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Caras y Caretas

           

“LA AUTORREGULACIÓN DE LAS EMPRESAS NO ALCANZA”

El experto en comunicación Daniel Rosso trata de encontrar respuestas y formas de combatir los discursos de odio en las redes sociales.

Un dilema central en las redes sociales es la instalación de un discurso de odio que, muchas veces montado en fake news, termina generando reacciones de violencia. Daniel Rosso, sociólogo, docente y ex subsecretario de Medios de la Nación, especialista en comunicación, nos ayuda a pensar ese fenómeno.

–¿Por qué cree que se produce la reacción de la derecha política, ideológica y mediática tras la creación del Observatorio Nodio?

–En primer lugar, hay una cuestión puntual, que es la relación entre transformación y conflicto. Cualquier iniciativa que instale un mínimo nivel de transformación produce una reacción en términos de conflicto cien veces mayor. Es una táctica de magnificación de la reacción que sucede para que cualquier iniciativa de cambio tenga el costo más alto posible. Esa relación absolutamente desequilibrada entre iniciativas de cambio y el conflicto que les responde tiene un carácter disciplinante. Entonces, ¿cuál sería la situación ideal para los sectores que se oponen a Nodio? Una en la que se impulsara un cambio cero y donde también haya un conflicto cero, es decir, una situación de discurso único. Si tenés un único discurso, obviamente el de los factores de poder, hay cero cambio y cero conflicto. A esto hay que sumarle que los grandes medios hoy sustituyen las cadenas argumentales por un eslabonamiento de metonimias. La metonimia es una operación retórica en la que nombramos una cosa con el nombre de otra. Por ejemplo, la unidad amplia y diversa del Frente de Todos es nombrada como “kirchnerismo”; el kirchnerismo es nombrado como “La Cámpora”, y La Cámpora es nombrada como “el chavismo”. El deslizamiento por esta cadena lingüística genera un sentido final a través del contacto de sus extremos. Entonces, pasado por esta cadena, el Frente de Todos es igual al chavismo. Por eso, las operaciones realizadas por estos sectores y los medios que les son afines se manifiestan en el lenguaje como si fueran máquinas de captura. Toman identidades, las simplifican, las estigmatizan y las destituyen. Así, una parte de la ciudadanía digital circula por esta cadena, abandona cualquier procedimiento argumental y se genera un proceso de degradación de las identidades “enemigas”. El “otro” está destituido antes de que pueda hablar. Es una destitución enunciativa.

–Desde la Organización de las Naciones Unidas sugieren la intervención estatal para mitigar los discursos de odio. ¿Cuál cree que debe ser el rol del Estado con estos dispositivos?

–Hay una sensibilidad tan alta con la injerencia del Estado que la reacción es “hay libertad en la medida en que no intervenga el Estado”. Eso es una matriz del siglo XIX, cuando se protegía a los ciudadanos de un poder absolutista. Hoy el poder no está sólo en los Estados, incluso estos lo han perdido muchísimo. El poder está también en las grandes plataformas y empresas transnacionales. Uno se pregunta si el individuo necesita ser sólo protegido del Estado o también de todos esos otros dispositivos de poder. En el caso de la Defensoría del Público, una institución de origen parlamentario que depende no sólo del Ejecutivo sino del conjunto de las fuerzas que están en el Parlamento, se plantea que hay que observar y darle instrumentos a la ciudadanía para que se pueda defender de esos otros poderes. Lo que plantea Nodio es la creación de un organismo para ver cómo se dota al ciudadano para que tenga una “alfabetización mediática”. Y lo que sucedió, en definitiva, es que los sectores que lo cuestionaron pusieron la discusión de los discursos de odio en un lugar absolutamente marginal, a tal punto que uno se pregunta si eso no ocurre porque efectivamente parte de esos sectores son expresión de los discursos de odio.

–Plataformas como Facebook y Twitter comenzaron a utilizar medidas para luchar contra el odio y las noticias falsas. ¿Es bueno que las plataformas se regulen por sí solas?

–Hay una discusión acerca de los discursos de odio que plantea que estas plataformas tienen capacidad de autorregulación y entonces hay que dejarlas libradas a su lógica de autorregulación. Es una idea compleja porque si la llevás al extremo no serían necesarios el Estado ni la política. Si cada esfera de la sociedad se autorregulara no necesitarías de un orden externo. No funciona así, para eso hay un Estado, hay elecciones, representación de la sociedad en órganos que la expresan. Los discursos de odio se están convirtiendo en un problema mundial. Hay una sustitución de las cadenas argumentales por estas cadenas metonímicas en donde la emocionalidad está utilizada en términos de construcción de estigmas, para formar ese “menos uno” que hay que excluir de la democracia. En eso las derechas mundiales están muy activas.

–¿Cómo se trazan los límites a la libertad de expresión en este contexto?

–El neoliberalismo no tiene límites, si se lo deja librado a su lógica siempre va hacia un extremo. Es un dispositivo que siempre tiende a extremarse, incluso en los discursos. El único modo para defender los intereses de la sociedad ante el neoliberalismo es presentarle un contrapoder. Hay dos elementos que determinan el discurso de la modernidad: uno es la adecuación del discurso al objeto que describe; el otro es la coherencia interna, es decir, lo que decís en A no lo podés contradecir en B y en C. Las fake news y los discursos de odio rompen esos dos componentes, no tienen ni adecuación externa ni coherencia interna, y por lo tanto ahí se puede decir cualquier cosa. Tiene que haber algún tipo de control democrático, no del Estado, si se quiere, pero sí control de dispositivos complejos donde estén los parlamentos, las organizaciones de la sociedad civil y el sistema universitario. La sociedad no puede estar inerte ante esa lógica sin exterior que siempre tiende a extremarse. Lo que impide que esa lógica sin límite tenga un límite es algo exterior a esa lógica.

Escrito por
Juan Piterman
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