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Caras y Caretas

           

“EL ÚNICO MÉRITO DE NUESTRO PROGRAMA ES LA BÚSQUEDA CONSTANTE DE ALGO QUE NOS CONMUEVA”

Alejandro Dolina es uno de los máximos emblemas de la radio argentina. Desde hace 35 años conduce a la medianoche un encuentro en el que lo popular y lo erudito se cruzan y potencian. La venganza será terrible es un símbolo de una construcción cultural que trasciende toda moda o coyuntura.

La radio es como el mate: ronda entre los adultos, está en el día a día, la prenden los grandes mientras los chicos deambulan por ahí y se habitúan a sus sonidos, a las voces que se hacen cotidianas y cantan propagandas. Así como esa persona un día decide hacerse un mate, del mismo modo pone el dial en busca de las voces, del programa que, sabe, quiere escuchar.

Hace 35 años que Alejandro Dolina comenzó un ritual de radio que siguen escuchando quienes lo descubrieron siendo adolescentes a mediados de los 80, que se transmite de generación en generación, como el mate, como la radio misma.

–¿Cuándo y cuál fue el primer programa que recuerda haber puesto por elección propia?

–Mis primeros gustos más independientes están relacionados con Antonio Carrizo. Las preferencias anteriores estuvieron influidas por la familia o por el aparato de radio en medio de la casa. En el caso de Antonio es una decisión individual y un honor muy particular que afortunadamente luego devino en una amistad, diría yo un poco inmerecida, porque la nuestra no era una relación pareja: era una relación de maestro y alumno, de benefactor y beneficiado.

–¿Jugaba mucho a la radio de chico?

–Jugaba mucho a transmitir los partidos de fútbol, no los que yo jugaba, sino los que jugaba con chapitas, muñequitos: imitaba a los relatores. Después, acostumbraba mucho a utilizar los formatos de locutor de radio porque me parecía un personaje absolutamente humorístico para divertirme en el colegio y en lugares más festivos. Era muy graciosa la forma de articular los discursos en la radio. Un locutor me parecía un personaje ridículo, incluso me resultaba ridículo el lenguaje consagrado de la radio: “¿Va a Mar del Plata, va a Necochea?”. Toda esa especie de asunción que hacía la radio de conductas que nadie tenía. El lenguaje de la publicidad, más que el de la radio artística, me parecía muy digno de ser aprovechado en lances humorísticos.

–En La venganza será terrible (martes a sábado desde las 24, AM 750), de una propuesta banal como “qué me pongo para ir a una fiesta en un barco”, además de risas salen reflexiones profundas. De la banalidad se va a la profundidad.

–Si tenemos suerte sale algo medianamente inteligente, aunque por ahí no sale nada, desde luego. Pero el propósito es ese: de una pequeña exposición cotidiana, encontrar; no es que ya la habíamos encontrado, sino que nos lanzamos a esa descripción, por ejemplo, adónde se puede ir a veranear, y por ahí encontramos, si tenemos muchísima suerte, algún pensamiento sobre la condición humana. Eso está bien, y también, a veces sin ir tan profundo, encontramos algún mecanismo poco usual del pensamiento humorístico, algún recurso que nos sorprende a nosotros mismos. Muy cada tanto tenemos la suerte de encontrar algún destello, alguna flecha luminosa que nos hace pensar que vale la pena la paciencia de esperar.

–Con esto de la búsqueda del conflicto, de la pelea, ¿los programas de radio actuales van al revés de La venganza…, de lo importante a lo banal?

–Es un pensamiento interesante, que agradezco también porque esto implica una cierta benevolencia con respecto al camino que seguimos nosotros. Cuando uno empieza a discutir un asunto cualquiera, que podría ser muy importante, como qué sucede con la desigualdad en el mundo, por decir cualquier cosa, empieza con eso y termina con una serie de denuestos: “¡Qué viene ese tipo a hablar!” o con insultos, tomando partido por las cosas que nadie conoce mucho… Efectivamente se va de un tema que puede ser profundo a una discusión personal, muy a menudo adornada con palabrotas. No es que me escandalizo de las palabrotas, pero sí de su uso inepto. La palabrota sirve artísticamente para producir algún tipo de escándalo necesario, pero cuando la palabrota reemplaza la construcción de un buen lenguaje, entonces es un síntoma de pobreza intelectual.

–Así como jugaba a la radio cuando era chico, ahora en el programa juegan en la radio. Al menos eso se percibe. Los oyentes se sienten cómplices, parte de ese juego.

–Como hacedores del programa, agradecemos al oyente que está jugando también. El juego es ese: a veces nos reímos legítimamente sorprendidos por alguna cosa que encontramos. El único mérito de nuestro programa es la búsqueda constante de algo que nos conmueva, aunque sea un poco. No tanto la sorpresa o la extravagancia. Yo creo, incluso, que reírse es también conmoverse, así que no está mal.

–La radio cumplió cien años. ¿Le ve futuro?

–La radio tiene una intimidad que la televisión no alcanza. Lo que pasa es que la TV ahora está siendo reemplazada por otra forma de captación visual que son las redes, el streaming, todas estas cosas que poco a poco se van desenvolviendo y que a mí me parece que lo que les falta es encontrarles la forma de convertirlas en negocio para quienes generan los contenidos. Cuando esto se perfeccione, yo creo que muchas de estas aplicaciones y protocolos visuales van a superar a la televisión.

–En cuanto a la radio, esta transformación se vislumbra en los podcasts. ¿Con esto se pueden perder rituales cotidianos? La radio se prende a determinada hora para escuchar determinado programa mientras se hace otra actividad.

–Eso sería muy grave para la radio porque perdería intimidad. Si vos podés escuchar una cosa varias veces y a la hora que quieras, ya no es más radio, es un disco. Si un programa está cinco veces, como el nuestro, que lo graban y lo pasan al otro día, ya no sé si me gusta tanto. Aunque me viene bien así lo escucho.

–¿Y le gusta?

–Más o menos.

–¿Cómo se les ocurrió invitar a oyentes a ver el programa en el estudio?

–Eso estaba prohibido. Ni siquiera se nos ocurrió a nosotros. Este programa era uno como cualquiera que se hacía en un estudio de Radio El Mundo a la medianoche. Un día apareció un tipo que dijo: “Che, ¿puedo pasar a ver?”, “Sí, vení”. Y otro día apareció otro, y otro… Los directivos de la radio escuchaban que por ahí se reía gente, les parecía que había intrusos en el estudio. Averiguaron, les dijeron que sí, que había unos pibes que venían a la noche, y lo prohibieron. Nosotros desoímos esa prohibición. Aquella radio era en un séptimo piso y nosotros estábamos arreglados con el tipo de la puerta que en cuanto caía un jerarca nos avisaba, entonces escondíamos a la gente, a veces en una oficina, a veces directamente agachados detrás del vidrio de la pecera del operador, descontando que el jerarca se iba a limitar a una mirada. Hasta que ganamos esa guerra y la radio autorizó la presencia del público. Primero fuimos a un estudio más grande y después salimos de la radio en busca de otros espacios más hospitalarios. Nunca más volvimos a hacer un programa dentro de un estudio.

–¿Ahora, con la pandemia, lo hacen por videoconferencia?

–Sí, cada uno en su casa. El tema es que nuestros resultados en lo profesional, en los recursos, vamos, en la plata que ganamos, es muchísimo peor. Hace algunos años comenzamos a hacer funciones teatrales en las provincias y a cobrar entrada cuando hacíamos viajes. Aquí en Buenos Aires lo hacíamos como siempre, gratuitamente. Empezamos a cobrar entrada porque cambiaron las costumbres: hasta cierta época a nosotros nos convocaban colegios, bibliotecas, municipalidades, etcétera. Nos pagaban un caché y hacíamos los programas gratis. Después, hace cuatro años, eso terminó y la única forma que teníamos de continuar con las giras era cobrando entradas, y resultó ser que eso se convirtió, amén del retroceso del poder económico de las emisoras, en la principal fuente de ingresos, que ahora no la tenemos.

Escrito por
Virginia Poblet
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