En 1978, el joven pianista de jazz y música clásica Pablo Ziegler recibió una oferta que no podía rechazar. Alberto Cortez lo convocaba para ser director musical en España, por una paga sustancialmente mayor a la que podía ganar en la Argentina. Pero a los pocos días se enteró de que Piazzolla estaba por llegar desde Francia en un barco carguero en busca de músicos para armar un nuevo quinteto, y lo quería a él frente al teclado. “Llegué a la reunión con Astor y le dije: ‘No entiendo por qué me llamaste, yo no toco tango’. ‘Por eso te llamo’, me contestó. Después entendí: el tipo siempre estaba buscando el cambio”, recuerda el pianista en conversación con Caras y Caretas, cuarenta años después, desde Nueva York, en donde vive desde hace más de veinte.
“La plata que me ofrecía Piazzolla era veinte veces menos que la que me habían ofrecido en España. Pero le dije que sí”, cuenta. Aquel fue el inicio de un quinteto que tocó durante once años –hasta que el bandoneonista sufrió un ataque cardíaco– conformado por Ziegler en piano, Fernando Suárez Paz en violín, Oscar López Ruiz en guitarra y Héctor Console en el bajo. Fue una inyección de aire fresco tanto para Piazzolla como para los músicos, que fusionaron el tango con el jazz y le dieron rienda suelta a la improvisación, terreno en el que Ziegler pisaba firme: “Me acuerdo de que Astor me tiraba una frase y yo se la contestaba, él se reía y empezábamos a jugar con eso. Así empezó él a improvisar, desde su lugar”, agrega el pianista de 76 años, que en 2018 ganó el Grammy en la categoría de Jazz Latino por su álbum Jazz Tango.
–¿Cómo fue aquel primer encuentro con Piazzolla?
–En la entrevista, Piazzolla me dio una partitura de una cadencia que había escrito. Le dije: “Hay un tema tuyo que me gusta mucho y hay una cadencia de piano que yo la toco”. Toqué la cadencia, se dio vuelta y me pasó una pila de carpetas que tenía detrás de sí. “Tomá, en veinte días empezamos los ensayos”, me dijo. Me acuerdo de que cuando llegué a mi casa y empecé a mirar las partes, le dije a mi mujer de entonces: “Este tipo está loco, me dio para aprenderme como tres o cuatro piano conciertos en veinte días”. Así que esos días le metí, llegaron los ensayos y quedamos todos muy contentos. Astor me decía: “Vos dale, hacé la tuya”. Yo miraba las partituras de él y estaban preciosamente escritas, pero él me decía: “Tocás eso o improvisás atrás”. Y así fue lo que hice. Ese quinteto empezó a tener una impronta hasta más jazzística, si se quiere. Era música escrita muy a la clásica, porque Piazzolla era un compositor clásico, no era un compositor tanguero. Muchos años después de su muerte, me dieron para corregir muchísima música de él. Siempre que veo cómo está escrita su música me parece maravilloso, escribe conciertos clásicos. El quinteto era así, parecía un string quintet.
–Cuando empezó a tocar en el quinteto era un músico muy preparado, con muchas herramientas. ¿Cómo lo transformó tocar con Piazzolla?
–Yo era un músico formado para hacer arreglos clásicos y arreglos de jazz. Había hecho arreglos para jazz band, arreglaba de todo. Pero Astor me puso en la cabeza la música de mi país. Me dijo: “Mandate con la música tuya, con tus recuerdos”. En ese momento apagué la radio y empecé a escuchar la radio interna. Más adelante, empecé a escribir mi propia música, pero con una impronta de Buenos Aires muy marcada. Por supuesto, con mucha influencia de Piazzolla al principio; después fui despegando hacia otros lugares, combinando mis experiencias también en el mundo del jazz, con la mía y de Astor, y también con otras expresiones que me gustaban.
–¿Cómo se combinaban en Piazzolla la influencia del jazz y del tango?
–Él tenía muchas influencias jazzísticas, porque él cuando era chico, y después de adolescente, vivió en Nueva York. Era un tipo formado en Nueva York. Siempre me contaba que iba a los clubes de jazz a escuchar desde la puerta –no lo dejaban entrar porque era chico–, por ejemplo, a Cab Calloway. Iba a escuchar a esos tipos, tenía esa influencia, seguía más a la música de jazz. Los tangueros estaban todos peleados con él, además. Él empezó a estudiar piano con Bela Wilda, que era húngaro, acá en Nueva York. Le cambiaba los ravioles de la madre por las lecciones de piano. Fue el padre, a quien le gustaba mucho el tango, el que le regaló un bandoneón chico, de estudio.
–¿Y con la improvisación cómo se llevaba?
–Él decía que no improvisaba, pero la manera en que tocaba su música… Si ves las partituras de su bandoneón, eran una cosa muy simple, pero las reelaboraba mientras tocaba. Nosotros, además, lo incentivábamos: yo improvisaba y Oscar López Ruiz también me apoyaba. Lo estábamos empujando a Astor, y él finalmente improvisaba. Si escuchás “Tristeza de un doble A” en el festival de Montreal, el tema dura como veinte minutos y originalmente era de cinco. Empezó a durar veinte por las improvisaciones que se armaban, especialmente entre el grupo, fundamentalmente entre Piazzolla y yo. Me acuerdo de que él me tiraba una frase y yo se la contestaba, él se reía y empezábamos a jugar con eso. Así empezó él a improvisar, desde su lugar.
–Era un proceso en el que ustedes crecían muchísimo, pero él también se iba transformando.
–Claro, fue una transformación mutua. Él hacía lo que hacía Miles Davis: trataba de tener músicos jóvenes que pudieran aportar algo nuevo. En uno de los festivales de jazz en Montreux abrió Miles Davis y cerramos nosotros. Ahí lo conocí a Miles, me quería morir. ¡Con quién estamos! Miles tocaba tres, cuatro frases, y se iba del escenario, dejaba a la banda tocar. Y qué banda, porque también esos tipos lo estaban influenciando muchísimo a Miles. En ese sentido, Miles y Astor eran iguales: estaban en la búsqueda constante. Un músico debe hacer eso.
–¿Cómo lleva hoy el legado de Piazzolla? –Hace veinte años que estoy en Nueva York y eso tiene mucho que ver con haber tocado con él. No me equivoqué en la elección entre Alberto Cortez y Piazzolla. Uno de los programas que inventó hace un tiempo mi productor estadounidense se llamaba Tango Meets Jazz, o sea, el tango se reúne con el jazz. Estuve diez años tocando jazz standard, varias veces en Blue Note, seis años en Birdland [Jazz Club], siempre con los mejores músicos invitados: Paquito [D’Rivera], Gary Burton, Branford Marsalis, Regina Carter. Tocábamos un programa que yo armaba, con mi música y/o la de Astor, en donde había espacios de improvisación. Eso fue fantástico y me abrió muchísimas puertas. En 2018 llegué a ganar el Grammy en el rubro Jazz Latino. Por primera vez nuestra música pudo entrar en un rango donde nunca fue considerada, como es el jazz latino. Me sentí muy contento en lo personal, obviamente, pero principalmente por nuestro país.