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Caras y Caretas

           

“PIAZZOLLA DESARROLLÓ UNA ESTÉTICA ÚNICA”

Considerado por la crítica el “máximo exponente de la música de Astor Piazzolla”, el compositor, arreglador y eximio bandoneonista Daniel Binelli conoció al marplatense cuando era un niño y entabló con él una relación que fue clave para su formación. Años más tarde, integró su último sexteto.

Reconocido en el mundo entero como un gran compositor, arreglador y maestro del bandoneón, Daniel Binelli se presentará en el Teatro Colón el 12 de marzo para celebrar el centenario de Piazzolla. “Tocaré el mismo concierto que tocó él en 1983, con el mismo director, Pedro Ignacio Calderón”, dice desde su casa de Valencia. Y si bien reniega del rótulo de “máximo exponente de la música de Astor Piazzolla”, como suele llamarlo la crítica, se siente muy orgulloso de tocar su música y de que lo convoquen para interpretarla.

Admirador de Piazzolla de toda la vida, Binelli toca el bandoneón desde los nueve años. Su extensa vida profesional comenzó a los 23, cuando entró en la orquesta de Osvaldo Pugliese, y siguió con grandes giras internacionales. En 1989 formó parte del New Tango Sextet de Astor Piazzolla, pero estuvo cerca del maestro desde que lo conoció, a los 16, gracias a un concurso de televisión.

“En casa mirábamos Nace una estrella, un programa de TV que salía los sábados. Mi padre me llevó a Canal 13 a hacer la prueba. El director musical, Oscar Sabino, quedó asombrado de cómo tocaba el bandoneón y me convocó. Gané el concurso y me dieron muchas audiciones. Y en el último programa, Sabino lo llamó a Piazzolla para que me escuchara. Piazzolla le dijo: ‘¡A este muchacho hay que cortarle los dedos! Dale mi dirección y que me venga a visitar’. Fui a su casa, fue un encuentro muy lindo. Yo sabía todo de Piazzolla, y le dije: ‘Bueno, ahora que usted tiene el Quinteto medio descuidado podría tocar yo en su grupo’. No tenía ningún complejo para hablar con semejante personaje. Él me respondió que tenía el grupo desarmado y que estudiara composición con Alberto Ginastera, pero yo no estaba en condiciones de pagarle a Ginastera, yo era un pibe de Quilmes y mi padre me mantenía con su taller mecánico. A partir de ese primer encuentro, tuvimos una larga relación, yo lo iba a visitar cada vez que él volvía de Europa y él me traía casetes de lo que había grabado. Me quería mucho”.

–En los 60, mientras comenzaba el auge del rock, los viejos tangueros vapuleaban a Piazzolla, decían que lo que hacía no era tango.

–El vapuleo no venía por su música, sino porque el ritmo del tango en la danza está signado por las orquestas que se impusieron en los años 40, con Troilo, el mismo Pugliese, hasta llegar a Salgán. El tango tiene códigos muy precisos, el bailarín que va a la milonga necesita escuchar el ritmo, si no, no lo puede bailar, y la música de Piazzolla tiene otro tipo de condimento, por eso los viejos tangueros no comulgaban con él. “Me está rompiendo el tango, me lo está cambiando”, decían. No cambió nada el tango. Piazzolla es más tanguero que todos, con una perspectiva más moderna. Cuando pasó al otro lado, ya no pensó en el baile, eso lo pensaron luego los coreógrafos modernos.

–¿Cómo llegó a tocar con Piazzolla?

–Después de que me fui de la orquesta de Pugliese estuve diez años en la Orquesta del Tango de Buenos Aires. En 1989 me convocó para tocar en su New Tango Sextet. Hicimos una gira monstruosa por todo Brasil con músicos extraordinarios, como Gerardo Gandini en piano, José Bragato en violonchelo, Horacio Malvicino en guitarra, el bajista Héctor Console y Piazzolla y yo en la línea de bandoneones. Luego fuimos a Europa, estuvimos casi todo ese año de gira. Yo estaba a su lado sosteniendo la parte armónica y contrapuntística.

–No habrá sido sencillo tocar a su lado su mismo instrumento.

–Él parecía Charlie Parker tocando el bandoneón, un solista de jazz; era tremendo lo que hacía. Yo tenía que estar al pie del cañón en todo sentido, para tomar todo lo que él hacía y todo lo que se le ocurriera, porque no tocaba siempre igual, porque si no se aburría.

–¿Qué sentimientos le despertaba tocar con Astor?

–Tremendos. En Brasil, en el escenario, le gritaba “¡sangre!” cuando estábamos a todo vapor, y eso se popularizó. Los artículos periodísticos decían: “Binelli le grita ¡sangue! al maestro, los dos están enfervorizados”. Con él, la vida no era la de un músico complaciente que se sienta con el atril a tocar y se terminó, la actitud creativa estaba impregnada permanentemente arriba y abajo del escenario. A Gandini lo ponía todos los días a prueba, le decía: “Tocame el solo de piano al estilo Stravinski”. Esas cosas no pasan en cualquier grupo, ahí se respiraba siempre un aroma de creatividad.

–Tenía pinta de bravo.

–¡Era bravo! Un hombre cuyo deporte es cazar tiburones muy tranquilito no es. Piazzolla tenía un humor muy especial, muy negro a veces. Cuando llegamos a Alemania con el Sexteto, a las 10 de la mañana se fue a comprar unos elementos de defensa porque en París le habían robado. Volvió con un espray para los ojos y un talero, esos que dan corriente que usan los policías, y nos empezó a correr con el talero por todo el escenario. Le gustaba bromear. En Glasgow, nos avisan que el maestro nos convocaba a las 16.45 en la puerta del hotel porque teníamos que ir a comprarnos ropa. No entendíamos nada, ya teníamos camisa y pantalón negro para el concierto. Nos llevó a una tienda de ropa escocesa y nos compramos polleras kilt y el atuendo completo. Nos sacamos una foto vestidos así que recorrió el mundo entero. Después dijo: “Bueno, listo, se acabó la joda, vamos a trabajar”.

–¿La música de Piazzolla es un género en sí mismo?

–Pienso que sí. La cantidad y la calidad de sus composiciones sirven para trabajar exclusivamente en su música, por la información que tienen. Su disciplina y su dignidad fueron un ejemplo para la juventud. Hay jóvenes muy estudiosos gracias a él. Ese hombre, sin estar empleado en un conservatorio, le enseñó a tocar a todo el mundo, mostró la responsabilidad que hay que tener con un instrumento en la mano, y eso es incomparable. Dio un vuelco absolutamente nuevo a todo. Piazzolla tenía la capacidad de enseñar mostrando la música que componía, no es que enseñaba a poner una notita al lado de la otra. Tuvo la inmensa capacidad de unir todas las disciplinas: el jazz, la música clásica, la contemporánea… Y cambió el tango. Es un capo total en todo sentido. La prueba está en que después de treinta años de muerto es absolutamente actual. Cómo toca él el bandoneón es muy difícil de superar. Se puede tocar con mayor virtuosismo, pero no como lo hacía él. En la composición, enseñó a la gente que escribe música el concepto de lo que es bello. Él armonizaba perfecto, abrió un panorama muy difícil de superar. Desarrolló una estética única, made in Piazzolla. Y eso es un orgullo para la Argentina, no jodamos con eso: tener un músico que plantó una bandera que sale de un país del sur es insuperable. Piazzolla fue y es la luz. Iluminó e ilumina a un montón de gente. Piazzolla está vivo.

Escrito por
Virginia Poblet
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