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Caras y Caretas

           

“Los mejores momentos de una entrevista suelen ser hijos de un silencio bien puesto”

Dialogamos con la periodista Ana Cacopardo que conduce “Historias debidas” un ciclo de entrevistas que nos permite ahondar en aquel género.

Ana Cacopardo inclina su cuerpo hacia adelante. Estira el brazo y ofrenda la mano a su entrevistada que, segundos después, le entrega la suya. Ambas mujeres permanecen sentadas, una frente a la otra, en dos sillones, separadas por una mesa ratona y más de tres metros. Ana Cacopardo aprieta –ese gesto contundente de los dedos que reafirma la complicidad en una misma lucha- y dice “Gracias, Adriana Guzmán”.  Así concluye uno de los cuatro capítulos de Historias debidas, que Cacopardo pudo producir y filmar para el Canal Encuentro junto con su equipo durante el año de pandemia.

            Ese gesto final propone un tiempo subjetivo que en la televisión de hoy es impensable. Lo que habla es la pausa. Lo que entona es el sostenimiento de las miradas. Y entonces, cuando aparece, la palabra arde y ratifica. Se impone de otro modo. Surca otro camino, uno confiable en el que ya no se desperdicia.

Ana Cacopardo es acaso la entrevistadora más lúcida y delicada de la televisión argentina. Mientras el periodismo general y masivo avanza hacia su propia ciénaga, ella roza la profundidad en las alturas. No sólo por la calidad de sus entrevistadas y entrevistados, sino por el modo en el que mira y sostiene. El rostro me pide y me ordena, interpela el filósofo Emmanuel Levinas. “Desde el momento en que el otro me mira, yo soy responsable de él (…); su responsabilidad me incumbe.” Esta dimensión que es ética, y por ende filosófica, ilumina cada una de las tantísimas entrevistas que ha realizado esta periodista, nacida en Necochea en 1965 y formada en la Universidad de La Plata, en Historias debidas, programa que ya lleva, desde sus inicios, cerca de 20 años.

-La entrevista es un género que obliga a considerar al otro tanto desde su intimidad y singularidad como desde su portación cultural. Esto exige una preparación formativa e informativa que no debería evidenciarse groseramente en la voz del periodista, pero sí emerger en el tratamiento y resultado final, que es lo que le llegará al lector, oyente o espectador, dependiendo del tipo de medio. ¿Existe otro modo de entrevistar que no sea en una dimensión antropológica?

-Yo creo que hay distintas formas de pensar el periodismo, de pararse en el ejercicio de esta profesión, de este hermoso oficio. Y diría que hay distintos tipos de entrevistas, algunas que son de carácter más informativas, y con otro tipo de formatos. Pero hay algo que debe estar presente siempre y que es la exigencia de profesionalismo, de respeto, de rigor. Una exigencia que yo le plantearía a quienes se estén formando. Me parece que el rigor profesional tiene que ver con preguntarnos por qué y para qué hacemos lo que hacemos, qué valor tiene la palabra que ponemos en el espacio público. Lo que hacemos en “Historias debidas” sería impensable en un medio donde impere la lógica del rating, por eso nosotros hemos hecho nuestra trayectoria en la pantalla de la tv pública y del Canal Encuentro. Y nosotros ahí celebramos un silencio. Sostener cincuenta segundos de silencio en la pantalla. No un bache: un rostro que dice, que cuenta en silencio. Exploramos otras narrativas y otras agendas. Creo que estamos en un momento donde hay jóvenes y colegas que buscan esos caminos. Construir una ética en el trabajo periodístico implica hacerse estas preguntas: por qué, para qué, cómo nos vinculamos con los hechos, con los personajes. Hay una concepción profundamente política en lo que hacemos, y digo hacemos porque, aunque yo sea la cara visible, funcionamos como equipo. Me interesa pensar que nuestros programas son una herramienta transformadora, una herramienta que tiene la capacidad de interpelar a ese Otro, nuestro entrevistado o entrevistada, aun cuando piensa muy distinto de nosotros.

-“Me interesa no solamente la realidad que nos rodea, sino también la que está en nuestro interior. Lo que más me interesa no es el suceso en sí, sino el suceso de los sentimientos. Digamos, el alma de los sucesos. Para mí, los sentimientos son la realidad”. Este texto de la periodista bielorrusa Svetlana Alexievich podría salir de tu boca. ¿El trabajo con las propias emociones para ingresar en las emociones ajenas forma parte del proceso de preparación de la entrevista?

-Hay un proceso de diálogo y de encuentro que es muy previo a que se encienda la cámara y que resulta clave. Porque es la brújula para la entrevista. Y una brújula ética, porque si trabajás con una persona que fue víctima de violencias de Estado, por ejemplo, también será una brújula para saber hasta dónde hay que poner en palabras y hasta dónde no, hasta dónde indagar y hasta dónde no. Si alguien me alerta diciéndome que de ciertas cosas no quiere hablar, pues cómo no respetar. Se pone en juego el tema de nuestro posicionamiento frente al otro. Y cuando en particular hablamos de entrevistas con personas con las que podemos establecer un vínculo empático, es decir que podemos establecer algo del orden de la identificación, eso no significa dejar en punto ciego el propio lugar. Una cosa es el vínculo empático y otra fundirse con el otro, porque si eso sucede estamos perdidos. Situar el propio rol, el propio lugar en una entrevista significa darte cuenta cuándo dar un golpe de timón, cuándo profundizar, cuándo callar, o apagar la cámara o el grabador y abrazar al otro. Claro que hay un compromiso emocional. Estoy hablando de entrevistas que en nuestro caso se definen en el campo de las agendas de derechos humanos, de los feminismos, de los géneros, donde laburamos zonas sensibles, todo eso implica tener muy claro el propio lugar. Y aplicar esa sensibilidad de la escucha que te permite callar en el momento oportuno. Muchas veces, los mejores momentos que a veces puedo relevar del trabajo que hemos hecho son hijos de un silencio bien puesto, y no de una pregunta.

Entrevistando a Rita Segato.

-Este último tramo de Historias debidas, que incluye la entrevista a la activista boliviana Adriana Guzmán, integrante del Feminismo Comunitario Antipatriarcal, propone un formato en el que aparece más deliberadamente el diálogo entre su subjetividad y un contexto que sostiene y convoca a esa subjetividad.

-Así es. Analizando la propia trayectoria, veo que en los primeros años del ciclo trabajé la entrevista de personaje que indagaba en su biografía, lo que no quiere decir que no tuviera en cuenta el universo colectivo, ya que siempre es vital. Pero en mi búsqueda de los últimos años, los personajes que hemos elegido, las personas, los, las, les activistas son la ventana a una construcción colectiva, a una experiencia política sobre la que nos importa pensar y hablar, entonces el formato de “Historias debidas” propone en estos últimos años dos canales narrativos: uno que trabaja un lenguaje más documental, más observacional y otro que es el de la indagación en la trayectoria biográfica de la subjetividad del personaje, de sus experiencias. Ambos canales dialogan, se entrecruzan generando un equilibrio entre la entrevista de fondo y el registro documental, que es indispensable para situar un territorio y contarlo.

-Tanto en el caso de Adriana Guzmán como en el de Deolinda Carrizo, férrea activista del Movimiento campesino de Santiago del Estero (Mocase), los territorios y otros testimonios que acompañan y narran esos territorios, fortalecen las historias de las entrevistadas. Cómo trabajás para construir ese segundo relato, el que muestra el entorno acompañado además de una voz en off, que es la tuya, y de una mirada que se involucra y arriesga una lectura, una interpretación.

 -Es una búsqueda que empecé a hacer esta temporada porque sentía que había algo que quedaba afuera, cosas que pasaban en el fuera de escena que me parecían relevantes y que tenía que compartirlas con el espectador, y que eran claramente impresiones personales, mi propia subjetividad. Y en la última temporada, los relatos en off los trabajé de otro modo, incluyendo estas impresiones personales. Por ejemplo, el capítulo que hicimos en Bolivia donde la voz que articula es la de Adriana Guzmán, resultó muy complejo porque dimos cuenta de las masacres perpetradas en el marco del golpe de estado donde trabajamos con víctimas que no habían ni siquiera encontrado escucha antes. Estaban con la herida abierta, era imperioso para estas personas hacer la denuncia internacional de lo que había sucedido. Fue muy difícil. Muy difícil. Encendíamos la cámara y sentíamos que teníamos que apagarla frente al dolor de las víctimas. Todo el tiempo fue un dilema. Y todo el tiempo nos encontramos haciendo también el ejercicio de abrazar y de ayudar a armar el relato. Y también nos encontramos con el límite de que nosotros no hablamos aymara, no hablamos quechua, y había que contar esta experiencia límite en una lengua que no es la lengua madre. Entonces, una de las cosas que más me gustó como una nueva búsqueda es que mi voz empezó a tener este giro subjetivo para compartir con el espectador estas dimensiones que son relevantes.

Junto a Paulina Garrido, una dirigente indígena de México.

-La entrevista a Mariana Dopazo, la ex hija del genocida Miguel Etchecolatz e integrante del colectivo hijos desobedientes, tiene una potencia desoladora. Cómo te resultó esta experiencia teniendo en cuenta que vos, además de trabajar en el área de memoria y derechos humanos como docente universitaria y como investigadora en CLACSO, codirigiste en 2006 junto a Ingrid Jaschek “Un claro día de justicia”, el documental que releva el juicio de lesa humanidad, en el que condenan a cadena perpetua a Etchecolatz.

-Fue un impacto estar sentada con Mariana viendo el álbum de fotos de su infancia, viendo a Etchecolatz. Qué hago yo viendo estas fotos después de haber estado grabando durante seis meses el juicio y escuchando a las víctimas. Y esto que a mí me pasaba lo compartí con Mariana. Qué sentido tiene esto, qué buscamos acá. Y lo conversamos. Acá estamos buscando las pistas de una desobediencia. Cómo, dónde se construyó la desobediencia de una niña que se crio en la endogamia de la familia policial. Había que contar esa socialización endogámica de la familia policial para poder medir la magnitud de la desobediencia. Y tuvo un sentido. Pero esto lo compartimos con el espectador en un relato. Antes, en otra etapa, no lo incorporaba.

Escrito por
María Malusardi
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