Arvac Cecilia Grierson. El nombre que la investigadora Juliana Cassataro y su equipo definieron para la vacuna nacional más avanzada contra el Covid-19 sintetiza conceptos claves de esta época en la que el mundo quedó dado vuelta: el rol de la ciencia argentina, el protagonismo de las mujeres, la soberanía, el acompañamiento estatal. De superbarbijos a testeos rápidos, de suero hiperinmune a plataformas que analizan las mutaciones del virus, si algo positivo se puede rescatar en esta pandemia es que el motor de la ciencia argentina volvió a encenderse.
En las últimas semanas la gran novedad la dio el laboratorio Richmond, que producirá la Sputnik V a nivel local desde junio, si llegan a tiempo los controles del Instituto Gamaleya. En un primer momento el “cliente” será el Estado Nacional, y planean producir un millón de dosis mensuales. Una vez que logren terminar la planta para fabricar ahí mismo el producto activo (que en los primeros tiempos se traerán de Rusia), la producción puede escalar a 4 millones por mes.
Desde el Instituto de Investigaciones Biotecnológicas de la Unsam y el Conicet trabajan en la fórmula de la vacuna local más avanzada, en etapa pre-clínica, junto a una empresa nacional que financia parte del proyecto. Para dar resultados masivos necesitarán mucho más dinero que los 60 millones que ya aportó el Estado. Funciona con proteínas recombinantes puras, parecida a la de la hepatitis B. Cassataro, la directora del equipo, fue secuestrada por la última dictadura cívico-militar junto a su hermana durante 46 días en diciembre de 1977. Sus padres están desaparecidos. El abuelo paterno las encontró en la Casa del Niño en La Plata. “No importa que yo sea hija de desaparecidos. Lo importante para la Argentina es la vacuna para poder sustituir importaciones. Esto es un proyecto estratégico”, reflexionó días atrás en una nota a Página12.
No es la única vacuna que se investiga en el país. En la Universidad Nacional del Litoral también trabajan sobre otra. El presidente de la Agencia de Investigación, Desarrollo Tecnológico e Innovación (Agencia I+D+i) del Ministerio de Ciencia, Fernando Peirano, destacó que “desarrollar un diseño propio en vacuna permitirá volcar el aprendizaje a otros territorios donde también se necesitan vacunas para estrategia de inmunización como puede ser el dengue o la fiebre amarilla”.
Cuidarse, testearse, tratarse

Una de las primeras necesidades que tuvo el país ante la pandemia fue aumentar los testeos, tanto en cantidad como en la velocidad de los resultados. Si una persona recién se testea cuando tiene síntomas, y eso ocurre 48 horas después de empezar a contagiar, la ecuación no cierra. Así surgieron en 2020 varias líneas de desarrollos, entre las que se destaca Neokit, un test rápido y económico producido por el Instituto Cesar Milstein, junto al Conicet y la Fundación Pablo Cassará. Llevan elaboradas más de 1.500.000 unidades, que abastecen a la mitad del país, fundamentales también para el seguimiento de casos estrechos.
Fruto de uno de los 84 proyectos que cuentan con el apoyo de la Agencia Nacional de Promoción de la Investigación, el Desarrollo Tecnológico y la Innovación (Agencia I+D+i) en el marco de la Unidad Coronavirus, se desarrolló un reactivo clave para acelerar y simplificar test moleculares de detección de COVID-19, posibilitando el diagnóstico en un solo paso.
De todo el conjunto de proyectos se destaca CovidAR: fue el primer test serológico del país, desarrollado en el primer semestre de 2020 por científicos de la Fundación Instituto Leloir (FIL) y del Conicet, liderado por Andrea Gamarnik, y aprobado por ANMAT el año pasado. También se está empleando para determinar la respuesta inmune contra el coronavirus y sus mutaciones.
Al igual que Salud, tres meses antes de que llegue el primer contagiado el país Ciencia no era Ministerio, tras la rebaja de cargo por parte de Mauricio Macri en 2018. Según informaron a Caras & Caretas desde la cartera científica que conduce Roberto Salvarezza invirtió a través de la Unidad Coronavirus más de 1000 millones de pesos. A lo largo de sus convocatorias se presentaron 1531 proyectos, de los cuales 226 fueron seleccionados para obtener apoyo económico.
En La Matanza, la pyme Kovi se dedicaba a toallas para el hogar, hoteles y hospitales. Estaba trabajando en quitarles el olor a humedad que les suele quedar, cuando llegó la pandemia. Dieron con un equipo del Conicet, de la Unsam y la UBA, y empezaron a fabricar de manera masiva los ya icónicos “barbijos del Conicet” que en un principio iban a ser una mascarilla de uso médico. Cuenta con tres capas de protección y posee iones de cobre, que eliminan gérmenes y virus. Su durabilidad equivale al de 15 barbijos descartables. Griselda Polla, integrante del equipo, contó que el producto se concretó en dos meses: “Nunca pensé que íbamos a desarrollar barbijos. Tuvimos que aprender desde el lenguaje asociado con la actividad textil hasta sobre el tema barbijos, ya que no era nuestro métier. Nosotros sabemos de nuevos materiales, nanotecnología, caracterizaciones. En aquel momento no conocíamos la diferencia entre una máscara y un barbijo, ni la normativa internacional relacionada”.
A mediados de abril la revista EClinicalMedicine, del grupo editorial The Lancet, difundió los prometedores resultados del estudio clínico de las fases 2 y 3 sobre el suero equino hiperinmune para el tratamiento del coronavirus desarrollado por científicos del Conicet y el laboratorio tecnológico Inmunova. Es uno de los dos tratamientos innovadores de la Argentina, y de los más avanzados. Aprobado por la Anmat, ya se aplicó a más de 1200 pacientes adultos con casos moderados y graves en 16 provincias. En un hospital de Corrientes llegó a tener 90% de eficacia. La revista destacó su “reducción en la mortalidad de 44 por ciento en los pacientes con Covid-19 severa, de la internación en terapia intensiva en 29 por ciento y el requerimiento de asistencia respiratoria mecánica en 33 por ciento, frente al placebo”.
El otro tratamiento con resultados alentadores es el plasma de recuperados, con epicentro en la Provincia. También fue destacada en revistas científicas de EE.UU. y Europa, y probada en más de 8900 pacientes, “con una gran efectividad”.
A los testeos, tratamientos y elementos de protección, le faltaba una pata esencial sanitaria: los respiradores. Leistung y Tecme, empresas del sector, pasaron a producir un 70% más que en 2019, convirtiéndose en vanguardia para la región. Las universidades también salieron a unir investigación con desarrollo con la fabricación de respiradores, como la de Rosario o la Unicen. La de La Plata ideó un sistema de adaptadores para ventilar en simultáneo a dos pacientes con un mismo respirador. La labor en sintonía entre el sector público y el privado es otro signo de estos tiempos de la ciencia nacional. Por ejemplo, un casco desarrollado por la empresa Ecleris, en colaboración con equipos médicos de los hospitales Fernández (CABA) y Zonal General de Agudos, aprobado por Anmat, ya es utilizado en más de 500 hospitales y clínicas de todo el país. Permite evitar entre 50 por ciento y 70 por ciento de los entubamientos de los pacientes.
A qué nos enfrentamos
La ciencia argentina no se quedó –ni podía quedarse– sólo con los desarrollos prácticos (barbijo, kits de testeos, vacunas, tratamientos), también debe apuntar a conocer qué es y cómo se desarrolla el virus, con sus diferentes mutaciones. Así surgió la iniciativa PAIS: una plataforma de secuenciación llevada adelante por el Ministerio de Ciencia para analizar la presencia del SARS–CoV–2 y sus diferentes cepas. En diez provincias ya detectaron las variantes de Manaos, Reino Unido y California. En La Plata, el 74 por ciento de los contagiados portaba el genoma de Manaos, que es hasta 10 veces más contagiosa, y con más severidad en jóvenes.
“COVID-T” se llama la plataforma de monitoreo de la respuesta linfocitaria T antígeno-específica en pacientes con COVID-19 recuperados y en individuos vacunados desarrollada por investigadoras e investigadores del Instituto de Biología y Medicina Experimental (IBYME), liderado por el investigador Superior del CONICET, Gabriel Rabinovich. “Proveerá información útil para la toma de decisiones a corto, mediano y largo plazo, y para el diseño de nuevas estrategias inmunoprofilácticas e inmunoterapéuticas en el escenario de la pandemia”, indicaron desde el Ministerio de Ciencia.
Otro aspecto a analizar es el de la inmunización. La Provincia de Buenos Aires encaró junto al Conicet un estudio de cómo actúa la vacuna Sputnik V. Detectaron que el 94% generó anticuerpos sólo con la primera dosis. En el caso de quienes sufrieron de Covid-19 anteriormente, al darse la primera dosis generaron una inmunización cinco veces mayor que aquellas personas que nunca tuvieron el virus y se dieron las dos dosis.
En medio de la pandemia llegó otra buena noticia para el sector: el Congreso aprobó semanas atrás la ley de Financiamiento de Ciencia, que estipula un mínimo de metas financieras: pasará del actual 0,28% del PBI, al 1% en 2032. Plantea una federalización del sistema científico tecnológico, mayor igualdad de género en los cargos jerárquicos, y que la ciencia sea parte estructural de la currícula educativa.
A pesar del empuje, los desarrollos y las innovaciones, hay deudas pendientes. La principal, coinciden todas y todos, es la de los salarios. Históricamente retrasados, fueron aún más postergados durante los cuatro años de macrismo (junto a recorte en los listados de ingresantes al Conicet), y siguen perdiendo la lucha contra la inflación en la actual gestión. El propio ministro admitió que “los sueldos están claramente atrasados” y agregó que están “trabajando en un plan para ir incrementando los salarios de modo progresivo. Con el tema salarial estamos en deuda, el reclamo es justo y hay que resolverlo”.