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Caras y Caretas

           

“HAY OTRAS MANERAS DE PENSAR LA APROPIACIÓN DE TECNOLOGÍAS”

Docente e investigadora, Mariela Baladron trabaja sobre redes comunitarias, proyectos colectivos que se organizan en poblaciones rurales o barrios vulnerables para conseguir el acceso a internet y administrar el servicio.

¿Todo el mundo está conectado a internet? No. Hay en el planeta unas tres mil millones de personas que no tienen acceso y representan un 41 por ciento de la población mundial, según los últimos datos de la Unión Internacional de Telecomunicaciones (UIT) de la ONU. En la Argentina, en tanto, según Enacom, hay cinco millones de hogares sin internet, de los cuales tres millones no pueden pagarlo y al resto ni siquiera les llega el servicio. La explicación de esta realidad es sencilla: internet es un servicio básico, pero las prestadoras son empresas guiadas por la lógica del lucro; en donde no hay negocio, no llevan el servicio.

Frente a esto, la respuesta muchas veces llega desde abajo con las denominadas “redes comunitarias”, proyectos colectivos que se organizan en poblaciones rurales o barrios vulnerables para conseguir el acceso y administrar el servicio. En la Argentina existen varios proyectos de este tipo –como AlterMundi, en Córdoba, o Atalaya Sur, en la Villa 20 de la ciudad de Buenos Aires, entre otros–, y son el tema de investigación de Mariela Baladron, docente e investigadora en el Instituto de Estudios de América Latina y el Caribe (Iealc- UBA) y magíster en Industrias Culturales: políticas y gestión. En conversación con Caras y Caretas, Baladron sostuvo que estas redes “no sólo resuelven la problemática del derecho a tener acceso a internet, sino que también es una apuesta política de generar preguntas sobre por qué no llega el servicio a esos lugares, quiénes son los prestadores y por qué cobran lo que cobran. Es una apuesta a la organización y a lo colectivo que nos enseña que hay otras maneras de pensar la apropiación de tecnologías”.

–¿Qué son y cómo surgieron las redes comunitarias?

–Son redes que construye una comunidad, que se hace cargo de forma colectiva de la infraestructura y de la administración de la red. En general, surgen en zonas en donde no llega la cobertura a través de un prestador privado o del Estado, o bien los prestadores que hay tienen servicios muy caros, como sucede en las zonas en donde sólo llegan servicios satelitales. Estas comunidades se organizan y consiguen algún financiamiento o juntan el dinero para comprar los equipos. Generalmente, son conexiones inalámbricas: tienen que poner algunos routers y conseguir interconectarse con otra red para tener acceso a internet abierta. Este tipo de redes tiene antecedentes en un fenómeno anterior que se llamaba “redes libres”, que eran pruebas tecnológicas que hacían colectivos como respuesta filosófica y política a la privatización de internet. Con el correr de los años, este germen empezó a reconfigurarse y la mayoría de las redes comunitarias están hoy en zonas alejadas de centros urbanos o en zonas en donde no hay prestadores, como ocurre en los barrios populares. Actualmente, hay redes comunitarias funcionando en Villa 20, en Córdoba, en San Salvador de Jujuy y en otras zonas no céntricas de Jujuy.

–Al tratarse de comunidades que se ocupan de garantizar su propia conexión, ¿hay una mayor soberanía en relación con el uso de la tecnología?

–Hay algo de base que diferencia a las redes comunitarias de otro tipo de redes: las personas que las utilizan tienen nociones básicas de cómo funciona internet, que no las tiene casi ningún usuario que paga por un servicio como cliente. Esto ocurre por las propias circunstancias de cómo surge esa red, que hace que exista una participación colectiva en la parte técnica del desarrollo y también de su gestión. Este conocimiento sobre el funcionamiento permite cuestionar un poco cómo es el servicio de internet en general, cómo está organizado, qué lógica tiene. Abre una serie de preguntas de por sí. En el caso de AlterMundi, una organización que tiene base en La Quintana (pueblo serrano de Córdoba en el que funciona la red QuintanaLibre), que promueve redes comunitarias, ellos han desarrollado el LibreRouter, un hardware libre que utiliza software libre y que es específico para las necesidades de ese tipo de redes. En ese caso, ya hay una organización que piensa y desarrolla la tecnología específicamente sobre la base de ese modelo.

–¿Existe otro tipo de usos y apropiaciones de internet por parte de los usuarios de estas redes?

–Los usos de las redes dependen de la organización social, de qué interés en común existe, de los problemas que el barrio o la comunidad atraviesa. Hay varios ejemplos interesantes. En Córdoba, por ejemplo, utilizaron el intercambio que tenían armado en torno a la red para organizarse y rechazar el intento de poner una cantera para la explotación minera. Aparece ese tipo de cuestiones que no siempre tienen que ver con la red comunitaria, sino más que nada con la organización social y con los lazos comunitarios que se crearon en torno a resolver colectivamente el problema del acceso a internet. En general, son pueblos y barrios que tienen un montón de problemas más allá de la falta de conexión, y entonces las redes son disparadoras para resolver estas otras cuestiones y para promover usos de las tecnologías pensando en esas problemáticas.

–Más allá de la conexión, ¿se desarrollan plataformas para atender los distintos problemas de las comunidades?

–Sí, pero depende mucho de las posibilidades de cada organización y de los vínculos que van desarrollando. Dentro de las organizaciones que promueven las redes comunitarias hay mucha gente que viene del software libre, que puede dar soportes o vínculos para que esto se pueda ir generando. Cada vez hay más aplicaciones de software libre que están disponibles, hay un mundo de posibilidades en eso. Por ejemplo, la Red Social Chaski, en La Quiaca; además de armar la red, pusieron un servidor con contenidos educativos para los chicos y otros contenidos que necesitaba la comunidad, como una red social basada en software libre para comunicarse entre los integrantes. Todo el tiempo aparece este tipo de propuestas o soluciones.

–¿Es posible pensar en una expansión de las redes comunitarias?

–Es interesante pensarlo, es otro modelo. No hay una razón, más allá de la política o económica, para que estén circunscritas solamente a zonas rurales o villas. Pero no sería tan sencillo de llevarlo a cabo quizá porque son proyectos que se basan en la organización social. Primero tiene que haber organización, personas dispuestas a participar, a involucrarse. Por otro lado, es muy difícil que puedan crecer si no hay políticas públicas que las incentiven. Hay barreras de entrada a esos mercados que tienen que ver con el capital inicial. En este sentido, sería interesante, por ejemplo, que Arsat brindara el servicio de interconexión, lo que es el servicio mayorista. Sería un modelo virtuoso porque se aprovecharía la red de Arsat para poder llegar a lugares a los que no se llega.

Escrito por
Juan Funes
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