La historia de los tres premios nobeles argentinos relacionados con la medicina –Bernardo Houssay en 1947, Luis Leloir en 1970 y César Milstein en 1984– es una marca de época en la cultura científica local del siglo XX. Una incógnita historiográfica formidable. El tema recuerda a otros invocados para subrayar la especificidad cultural y política argentina: la fuerte presencia de una clase media urbana, el peronismo, la Ley de Educación Pública 1.420 y el alto grado de alfabetismo, los estudios superiores gratuitos desde 1949, la conquista de derechos laborales. Los nobeles son, a la ciencia argentina y latinoamericana, una situación llamativa, ya que desde 1901 los países a la vanguardia del premio en Medicina y Fisiología son los EE.UU. (96), el Reino Unido (30), Alemania (16), Francia (10) e Italia (3), paradójicamente, quienes aportaron la primera ola de contagios y decesos en Occidente durante la presente pandemia.
Desde una historiografía respetuosa de la dimensión nacional e interna de la historia de la ciencia, los nobeles son cristalización de una brillante y exitosa tradición local de investigaciones biomédicas y químicas. La narrativa estándar de sus biografías científicas no deja de subrayar esos dos adjetivos. Es importante señalar que esas historias son prolíficas en datos que nos hablan de su genialidad, dedicación, visión científica, coherencia y compromiso experimental. Houssay y Leloir recibieron su premio luego de cuatro décadas de dura militancia en los laboratorios locales e internacionales. Houssay, por el estudio de la generación de glucosa en la adenohipófisis; Leloir, por su aporte al estudio de los nucleótidos del azúcar y su papel en los hidratos de carbono. Milstein fue galardonado por su estudio en el área de la inmunología, especialmente de los anticuerpos monoclonales. Su trayectoria de investigación se realizó en Inglaterra, luego de doctorarse en Química en la Facultad de Exactas, con Andrés Stoppani, miembro del grupo de Houssay.
HÉROES CIENTÍFICOS
Los relatos sobre sus vidas muestran tres héroes científicos. Sus historias son, en muchos sentidos, sinónimo de aprendizaje de un camino de sacrificios. Los tres son presentados como estudiantes prodigios. Houssay terminó el secundario en dos años y se graduó de licenciado en Farmacia muy joven. Leloir, además de sus estudios médicos, se lanzó a cursar materias en la Facultad de Ciencias Exactas, que creyó necesitar para su formación en el laboratorio. Milstein subrayó –en el documental Un fueguito– el hondo impacto que le causó en su niñez el libro Los cazadores de microbios (1926), de Paul de Kruif. Una fantasía premonitoria para alguien cuyo poder de análisis fue reconocido por sus compañeros de Cambridge. Los tres hablaron con fluidez idiomas centrales para el desarrollo de las ciencias físicas, naturales y biomédicas emergentes desde la Revolución Francesa, como francés e inglés.
Por ello, los tres se movieron con naturalidad entre un grupo muy selecto de instituciones locales e internacionales, donde llevaron adelante proyectos de altísimo prestigio. El Instituto de Fisiología de la UBA, el Ibyme, la Fundación Campomar (posterior Fundación Leloir), la Sociedad Científica Argentina, la Asociación Argentina para el Progreso de las Ciencias, el Hospital de Clínicas, el Instituto Malbrán, el Conicet, el Departamento de Farmacología de la Universidad de Washington, el Departamento de Microbiología de Cambridge, la Fundación Rockefeller, la Royal Society y, por último, la Academia de Ciencias sueca y su galardón.
Por su parte, una historia social de la ciencia no olvidará que los nobeles son expresión de un contexto, afín a las clases medias y altas de las principales urbes del país, en especial de la Capital Federal. Vivieron un mundo en que la matrícula de la UBA, si bien estaba en formidable expansión, aún era una fracción minúscula de la juventud del país, acotada a aquellos sectores.
IDEAL CIENTIFICISTA
Además de tener una institución común como la UBA (y sus facultades de Exactas, Medicina y Farmacia), dos de los tres nobeles tuvieron un vínculo de primera mano con el reformismo y su potente ideal cientificista. Houssay es un hijo dilecto del Círculo Médico Argentino, verdadera crisálida del pensamiento y la praxis reformista desde 1875, que le editó su primer libro de fisiología en 1910 y lo respaldó en la llegada a la titularidad del Instituto de Fisiología de la UBA, en 1919. Milstein fue presidente del Centro de Estudiantes de la antigua Facultad de Exactas, en 1948, y su candidatura provino de una agrupación de inspiración reformista.
En la dicotomía descrita por Diego Hurtado entre ciencia de elite y ciencia para el pueblo, emergente en la década de 1940, la fisiología, la física y la microbiología estuvieron inscritas de forma plena en la primera. Esa ciencia fue el instrumento dilecto de coproducción de una hegemonía estadounidense en el campo científico occidental, según señaló el historiador John Krige. Bernardo Houssay fue explícito en este tema en la revista Ciencia e Investigación, en 1946, sentando una dualidad famosa durante las tres décadas siguientes.
El grupo se autodesignó como el representante argentino de la ciencia básica, promocionada por EE.UU. en el Plan Marshall como la nueva cosmología occidental, pilar sólido de la libertad. Ciencia libre era la que se practicaba en occidente (EE.UU., Francia y Gran Bretaña), que había ganado la guerra al oscurantismo fascista. El estalinismo y, de paso, el peronismo estaban enfrentados a ese ideal de libertad. Estos tópicos estaban contenidos en el informe Ciencia, la frontera sin fin, de Vannevar Bush. De hecho, fue un faro frente a las perturbaciones ideológicas de la incipiente Guerra Fría. El resultado era sencillo: todo lo que no fueran ellos era sospechado de falta de rigurosidad, dogmatismo e ideología. Por ello fueron tempranos y explícitos críticos del intento de popularizar el acceso a la universidad y la ciencia impulsado por el peronismo. Esta aspiración de ascenso social tan genuina en la cultura local fue vista por el grupo de Houssay como una peligrosa similitud al nacionalsocialismo.
Los nobeles son un tema invocado para marcar la existencia de una tradición. De una época pasada, de alegre y versátil fragilidad, en la que todo era posible, frente a un presente que, desde 1983, no paró de poner en jaque a la política y la praxis científica local, con la honrosa excepción de los años de potente institucionalización vividos entre 2007 y 2015. Acaso 2018, con la caída del rango ministerial de la ciencia y tecnología locales tras el dudoso objetivo de seducir a Christine Lagarde, fue uno de los años más dramáticos de esa historia de la ciencia, que supo alojar en sus páginas a los tres laureados con la distinción mayor de las ciencias físicas y naturales occidentales.