugó con todos los estereotipos sociales y así como reflejó a la clase trabajadora, también supo reírse de las ricachonas.
Con el personaje de Mónica Bedoya Hueyo de Picos Pardos Sunsuet Crostón, se metió con la aristocracia porteña de Barrio Norte. Sobre todo con el lenguaje: “porsu”, “¿me asumís?”, “depre”, “podéme” y “tarúpido” la mostraban como una caricatura de la tilinga de clase alta.
“Aló, ¿Cuqui? ¡Moni! Ah, Cuqui, te llamo porque me dijo Titi que vos le dijiste lo que me dijo Lucy que yo te dije que no le dijeras. ¿Vos le dijiste que no me dijese que vos lo habías dicho? ¡Pues lo dijo! Buá, ¡pero no le digas que yo te dije que me lo dijo!”, decía Mónica.
A su galería de criaturas agregó a Giovannina Regadiera, cantante lírica; Belarmina Cuelo, el arquetipo de la mucama del interior, dócil y buena; Gladys Minerva Pedantoni, una insoportable niña sabelotodo; la Bella Loli, cupletista española en decadencia; la viejita italiana Doña Caterina, abuela de Catita; Fruelain Frida, una alemana dueña de un larguísimo perro salchicha; y la mexicana Lupe, una joven maltratada por su esposo.
Con la Niña Jovita aparece un perfil diferente al de las otras mujeres porque carece de la ternura de Catita o Cándida.
Jovita de las Nieves Leiva Peña y Obes es una solterona amargada por su juventud perdida y que aún sueña con encontrar al príncipe azul. Es la más ridícula de las mujeres porque en ocasiones se comporta como una adolescente y no deja de pedir un novio; “¡Ay, mi Dios, cuándo seremos dos!”.
Si bien la mayoría de los personajes de Niní son mujeres, en un momento hicieron su aparición Mingo y Nicola. Mingo es el hermano menor de Catita, inseparable de su amigo Nicola. Juntos se dedican a hacerle la vida imposible a Catita. Son maleducados, desobedientes y con poco apego a la higiene.
El otro hombre era Don Cosme, un italiano con voz ronca, motivo por el cual debió dejarlo porque “prestarle” su voz le estaba generando problemas en las cuerdas vocales.
Los chicos nunca fueron protagonistas. Niní se grababa en off y utilizaba los audios para cambiar de vestuario, como se ve en el espectáculo … Y se nos fue redepente, el unipersonal en el que interpreta a sus personajes femeninos y cuando debe salir de escena se escuchan las voces de los chicos haciendo alguna travesura.
PIONERA Y EXITOSA
El éxito en radio primero y luego en cine es el resultado del trabajo de una mujer que decidió “hacerse la graciosa”. Pero hay más. Niní era una mujer muy inteligente, culta, que logró ocupar un lugar que estaba destinado sólo a los hombres.
Niní Marshall llegó a ser la artista mejor paga de la época y las empresas se disputaban el espacio radial para promocionar sus productos. Además de escribir sus libros, con la llegada al cine decidía el vestuario de su personaje y discutía, si era necesario, mano a mano con el director si algo no le gustaba.
Estrella de la radio, el cine y el teatro, sólo en pocas ocasiones actuó interpretando personajes y libros que no fueran de su creación.
En 1973 fue convocada por el empresario Lino Patalano para un espectáculo de café concert. Así nació …Y se nos fue redepente, el que –en tono de humor negro– relata el velorio de Don Pascual, el zapatero del barrio.
Convencerla a la Marshall de incursionar en el café concert no fue fácil, tenía miedo de que no funcionara. Sin embargo, el éxito la acompañó nuevamente: alcanzó más de 1.500 funciones y le permitió llevar a escena todos sus personajes. Además, grabó un especial para televisión en Canal 13 y un disco para la compañía CBS.
En 1980 filmó su última película, ¡Qué linda es mi familia!, junto a Luis Sandrini, dirigida por Palito Ortega. Para esa época comenzó a pensar en el retiro. Hizo algunas apariciones en televisión, pero en 1988 decidió abandonar la actuación. “No quiero asistir a mi propio funeral”, decía.
A 25 años de su muerte, Niní es recordada como la humorista más popular de la Argentina. Cuando cumplió 90 años, tal vez presintiendo la inevitable despedida, expresó un deseo: “Mi vida no es más que la de una señora de su casa que se hizo la tal graciosa. Así quiero que me sientan y así quiero que me recuerden”.